Arte, pregunta formulada por darisof53, hace 2 meses

Resumen del cuento "el arbol" del libro " El color surgido del espacio "

Respuestas a la pregunta

Contestado por Alex7391jgkq
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Respuesta:

Se trata de un típico relato de H.P. Lovecraft: un relato de terror decimonónico, con frases largas y sobreadjetivadas que hoy en día resultan anticuadas, tediosas y casi ridículas.

Si bien la obra de Lovecraft, en general, entra totalmente dentro del género del terror, en ocasiones hay relatos que sí son ciencia ficción, y este es uno de ellos.

La trama comienza cuando un extraño meteorito cae junto a una granja de Arkham. Comienzan a darse entonces extraños sucesos: cosechas abundantes que, sin embargo, son incomestibles; ganado que enferma y muere; una extraña presencia en el pozo...

Aquellas frases en las que Lovecraft intenta hacer pasar el relato por científico, menciona disoluciones, espectrómetros... en todas ellas demuestra un notable desconocimiento de lo que es la ciencia. No se trata de que la ciencia de los años veinte haya sido sobrepasada, sino de que Lovecraft no comprendía la ciencia de su misma época, mezclando franjas de absorción de los espectrómetros con colores visibles o insistiendo en mencionar leyes que no son de este mundo.

Si hay algo que destacar del relato es que, sin duda, sirvió a Brian W. Aldiss de inspiración para su relato El árbol de saliva (1965), argumentalmente muy similar, pero mucho mejor resuelto.

Contestado por mariapaolaochoab
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RESPUESTA:

En una ladera verdeante del monte Maenalus, en Arcadia, hay un olivar que rodea una villa en ruinas. Pero aunque Kalós y Musides vivían en imperturbable armonía, sus naturalezas no eran iguales. Allí meditaba las visiones que llenaban su mente, y allí concebía las hermosas formas que luego inmortalizaba trasladándolas al mármol. Tan famosos eran Kalós y Musides, que a nadie extrañó que el tirano de Siracusa les enviara emisarios para hablar de la costosa estatua de Tyché que había proyectado erigir en su ciudad.

Su amor fraternal era bien conocido, y el astuto tirano supuso que cada uno, en vez de ocultar su obra al otro, le ofrecería ayuda y consejo, que este entendimiento produciría dos imágenes de inusitada belleza, y que aquella que destacase eclipsaría incluso los sueños de los poetas. Por las noches, como siempre, Musides acudía a divertirse a los salones de Tegea, mientras Kalós vagaba a solas por el olivar. Musides. Luego, un día, Musides habló de la enfermedad de Kalós, y ya nadie se maravilló de su tristeza, porque todos sabían lo hondo y sagrado que era el afecto de los dos escultores.

Musides, el cual, devorado por esta ansiedad, apartaba a todos los esclavos en sus ansias por alimentar y cuidar al amigo con sus manos. Ocultas detrás de pesadas cortinas, aguardaban las figuras inacabadas de Tyché, a las que apenas se acercaban ya el enfermo y el fiel compañero que le asistía. Kalós a pesar de que estaba inexplicablemente cada vez más débil, a pesar de los auxilios de los sorprendidos médicos y los cuidados de su amigo, pedía a menudo que le llevasen al olivar que él tanto armaba. Musides siempre complacía sus deseos, aunque sus ojos se llenaban visiblemente de lágrimas, viendo que Kalós hacía más caso de los faunos y de las dríadas que de él.

Por último, se acercó el final, y Kalós empezó a hablar de cosas del más allá. Y una noche, estando a solas en la oscuridad del olivar, murió Kalós. El sepulcro de mármol que el afligido Musides esculpió para su amigo del alma fue inefablemente hermoso. Kalós las ramas de olivo que su amigo le había pedido.

Cuando el vivo dolor dio paso a la resignación, Musides volvió a trabajar con diligencia en su figura de Tyché. Todo el honor sería ahora para él, ya que el tirano de Siracusa no quería la obra más que de él o de Kalós. En cuanto a Musides, parecía producirle a la vez fascinación y temor. Tres años después de la muerte de Kalós, Musides envió un emisario al tirano, y en el ágora de Tegea se corrió la voz de que la enorme estatua estaba terminada.

A la sazón, el árbol que había crecido junto a la tumba había adquirido unas proporciones asombrosas, superiores a todos los árboles de su especie, y extendía una rama corpulenta por encima del recinto donde Musides trabajaba. Como eran muchos los visitantes que acudían a contemplar el árbol prodigioso, así como a admirar el arte del escultor, Musides casi nunca estaba solo. El viento desolado de la montaña, suspirando entre el olivar y el árbol de la tumba, producía, de manera extraña, sonidos vagamente articulados. El cielo estaba oscuro la tarde en que los emisarios del tirano llegaron a Tegea.

Se sabía que venían a llevar se la gran imagen de Tyché, y a traer eterna gloria a Musides, por la cual los proxenoi les dispensaron una cálida acogida. Maenalus, y los hombres de la lejana Siracusa se alegraron de poder descansar a cubierto en la ciudad. Cómo ni siquiera los inminentes laureles del arte podían consolarle de la ausencia de Kalós, quien quizá los habría ceñido en su lugar. Y también les hablaron del árbol que crecía junto a la cabeza de Kalós.

Pero el viento aullaba horriblemente, y los de Siracusa y los arcadios elevaron sus plegarias a Eolo. Aisladas y rotas, sólo quedaban las viviendas humildes y los muros inferiores, pues sobre el suntuoso peristilo se había derrumbado la pesada rama del árbol extraño, reduciendo el majestuoso poema de mármol a un montón de ruinas deplorables. Los extranjeros y los tegeos se quedaron horrorizados, y se volvieron hacia el árbol siniestro y gigantesco, cuya silueta parecía misteriosamente humana, y cuyas raíces se hundían en el esculpido sepulcro de Kalós. Y el miedo y el espanto de todos aumentaron cuando registraron el recinto derruido y no encontraron rastro alguno del bondadoso Musides y la maravillosamente modelada imagen de Tyché.

Obstante, los de Siracusa consiguieron, poco después, una espléndida estatua de Atenea, y los tegeos se consolaron erigiendo en el ágora un templo de mármol conmemorando el talento, las virtudes y la piedad fraterna de Musides.

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