Historia, pregunta formulada por anaiscristhalmezasan, hace 3 meses

resumen de morbo et umbra de Rubén Dario​

Respuestas a la pregunta

Contestado por velasquezjostin184
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Un hombre alegre vende los ataúdes en el almacén de la calle cercana. Suele decir a los compradores unas bromas muy a tiempo que le han hecho el más popular de los fúnebres comerciantes.

Ya sabéis que la alfombrilla ha devastado en medio mes todo un mundo de niños en ciudad. ¡Oh, ha sido horrible! Imaginaos que la muerte, cruel y dura, ha pasado por los hogares arrancando las flores.

Ese día la lluvia amenazaba caer. Las nubazones plomizas se amontonaban en la enorme forma de las vastas humaredas. El aire húmedo soplaba dañino desparramando toses, y los pañuelos de seda o lana envolvían los pescuezos de las gentes higiénicas y ricas. ¡Bah! El pobre diablo tiene el pulmón ancho y sano. Se le da poco que una ráfaga helada le ataque, o que el cielo le apedree con sus granizos las espaldas desnudas y morenas por el sol de verano. ¡Bravo roto! Su pecho es roca para el mordisco de la brisa glacial, y su gran cabeza tosca tiene dos ojos siempre abiertos soberbiamente a la casualidad, y una nariz que así aspira el miasma como el viento marino oloroso a sal, que fortifica el pecho.

¿A dónde va ña Nicasia?

Hela ahí que pasa con la frente baja, arropada en su negro manto de merino basto. Tropieza a veces y casi se cae, así va andando ligero.

¿A dónde va ña Nicasia?

Camina, camina, camina, no saluda a los conocidos que la ven pasar, y parece que su barba arrugada, lo único que se advierte entre la negrura del tapado, tiembla.

Entró al despacho donde hace siempre sus compras, y salió con un paquete de velas en la mano, anudando la punta de un pañuelo a cuadros donde ha guardado el vuelto.

Llegó a la puerta del almacén de cosas mortuorias. El hombre alegre la saludó con un buen chiste:

–¡Eh! ¿Por qué con tanta prisa, ña Nicasia? ¡Se conoce que busca el dinero!

Entonces, como si le hubiesen dicho una dolorosa palabra de esas que llegan profundamente a conmover el alma, soltó el llanto, y franqueó la puerta.

Gimoteaba, y el vendedor con las manos por detrás se paseaba delante de ella.

Al fin pudo hablar. Le explicó lo que quería.

El niño ¡ay!, su niño, el hijo de su hija, ¡se había enfermado hacía pocos días de una fiebre tan grande!

Dos comadres había recetado y sus remedios no habían hecho efecto. El angelito había ido agravándose, agravándose, y por fin esta mañana se le quedó muerto en los brazos.


velasquezjostin184: gracias
velasquezjostin184: hola
velasquezjostin184: nena
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