Era una Sirena muy solitaria que, por curiosidad, había salido de su laguna para seguir a los colonizadores que habían fundado Buenos Aires, intrigada por la historia de su llegada a estas tierras. Pero esta bella Sirena sufría en su interior un gran vació y un gran dolor que no podía acallar, y las demás criaturas mágicas del mundo oculto se burlaban de ella preguntándole "¿Has encontrado? ¿Has encontrado?" Y lo que la Sirena buscaba era imposible de encontrar, pues no quería amar a un Hombre ni a un Pez, sino a un ser que sea como ella, mitad hombre y mitad pez, y, al parecer era la última de su especie. Entonces la Sirena, sumergida en su terrible tristesa, se dejaba llevar por las fuertes corrientes de agua esperando que pronto llegase la dulce muerte para que al fin termine su punzante dolor. Ocurrió que cuando nadaba por el Río de la Plata, descubrió un barco amarrado a la orilla: eran los enviados de España que estaban despoblando Buenos Aires y oía a las personas llorar pues no querían irse. En la proa del barco, la Sirena descubrió una figura extraña: era la de un hombre con una larga barba y un tridente, pendiendo de la popa del barco. Al principio se asustó pensando que era un Humano, pero luego notó que ese extraño ser inmovil estaba unido al barco por el torso y, en ese mismo momento se llenó de alegría ¡Era una criatura como ella! ¡Un compañero, un igual! Al verlo, la Sirena hizo todo lo posible por llamar la atención de esa criatura, ignorando que tan sólo era una figura de madera unida a la proa del barco. Cantó, y por un momento, todas las personas que subían por la fuersa al barco, y los animales guardaron silencio para oir su voz... pero el extraño Ser no respondía... así que con mucha dificultad la Sirena trepó hasta la proa del barco, y, emocionada, abrazó y besó a esa imagen ¡Ya no se sentía sola!. Finalmente, sintió un dulce dolor en el pecho, y vió que el tridente de esa figura de madera, a la que ella creía un tritón, se le había clavado en el corazón. Al columpiarse su cuerpo moribundo, la figura se desprendió de la proa... ella y la figura, unidos por el tridente que se había clavado en su pecho, calleron al fondo del río, para nunca más separarse.