Resumen de la obra el sueño del pongo
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Te ayudo
Explicación:
Un hombrecito, se encaminó a la casa hacienda de su Patrón. El gran señor no pudo contener la risa cuando lo vio. ¡A ver! Por lo menos sabrá lavar ollas, dijo. ¡Llévate este inmundicia! Ordenó al mandón de la hacienda.
El hombrecito tenía el cuerpo pequeño, sus fuerzas eran sin embargo como la de un hombre común. “Huérfano de huérfanos”, había dicho la mestiza cocinera viéndolo.
A la hora de rezar era cuando el patrón martirizaba siempre al pongo. Lo empujaba. ¡Ladra!, trota de costado como perro. ¡Alza las orejas ahora, vizcacha! ¡Vizcacha eres! Golpeándolo con la bota, el patrón derribaba al hombrecito y ordenaba rezar el padrenuestro. Y así, todos los días, el patrón hacia revolcarse a su nuevo pongo.
Pero… una tarde. Gran señor, dame tu licencia, padrecito mío, quiero hablarte, dijo el pongo. Soñé que habíamos muertos los dos. Cuenta todo indio dijo el gran patrón.
Como éramos hombres muertos, señor mío, desnudos los dos juntos, ante nuestro gran padre San Francisco. Nos examinó. Entonces, después nuestro padre dijo con su boca: “De todos los ángeles el más hermoso que venga. A ese incomparable que lo acompañe otro ángel pequeño que sea también el más hermoso. Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, llena de miel de chancaca más transparente”.
Entonces apareció un ángel brillante. Y otro pequeño bello. Traía en las manos una copa de oro. “Ángel mayor, cubre a este caballero con la miel que está en la copa de oro”. Y así el ángel enlució tu cuerpecito todo, desde la cabeza hasta las uñas de los pies. Así tenía que ser dijo el patrón. ¿Y a ti? Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro Gran Padre San Francisco volvió a ordenar. “Que de todos los ángeles venga el que menos vale. Que ese ángel traiga en un tarro de gasolina, excremento humano.”
“Oye ángel viejo, ordenó nuestro padre. Embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento, todo de cualquier manera; cúbrelo como puedas. ¡Rápido! Continúa dijo el patrón. Y entonces nuestro Gran Padre San Francisco dijo: ahora ¡Lámanse el uno al otro! Despacio por mucho tiempo.