resumen de la lectura "tenga pa' que se entretenga" corto xfas
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
SUELE entenderse que la reflexión sólo es posible cuando hay serenidad y distancia frente al tema en cuestión, pero tan pronto como leemos las primeras páginas de ‘Pa que se acabe la vaina’ (sello editorial Planeta) nos vemos forzados a dudar de esta idea. Reconocemos los temas de Ospina: los diálogos entre Colombia y el mundo, la identidad latinoamericana, los desafíos que presenta un país con la diversidad geográfica y cultural que tiene Colombia; reconocemos también el tono. Y, sin embargo, algo comienza a insinuarse entre los planteamientos. No es sólo el afán de comprender lo que motiva la reflexión de William Ospina: también lo hace la indignación.
Rafael se divirtió en los columpios y resbaladillas del Rancho de la
Cuando actuaba como emperador de México, el archiduque Maximiliano ordenó sembrarlos en vista de que la zona resultó muy dañada en 1847, a consecuencia de los combates en Chapultepec y el asalto del Castillo por las tropas norteamericanas. Olga sacó su reloj, se lo acercó a los ojos, vio que ya eran las dos de la tarde y debían irse a casa de la abuela. Olga dio las gracias, extrañada por la aparición del hombre y la amabilidad de sus palabras. Olga asintió con gesto resignado.
Según el testimonio de parientes y amigos, Olga fue siempre muy distraída. Olga se inquietó y fue hasta la entrada de la caverna subterránea. Olga les informó de lo sucedido y les pidió ayuda. Olga estaban la rosa, el alfiler, el periódico -y en el suelo, el caracol y la ramita.
Cuando Olga cayó presa de un auténtico shock, los torerillos entendieron la gravedad de lo que en principio habían juzgado una broma o una posibilidad de aventura. El otro permaneció al lado de Olga e intentó calmarla. Veinte minutos después se presentó en Chapultepec el ingeniero Andrade, esposo de Olga y padre de Rafael.
El ingeniero tenía grandes negocios y estrecha amistad con el general
Uno de sus ayudantes irrumpió en Palma 10 y me llevó a Chapultepec en un automóvil oficial. Cuando llegué a Chapultepec hacia las cinco de la tarde, la búsqueda proseguía sin que se hubiese encontrado ninguna pista. El administrador del Bosque aseguró no tener conocimiento de que hubiera cuevas o pasadizos en Chapultepec. Una cuadrilla excavó el sitio en donde Olga juraba que había desaparecido su hijo.
Mientras se interrogaba a los torerillos en los separos de la Inspección, acompañé al ingeniero Andrade a la clínica psiquiátrica de Mixcoac donde atendían a Olga los médicos enviados por Ávila Camacho.
En cambio los diarios de la mañana desplegaron en primera plana y a ocho columnas lo que a partir de entonces fue llamado «El misterio de
«Chapultepec». Un pasquín ya desaparecido se atrevió a afirmar que Olga tenía relaciones con los dos torerillos. Chapultepec era el escenario de sus encuentros. Otro periódico sostuvo que hipnotizaron a Olga y la hicieron creer que había visto lo que contó.
Los bandidos no tardarían en pedir rescate o en mutilar a Rafael para obligarlo a la mendicidad. Aún más irresponsable, cierta hoja inmunda engañó a sus lectores con la hipótesis de que Rafael fue capturado por una secta que adora dioses prehispánicos y practica sacrificios humanos en Chapultepec. Además, la discreción, el profesionalismo, el respeto a su dolor y a sus actuales canas me impidieron decirle antes a usted que en 1943 Olga era bellísima, tan hermosa como las estrellas de Hollywood pero sin la intervención del maquillista ni el cirujano plástico. Bosque a las dos de la tarde y la mala vista de Olga para montar la farsa de la cueva y el vigilante misterioso.
Luego, atemorizados al ver que pisan terrenos del implacable hermano del presidente, los torerillos enloquecen de miedo, asesinan a Rafael, lo descuartizan y echan sus restos al Canal del Desagüe. Pese a la avanzada descomposición, era evidente que el cadáver correspondía a un niño de once o doce años, y no de seis como Rafael. Y ya todos, menos los padres, aceptaban que los restos hallados en las aguas negras eran los del niño Rafael Andrade Martínez. Encontré a Olga muy desmejorada, como si hubiera envejecido varios años en unas cuantas semanas.
-Pues él tenía -afirmó Olga.
Me atreví a preguntarle
La cara del ingeniero reflejó mi propio gesto de espanto.
Rafael ¿no te acuerdas qué bolsa llevaba?
Ahora, pasados tantos años, confío en usted y me atrevo a revelar -a nadie más he dicho una palabra de todo esto- el auténtico desenlace de lo que llamaron los periodistas «El misterio de Chapultepec». Desde entonces hasta hoy, sin fallar nunca, la señora Olga Martínez viuda de Andrade camina todas las mañanas por el Bosque de Chapultepec hablando a solas... .