resumen de la burla de la muerte
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
os días más tarde, Poiret y la señorita Michonneau se hallaban sentados en un banco, tomando el sol, en una avenida solitaria del jardín Botánico, y charlaban con el señor que parecía sospechoso al estudiante de medicina.
—Señorita —decía el señor Gondureau—, no veo de dónde proceden vuestros escrúpulos. Su Excelencia, el señor ministro de la policía general del reino…
—¡Ah! Su Excelencia el señor ministro de la policía del reino… —repitió Poiret.
—Sí, Su Excelencia se ocupa de este asunto —dijo Gondureau.
¿A quién no parecerá inverosímil que Poiret, antiguo empleado, sin duda hombre de virtudes burguesas, aunque desprovisto de ideas, continuara escuchando al pretendido rentista de la calle de Buffon, en el momento en que él pronunciaba la palabra «policía», dejando ver la fisonomía de un agente de la calle de Jerusalén a través de su máscara de hombre honrado? Sin embargo, nada había más natural. Todos comprenderán mejor la clase particular a la que pertenecía Poiret en la gran familia de los necios, después de una observación hecha ya por algunas personas, pero que no ha sido publicada hasta ahora. Se trata de una nación plumígera, encerrada en el presupuesto entre el primer grado de latitud que comporta los honorarios de mil doscientos francos, especie de Groenlandia administrativa, y el tercer grado, en el que empiezan los honorarios algo más cálidos de tres a seis mil francos, región templada, en la que se aclimata la gratificación, donde ella florece a pesar de las dificultades del cultivo. Una de las características que revela mejor la estrechez de esas personas subalternas es una especie de respeto involuntario, maquinal, instintivo, por ese gran lama de todo ministerio, conocido del empleado por una firme ilegible y bajo el nombre de Su Excelencia el señor Ministro, cinco palabras que equivalen a del Califa de Bagdad, y que, a los ojos de esa gente, representan un poder sagrado, sin apelación. Como el Papa para los cristianos, el ministro es administrativamente infalible a los ojos del empleado; el brillo que emite se comunica a sus actos, a sus palabras, a las que se dicen en su nombre; todo lo cubre con su esplendor y legaliza las acciones que ordena; su nombre de Excelencia, que da fe de la pureza de sus intenciones y de la santidad de su voluntad, sirve de pasaporte a las ideas menos admisibles. Lo que esas personas no harían en su propio interés, se apresuran a realizarlo tan pronto como oyen pronunciar la palabra de «Su Excelencia». Los departamentos tienen su obediencia pasiva, como el ejército tiene la suya: sistema que ahoga la conciencia, aniquila a un hombre y acaba, con el tiempo, por adaptarlo como un torbellino a la máquina gubernamental. Así, el señor Gondureau, que parecía entender en hombres, distinguió pronto en Poiret a uno de esos necios burocráticos, e hizo salir el , la palabra mágica de Su Excelencia, en el momento en que era preciso deslumbrar a Poiret, que le parecía el macho de la Michonneau, tal como la Michonneau le parecía la hembra del Poiret.
—Desde el momento en que Su Excelencia mismo, Su Excelencia el señor… ¡Ah!, la cosa varía —dijo Poiret.
—Bien —dijo el falso rentista—, Su Excelencia tiene ahora la certeza más completa de que el pretendido Vautrin, que se aloja en la Casa Vauquer, es un penado evadido del presidio de Toulon, donde se le conoce bajo el nombre de Burla-la-Muerte.
—¡Ah, Burla-la-Muerte! —dijo Poiret—. Puede considerarse muy dichoso si ha merecido ese nombre.
—Pues sí —repuso el agente—. Ese mote es debido a la suerte que ha tenido de no perder la vida en las acciones sumamente audaces que ha realizado. Ese hombre es peligroso, ¿sabéis? Posee cualidades que le hacen extraordinario. Su condena es incluso una cosa que en su actividad le ha reportado un honor inmenso…
Explicación:
es lo más corto amiga
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