resumen de historia de sexto página 80-91
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“El Sexto” narra la experiencia carcelaria de Arguedas entre 1937 y 1938. (Foto: Bereniz Tello)
Con motivo del aniversario 482 de Lima, durante todo el mes de enero, la Biblioteca Mario Vargas Llosa de la Casa de la Literatura Peruana reseñará diferentes libros en homenaje a la capital. Esta semana, coincidiendo con el nacimiento de José María Arguedas (1911-1969), presentamos su cuarta novela, El Sexto (1961), que cuenta una marcante experiencia en la ciudad de Lima.
Por Manuel Barrós Alcántara, Biblioteca Mario Vargas Llosa
El Sexto es una novela corta que narra la experiencia carcelaria de Arguedas entre 1937 y 1938 en uno de los penales más conocidos de la capital. Gabriel Osborno, alter ego del autor, es un estudiante universitario que fue preso por su actividad como líder estudiantil. Joven e idealista, la prisión significará para él conocer de cerca el mundo criminal. Obligado a convivir con asesinos, maleantes y detenidos de todo tipo, Gabriel ve amenazada su vida y su sensibilidad al entrar en contacto con la escoria criminal de la cual empieza a formar parte. En el desarrollo del relato encontramos tres ejes constitutivos que nos dan a conocer esa experiencia: los diversos registros políticos de lo carcelario, el envilecimiento de los reos y los ideales del protagonista a partir de un horizonte étnico compartido. Son esos tres matices los que configuran el horror de los once meses que el autor estuvo preso. De ahí que en la obra, todo es decadencia y desengaño por parte del joven estudiante, por parte del propio Arguedas.
La política lo impregna todo, espacialmente, en su forma más baja, la politiquería. Esto lo encontramos a través de los apristas y comunistas, bandos que se disputan el dominio de los tres pisos del presidio. En el contexto del gobierno militar de Óscar R. Benavides (1936-1939), ambos partidos eran clandestinos, ya que todas las agrupaciones políticas que no tuvieran un origen nacional fueron declaradas ilegales. Cuando Gabriel ingresa al penal, lo que encuentra no son divisiones de clases sociales que estratificaran la cárcel, pues la miseria y la inmundicia lo impregnan todo. Él percibe que los hombres se enfrentan y desunen por criterios y politizaciones marcadamente partidarias. Le sorprende que El Sexto asemeje la escindida realidad nacional de la cual es víctima. Además, en el día a día cualquier diferencia entre los presos es motivo para la politización del conflicto, pues allí parten y culminan todas las pugnas internas. Por eso, el intercambio de discursos efectistas, las manipulaciones, las actitudes tendenciosas y las malas intenciones concentran la expresión cotidiana de la maledicencia en la prisión.
A pequeña escala, la cárcel concentra el caos y violencia imperantes en la ciudad. Para el protagonista El Sexto es consecuencia del sistema racista, excluyente y elitista que impera en el Perú. Son las tensiones sociales, los conflictos a nivel material y simbólico las que conducen a la sociedad a una inevitable crueldad. De ahí que el envilecimiento de los internos sea una respuesta, muchas veces necesaria, para la supervivencia en el medio carcelario. La historia proviene y deviene en la brutalidad y enajenamiento de los presos. Las violaciones, rcelarias; hay un factor social más marcado. Los rezagos de las organizaciones políticas agravan las consecuencias sociales de las estructuras económicas y convierten la cárcel en un espacio de una disputada conquista colectiva. Una y otra vez El Sexto se impone como un bloque y ante él hay que tomar un bando.
En esa lucha por sobrevivir y, más aún, por resistir a sus propios ideales —la libertad, la compasión, el afecto, la solidaridad— lo llevaban a buscar un horizonte por compartir. Aunque Gabriel ha hecho algunas amistades, ni ellas mismas lo consideran totalmente afianzado al bando. Él no es ni comunista ni aprista. Mientras todos se preocupan por corresponder a los partidos a los cuales pertenecen, el accionar de Gabriel no se entusiasma por lo colectivo. Más allá de las posiciones partidarias, el autor se posiciona con sus preocupaciones existenciales y sociales desde su individualidad. En una conversación con un preso, el autor escribe: “Pero yo no soy comunista, Cámac; muchos otros participan de los ideales de justicia y libertad, acaso mejor que los comunistas”. No es la teoría, sino la conducta. No son los ecos de grandes elaboraciones intelectuales las que alejan a las gentes, sino el entusiasmo exagerado por moldear la realidad a partir de ellas. Gabriel no es un idealista a