resumen de el libro el jefe seattel
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RESUMEN
El Jefe Seattle.
- “Niños, hoy os he traído a esta colina para…” Así comienza la historia de Seattle, el jefe de una tribu india. A continuación, os voy a contar lo que le ocurrió a lo largo de su vida:
Yo era el hijo del jefe de la tribu india Suquamish, que estaba situada en una hermosa región poblada de bosques y bañada por ríos caudalosos de aguas cristalinas. Aprendí a ser un valeroso guerrero gracias a mi padre, que también procuro que aprendiera las artes de caza y pesca, pues estas eran las bases del sustento de mi región.
Un día, cuando yo apenas tenía seis años, entro en mi bahía un barco con hombres de piel blanca, ojos azules o marrones, espesas barbas y pelos dorados o castaños. Estos hombres empezaron a sacar objetos extraños, a observar su alrededor y a tomar notas. Eran llamados rostros pálidos y llevaban largos palos que escupían fuego y a los que llamaban “Fusil”.
Al principio, nos mantuvimos alejados de ellos, pero vimos que se portaban amistosamente y que pretendían cambiar objetos por alimentos. Pero los hombres blancos no tardaron en zarpar y nosotros seguimos viviendo como siempre, dedicados a la caza y a la pesca.
Pasaron muchos años y yo me convertí en un joven fuerte. No había otro guerrero con tanta puntería ni tan veloz como yo, así que pronto me convertí en jefe de mi tribu y de otras cinco más.
Durante aquellos años, no cesaron de llegar hombres blancos. Comenzaron a construir casas y cercados para guardar sus animales. Hablaban de “Sus propiedades”. Eso nos pareció extraño, pero les tendimos nuestras manos en señal de bienvenida y amistad.
Los hombres pálidos comenzaron a comprarnos madera y pescado, que nos cambiaban por herramientas y utensilios. Pero un día los rostros pálidos fundaron una población. Yo les sugerí algunas cosas y, en agradecimiento por mi apoyo, su población fue llamada Seattle. Con este gesto, pensé que nuestra amistad seria eterna, pero nunca imagine lo poco que tardarían los rostros pálidos en devorarnos.
Poco a poco, nuestros problemas aumentaron. Los rostros pálidos nos contagiaron sus enfermedades, cazaban mucho y eso dificultaba nuestra alimentación. Talaron bosques y se apoderaron de las tierras. El hambre y la rabia dieron paso al odio e intentamos expulsar a los hombres blancos, pero nuestras hachas no tenían nada que hacer contra las armas de fuego de ellos.
Con mucha rapidez, los jefes blancos vinieron a manifestarme su intención de comprar la tierra donde vivíamos. Mientras el jefe blanco hablaba vi como nuestros jóvenes ardían de rabia. Yo, con más tristeza que enojo, me di cuenta de que nos superaban en número y jamás podríamos derrotarlos. Los jefes nos presionaron para que diéramos una respuesta.
Yo les di miles de razones por las que no deberían comprar la tierra, por que eso es algo que no tiene precio. Estas tierras vieron crecer a nuestros antepasados, estos ríos nos bañaron y estos peces nos alimentaron.
Cuando termine de hablar, examine las caras de los rostros pálidos. Aunque me habían entendido, seguían teniendo intención de comprar mis tierras. Nos echaron de allí y nos llevaron a reservas para que viviéramos allí.
Hoy en día, el piel roja y el rostro pálido conviven en armonía con la madre naturaleza.
El Jefe Seattle.
- “Niños, hoy os he traído a esta colina para…” Así comienza la historia de Seattle, el jefe de una tribu india. A continuación, os voy a contar lo que le ocurrió a lo largo de su vida:
Yo era el hijo del jefe de la tribu india Suquamish, que estaba situada en una hermosa región poblada de bosques y bañada por ríos caudalosos de aguas cristalinas. Aprendí a ser un valeroso guerrero gracias a mi padre, que también procuro que aprendiera las artes de caza y pesca, pues estas eran las bases del sustento de mi región.
Un día, cuando yo apenas tenía seis años, entro en mi bahía un barco con hombres de piel blanca, ojos azules o marrones, espesas barbas y pelos dorados o castaños. Estos hombres empezaron a sacar objetos extraños, a observar su alrededor y a tomar notas. Eran llamados rostros pálidos y llevaban largos palos que escupían fuego y a los que llamaban “Fusil”.
Al principio, nos mantuvimos alejados de ellos, pero vimos que se portaban amistosamente y que pretendían cambiar objetos por alimentos. Pero los hombres blancos no tardaron en zarpar y nosotros seguimos viviendo como siempre, dedicados a la caza y a la pesca.
Pasaron muchos años y yo me convertí en un joven fuerte. No había otro guerrero con tanta puntería ni tan veloz como yo, así que pronto me convertí en jefe de mi tribu y de otras cinco más.
Durante aquellos años, no cesaron de llegar hombres blancos. Comenzaron a construir casas y cercados para guardar sus animales. Hablaban de “Sus propiedades”. Eso nos pareció extraño, pero les tendimos nuestras manos en señal de bienvenida y amistad.
Los hombres pálidos comenzaron a comprarnos madera y pescado, que nos cambiaban por herramientas y utensilios. Pero un día los rostros pálidos fundaron una población. Yo les sugerí algunas cosas y, en agradecimiento por mi apoyo, su población fue llamada Seattle. Con este gesto, pensé que nuestra amistad seria eterna, pero nunca imagine lo poco que tardarían los rostros pálidos en devorarnos.
Poco a poco, nuestros problemas aumentaron. Los rostros pálidos nos contagiaron sus enfermedades, cazaban mucho y eso dificultaba nuestra alimentación. Talaron bosques y se apoderaron de las tierras. El hambre y la rabia dieron paso al odio e intentamos expulsar a los hombres blancos, pero nuestras hachas no tenían nada que hacer contra las armas de fuego de ellos.
Con mucha rapidez, los jefes blancos vinieron a manifestarme su intención de comprar la tierra donde vivíamos. Mientras el jefe blanco hablaba vi como nuestros jóvenes ardían de rabia. Yo, con más tristeza que enojo, me di cuenta de que nos superaban en número y jamás podríamos derrotarlos. Los jefes nos presionaron para que diéramos una respuesta.
Yo les di miles de razones por las que no deberían comprar la tierra, por que eso es algo que no tiene precio. Estas tierras vieron crecer a nuestros antepasados, estos ríos nos bañaron y estos peces nos alimentaron.
Cuando termine de hablar, examine las caras de los rostros pálidos. Aunque me habían entendido, seguían teniendo intención de comprar mis tierras. Nos echaron de allí y nos llevaron a reservas para que viviéramos allí.
Hoy en día, el piel roja y el rostro pálido conviven en armonía con la madre naturaleza.
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