resumen de don Quijote de la Mancha capitulo 26 porfavor
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Respuesta:
Sin embargo, veo que Amadís de Gaula, sin perder el juicio y sin hacer locuras, alcanzó tanta fama de enamorado como el que más; debido a que lo que hizo, según su historia, no fue más de que, por verse desdeñado de su señora Oriana, que le había mandado que no pareciese ante su presencia hasta que fuese su voluntad, de que se retiró a la Peña Pobre en compañía de un ermitaño, y allí se hartó de llorar y de encomendarse a Dios, hasta que el cielo le acorrió, durante su más enorme cuita y necesidad.
Viva la memoria de Amadís, y sea imitado de don Quijote de la Mancha en todo lo que pudiere; del cual se dirá lo que del otro se comentó: que si no acabó monumentales cosas, murió por acometerlas; y si yo no soy desechado ni desdeñado de Dulcinea del Toboso, bástame, como ya he dicho, estar ausente de ella.
Y va a ser bien dejalle, enroscado entre sus suspiros y versos, por contar lo cual le avino a Sancho Barriga en su mandadería.
-Dígame, señor licenciado, ese del caballo, ¿no es Sancho Barriga, el que mencionó el ama de nuestro aventurero que había salido con su señor por escudero?
-Sí es -dijo el licenciado-; y aquél es el caballo de nuestro don Quijote.
Los cuales, así como terminaron de conocer a Sancho Barriga y a Rocinante, deseosos de saber de don Quijote, se fueron a él; y el cura le llamó por su nombre, diciéndole:
-Amigo Sancho Barriga, ¿adónde queda vuestro amo?
Conociólos después Sancho Barriga, y concluyó de encubrir el sitio y la suerte donde y como su amo quedaba; y de esta forma, les respondió que su amo quedaba ocupado en cierta parte y en cierta cosa que le perteneció a mucha trascendencia, la cual él no podía hallar, por los ojos que en la cara poseía.
Y después, de corrida y sin detenerse, les contó de la suerte que quedaba, las aventuras que le habían sucedido y cómo llevaba la carta a la señora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hígados.
Pidiéronle a Sancho Barriga que les enseñase la carta que llevaba a la señora Dulcinea del Toboso.
-¿Qué me ha de ocurrir -respondió Sancho-, sino el haber perdido de una mano a otra, en un estante, 3 pollinos, que cada uno era como un castillo?
-¿Cómo es eso? -replicó el barbero.
-He perdido del libro de memoria -respondió Sancho-, donde venía carta para Dulcinea y una cédula firmada de su señor, por la cual mandaba que su sobrina me diese 3 pollinos, de 4 o 5 que estaban en el hogar.
Y, con esto, les contó la pérdida del rucio.
Paróse Sancho Barriga a rascar la cabeza para traer a la memoria la carta, y ya se ponía sobre un pie, y ya sobre otro; unas veces miraba al suelo, otras al cielo; y, al cabo de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, teniendo suspensos a los que esperaban que ya la dijese, mencionó al cabo de grandísimo rato:
-Por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda; aun cuando en el inicio mencionaba: «Alta y sobajada señora».
-Así es -dijo Sancho-.
Mencionaba esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de una vez que en cuando las narices, y con tan poco juicio, que ambos se admiraron otra vez, tomando en cuenta cuán vehemente fue la locura de don Quijote, puesto que había llevado tras sí el juicio de ese pobre hombre. Y de esta forma, le mencionaron que rogase a Dios por la salud de su señor, que cosa contingente y bastante agible era advenir, con el discurso del tiempo, a ser jefe supremo, como él mencionaba, o, al menos, arzobispo, o otra dignidad equivalente.
A lo que respondió Sancho:
-Para aquello va a ser menester -replicó Sancho- que el escudero no sea casado y que sepa contribuir a misa, al menos; y si en otros términos de esta forma, ¡desdichado de yo, que soy casado y no sé la primera letra del ABC! ¿Qué va a ser de mí si a mi amo le da hambre de ser arzobispo, y no jefe supremo, como es uso y costumbre de los caballeros andantes?
-No tengáis pena, Sancho amigo -dijo el barbero-, que aquí rogaremos a vuestro amo y se lo aconsejaremos, y aun se lo pondremos en caso de conciencia, que sea jefe supremo y no arzobispo, ya que le va a ser más simple, gracias a que él es más valiente que alumno.
Y que el don que le pensaba pedir era que se viniese con ella donde ella le llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero le gozaba fecho; y que le suplicaba, ansimesmo, que no la mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda, fasta que la hubiese fecho derecho de aquel mal caballero; y que creyese, sin lugar a dudas, que don Quijote vendría en todo cuanto le pidiese por este término; y que así le sacarían de allí y le llevarían a su sitio, donde procurarían ver si tenía cualquier remedio su extraña locura.
Explicación: