Castellano, pregunta formulada por ariannagarcial2010, hace 16 horas

resumen capitulo 21 viaje al centro de la tierra

Respuestas a la pregunta

Contestado por fegi
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Pensaron luego si tenemos que economizar el
agua ya que no tenía ninguna posibilidad

De encontrar un manantial, por lo visto el
camino no acedia en una forma visible. Halla abajo había
hermoso y magníficos mármoles en las
paredes.

En los mármoles lo más
evidente era patitas o huellas de animales primitivos, el
profesor lidenbrock no le dio la mayor importancia a este tema de
escala animal.

El profesor solo tenía una esperanza
y era que se le abriera un roto debajo de los pies y comenzara a
desandar, o que más adelante no encontrara salida alguna,
Pero se anocheció y ninguna de las dos opciones
resulto.

Pero sin esperanza alguna el profeso
observo en la pared detenidamente y deslizo las manos y
encontró que estaban en un yacimiento de hulla, o sea de
carbón. Llego la hora de cenar, comieron menos ya que
tenían que racionar la comida, se acostaron a dormir luego
a la mañana siguiente se despertaron a las seis del
sábado y emprendieron nuevamente su camino.

El profesor se aseguró que esto no
había sido obra del hombre ya que había un orificio
que definitivamente no había sido por humanos.
Contestado por Usuario anónimo
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Respuesta:

Al día siguiente, partimos de madrugada. Teníamos que darnos prisa, porque nos hallábamos a cinco jornadas del punto de bifurcación de la galería subterránea.

No me detendré a detallar los sufrimientos de nuestro viaje de vuelta. Mi tío los soportó con la cólera de un hombre que no se siente ya más fuerte que ellos mismos; Hans, con la resignación de su naturaleza pacífica; yo, fuerza es que lo confiese, quejándome y desesperándome, sin valor para luchar contra mi mala estrella.

Como lo había previsto, faltó el agua por completo al finalizar la primera jornada; nuestra provisión de líquido quedó entonces reducida a ginebra; pero este licor infernal nos abrasaba el gaznate, y ni siquiera su vista podía soportar. La temperatura ambiente me parecía sofocante. El cansancio paralizaba mis miembros. Más de una vez estuve a punto de caer sin movimiento. Entonces hacíamos alto, y mi tío y el islandés me animaban todo lo mejor que podían. Pero yo bien veía que el primero apenas podía defenderse contra el extremado cansancio y las torturas nacidas de la privación de agua.

Por fin, el 8 de julio, arrastrándonos sobre las rodillas y las manos, llegamos, medio muertos, al punto de intersección de las dos galerías. Allí permanecí como una masa inerte, tendido sobre la lava. Eran las diez de la mañana.

Hans y mi tío, recostados contra la pared, trataron de masticar algunos trozos de galleta. Prolongados gemidos salían de mis labios tumefactos, y acabé por caer en un profundo sopor.

Al cabo de algún tiempo, mi tío se aproximó a mí y me levantó en sus brazos.

—¡Pobre criatura! —murmuró con acento de no fingida piedad.

Estas palabras me conmovieron, pues no estaba acostumbrado a oír ternezas al terrible profesor. Estreché entre las mías sus temblorosas manos, y él me miró con cariño. Sus ojos se humedecieron.

Vi entonces que tomaba la calabaza que llevaba colgada de la cintura, y con gran asombro mío, me la aproximó a los labios, diciéndome:

—Bebe.

¿Había entendido mal? ¿Se había vuelto loco mi tío? Lo contemplaba con una mirada estúpida sin querer comprenderle.

—Bebe —repitió él.

Y, alzando la calabaza, vertió su contenido entre mis labios.

¡Oh gozo incomparable! Un sorbo de agua exquisita humedeció mis ardorosas fauces; uno solo, es verdad, pero bastó para devolverme la vida que ya se me escapaba.

Di gracias a mi tío con las manos cruzadas.

—Sí —dijo él—. ¡un sorbo de agua, el último! ¿Te enteras? ¡El último! Lo guardaba como un tesoro precioso en el fondo de mi calabaza. Cien veces he tenido que refrenar los irresistibles deseos que me acometían de bebérmela; pero, al fin, Axel, pudo mas el cariño que el deseo, y la reservé para ti.

—¡Tío! —Murmuré enternecido, y se me llenaron los ojos de lágrimas.

—Sí, hijo mío: bien sabía que al llegar a esta encrucijada te desplomarías medio muerto, y reservé mis últimas gotas de agua para reanimarte.

—¡Gracias! ¡Gracias! —exclamé.

Aquel sorbo de agua, aunque no aplacase mi sed, me hizo recuperar algunas fuerzas. Se distendieron los músculos de mi garganta, contraídos hasta entonces, y cedió un poco la irritación de mis labios, permitiéndome hablar.

—Veamos —dije—; no podernos tomar más que un partido; faltándonos el agua, tendremos que retroceder.

Mientras yo me expresaba de esta suerte, evitaba mi tío mis miradas; bajaba la cabeza y sus ojos huían de los míos.

—Es preciso retroceder —exclamé—, y tomar nuevamente el camino del Sneffels. ¡Dios quiera darnos fuerzas para subir hasta la cima del cráter!

—¡Retroceder! —exclamó mi tío, como si, más bien que a mí, se respondiese a sí mismo.

—Sí, sí; retroceder, y sin perder un instante.

Hubo una pausa bastante prolongada.

—¿De modo, Axel —repuso el profesor con tono extraño—, que esas gotas de agua no te han devuelto el valor y la energía?

—¡El valor!

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