Realizar investigación de la literatura Fantástica. Reseña de no más de15 renglones
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Según la definición de Aristóteles, la palabra griega phantastikos es la facultad de crear imágenes vanas. Posteriormente, en latín, phantasticus se utilizó como imaginario e irreal; mientras que phantasticum (segunda declinación, acusativo) y de acuerdo con San Agustín, se usó para referirse a un fantasma o a un doble. Marcel Schneider anota que en el Renacimiento la palabra fantastique, en el ámbito francés, hacía alusión a la imaginación nutrida de quimeras y visiones. En el Romanticismo y de acuerdo con el diccionario de l’Académie française, “contes fantastiques” eran definidos como “contes où il est beaucoup question de revenants, de fantômes, d’esprits”. La Real Academia de la Lengua Española, de formación posterior a la francesa, delimitó lo fantástico a lo quimérico, imaginario, fingido y carente de realidad. El Diccionario de la Academia Mexicana de la Lengua precisa dos ejemplos: el primero, en el sentido de imaginario: “El minotauro es un ser fantástico”; y el segundo como algo muy bueno: “Un cuadro fantástico”.
Jean-Baptiste Baronian señala que el primer relato fantástico en la literatura francesa lo escribió Jacques Cazzote (1719-1792). El diablo enamorado de Cazzote (Diable amoureux, 1772) es un relato simbólico que inaugura el camino que más tarde E.T.A. Hoffmann (1776-1822), uno de los autores clásicos del género, transitará.
El género fantástico en el siglo xviii se decantó por ambientes terroríficos, de fantasmas y apariciones demoníacas como se aprecian en las lecturas de Hoffmann en su libro Fantasiestücke; en Ann Radcliffe, mejor conocida como Mrs. Radcliffe (1764-1823) y autora de la novela Los misterios de Udolfo; Jacques Cazotte (1719-1792), autor de El Diablo amoroso o el Conde Potochi (1761-1815), quien escribió la novela Manuscrito encontrado en Zaragoza. Estos autores de Alemania, Inglaterra, Francia y Polonia, respectivamente, confluyeron en la mítica París y su obra respondió al mismo sentimiento efervescente de aquellos años, donde el romanticismo se posesionaba de la estética y del sentir.
El relato fantástico, desde sus orígenes, intenta conciliar lo irreconciliable. En él convergen dos planos: lo real y lo insólito. Este género se ha regido por lo infantástico, es decir, por lo negativo, lo opuesto, lo inexistente: lo increíble de Gautier, el no-muerto de Stoker, lo innombrable de Lovecraft, lo inconcebible e inaudito de Caillois y de Vax, lo incierto de Bessière. Lo infantástico es la fuerza hiperbólica, la poética de lo innombrable, el secreto hermenéutico que duerme en la semántica de cada cuento fantástico. La poética de lo indecible no fractura el relato, al contrario, unifica la semiosis interna e infinita: un secreto revelará otro más.
Jean Bessiére explica que la literatura fantástica representa “aquello que no puede ser”. Estamos ante un género-signo. Lo fantástico es un signo en tanto que éste representa algo en ausencia. El discurso fantástico guarda en su hermenéutica lo dicibile, según San Agustín, aquel elemento constitutivo del signo que no es la palabra (dictio), sino todo lo que guardamos en nuestro espíritu y que será experimentado tanto por un emisor como por su receptor. Lo dicibile es todo aquello que puede convertirse en dictio, en palabra enunciada, manifestada por la voz para connotar con un signo la ausencia de una cosa. La estudiosa Ana María Morales expone una visión precisa sobre el género:
(…) para mí, texto fantástico es aquél que, habiendo construido el mundo intratextual cotidiano como representación mimética de una realidad extratextual, presenta fenómenos que violan el código de funcionamiento de realidad que sería esperable y aceptado como cotidiano y fehaciente en su interior. La aparición de ese fenómeno anómalo (según las reglas establecidas como operativas de la realidad en el interior del texto y constatables por el discurso de distintas instancias textuales) provoca una reacción representada (sorpresa por parte de algún personaje o el lector implícito, incredulidad, versiones divergentes entre narrador y personajes, etc.) que constituye la verificación de que lo sucedido se rige por un código de funcionamiento de la realidad diferente o alternativo al expresado con anterioridad.