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Respuestas a la pregunta
Ante la diversidad de usos del concepto de masculinidad y la tendencia a considerarlo como un conjunto de características de los individuos, el presente trabajo propone utilizar las herramientas de la sociología contemporánea para interpretar la masculinidad como una categoría analítica que remite a una posición de poder, siempre disputable, en una estructura social determinada. Se trata, con ello, de contribuir al debate conceptual sobre el tema mediante una concepción de masculinidad que integre las aportaciones de los estudios de género con los fundamentos teóricos que proporciona la sociología.
Introducción
El avance de los estudios de género, que desnaturalizaron y desencializaron la diferencia sexual, dio lugar al surgimiento de preguntas y problemas sobre los hombres que hace apenas dos décadas no se habían contemplado: la paternidad, su vida emocional como varones, sus relaciones afectivas, su participación en la esfera doméstica y los significados de su vida sexual se volvieron motivo de reflexión en diferentes ámbitos. Así, el análisis en torno a la masculinidad ha permitido impulsar el debate en ciencias sociales en terrenos que antes sólo habían estado asociados a la condición de las mujeres. Por una parte, ello es el resultado de una preocupación teórica y política de algunos sectores académicos y de las organizaciones civiles por identificar la forma en que los hombres viven no sólo el mundo de lo público sino también en sus relaciones personales y su existencia cotidiana, mientras que, por otra parte, es asimismo consecuencia de la preocupación de las agencias internacionales, los gobiernos y los organismos multilaterales por identificar el papel de los varones ante los grandes retos sociales: los cambios demográficos, la salud, la educación, la justicia y los derechos humanos. Lo anterior da lugar a toda una gama de estudios de muy diversa índole, en los cuales prolifera con frecuencia un discurso sobre la masculinidad que coloca en los atributos individuales de los hombres la explicación del orden de género. Se argumenta, por ejemplo, que las nuevas formas de participación social y de autonomía de las mujeres han puesto a la masculinidad en crisis, y se ha abierto un debate sobre diversas tesis acerca de los hombres, entre ellas: si han cambiado o no; si ya participan en el trabajo doméstico; si su identidad está todavía en ser proveedores; si ejercen una paternidad menos autoritaria; si ahora se encaminan por la ruta de "nuevas masculinidades", preguntas que inevitablemente nos conducen de nuevo a los individuos y que al enfocarse sólo en los atributos personales pierden de vista el carácter estructurado y estructurante del orden de género y olvidan que las posibilidades de poder de los hombres derivan de la posición social que ocupan y que les otorga oportunidades que no tendrían si ocuparan una distinta. Una posición que les permite desarrollar intereses compartidos como varones y les impone límites que van más allá de su voluntad, es decir, un orden social que les ofrece un abanico más o menos limitado de posibles modos de comportamiento que dependen, en gran medida, del lugar que guarda cada uno dentro del tejido humano del que forma parte y desde donde establece sus marcos de referencia y define su lugar en el mundo.
Norbert Elías (1990) sostiene que aun cuando las personas se vean a sí mismas aparentemente ajenas e independientes cada una está ligada a otras por un cúmulo de cadenas invisibles impuestas por el trabajo, por las propiedades o por los afectos, cadenas que si bien no son visibles ni palpables, no por ello son menos reales ni firmes. El orden invisible de esta convivencia ofrece a las personas posibilidades y límites que dependen en gran medida del lugar que guarda cada una dentro de ese tejido humano en el que ha nacido y se ha criado; de la posición y situación de sus padres; y de su propia trayectoria de vida. Este contexto funcional posee una estructura muy específica en cada grupo humano, donde cada persona, incluso la más poderosa, es sólo una parte de ese armazón, representante de una función que se forma y se mantiene únicamente en relación con otras funciones y que sólo puede entenderse a partir de la estructura específica y del contexto global. Ello significa que el ser humano vive desde pequeño en una red de interdependencias que no se puede modificar o romper a voluntad, salvo que así lo permita la misma estructura de la red, aunque también es verdad que esta estructura de relaciones se reproduce en las prácticas de cada día y, por lo tanto, no existe fuera de los individuos ni de sus acciones cotidianas.
Esto es lo que se parece obviar en muchas de las aproximaciones a los temas de la masculinidad y de los hombres como la que, a manera de ejemplo, expresa una nota difundida por CIMAC (2002): en ella se señala que al concluir en Brasil la Conferencia Internacional de Hombres Jóvenes, los ahí reunidos se comprometieron a trabajar para acabar con el machismo.