Historia, pregunta formulada por luisantonii87, hace 19 horas

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TRIBUNA / HISTORIA|ADRIAN GOLDSWORTHY

Roma: el Imperio supremo, hoy como ayer

23.10.2009

LA HISTORIA puede perfectamente presentarse como el nacimiento y la caída de los grandes imperios. El romano no fue el mayor de cuantos han existido. Por poner un solo ejemplo, a finales del siglo XIX, la reina Victoria de Inglaterra gobernó sobre casi la cuarta parte de la Tierra. Pero Roma sí ha sido la única que ha logrado controlar todos los territorios que bordean el mar Mediterráneo.

En el siglo II d. C., emperadores como Adriano gobernaron sobre la gran mayoría del mundo conocido. Teniendo en cuenta que era una época en la que no se podía viajar más deprisa de lo que corre un caballo o de la velocidad a la que navega un barco de remos, este logro resulta todavía más impresionante. La magnitud del Imperio Romano sigue siendo asombrosa, casi tanto como su longevidad. Durante al menos 500 años, no encontró rival que le hiciera sombra en poder, riqueza e incluso población.

Esta abrumadora hegemonía está tan profundamente arraigada en la conciencia occidental que hoy seguimos contemplando a Roma como el Imperio supremo. Así, es natural compararla con la gran potencia de cada época. Hace un siglo, la comparación solía ser con Gran Bretaña, el más próspero de los imperios europeos que se habían repartido el mundo entre sí. Antes, en el momento cumbre de la conquista del Nuevo Mundo, el paralelo se trazaba frecuentemente con España. En nuestros días, se habla de Estados Unidos como la nueva Roma.

Roma ilustra tanto el triunfo apabullante como el fracaso final. Más aun, sugiere que el progreso humano no está preestablecido. Tras su caída, Europa vivió los Años Oscuros en los que la vida se volvió más simple, la tecnología era limitada y la alfabetización, algo muy raro. Muchos miran hacia la caída de Roma como un espejo ante los temores actuales de un colapso de la civilización o de la economía, ya sea por el cambio climático, por las pandemias globales, o simplemente por la decadencia moral -ésta última, también una gran preocupación para los romanos-.

No hay consenso acerca de las razones que llevaron a la caída de Roma. Pese a que suele sostenerse que la adopción del cristianismo fue una contribución importante al hundimiento final del Imperio, en realidad no es cierto. La gente en seguida da la vuelta al ejemplo de Roma para demostrar cualquier argumento político que quiera defender. Igualmente, la mayoría está deseando leer en las modernas historias del Imperio romano la confirmación de sus propias ideas y actitudes: que Estados Unidos debería o podría prosperar y triunfar, o bien fracasar, por los mismos motivos que en el caso romano.

Entonces, ¿es posible aprender algo de la caída de Roma que nos pueda ayudar a entender nuestro propio mundo, la posición de EEUU y el ascenso de China? Puede ser, pero lo más importante es comprender primero la historia antigua en sus propios términos.

Roma no se enfrentó a ningún rival importante durante siglos y, desde luego, no fue sustituida por una nueva potencia emergente. Por enconces no había leyes internacionales, no había necesidad de tratar a otros pueblos más que como seres inferiores carentes de cualquier derecho, y no había canales de noticias 24 horas transmitiendo comentarios y críticas sobre todas las acciones emprendidas. Aún más sorprendentemente: no había movimientos de independencia equivalentes a los que aceleraron el final de los imperios europeos en el siglo XX. En el siglo V, nadie quería ser español, británico o sirio. Todo el mundo se moría de ganas por ser romano. No había ninguna civilización rival ni más atractiva que pudiera representar una alternativa.

El Imperio Romano muestra la posibilidad de lograr una prosperidad espectacular y prolongada, y también la de caer en la decadencia y el desmoronamiento finales. Para EEUU hay una advertencia añadida: la riqueza, el poder y el mero tamaño pueden seguir proporcionando prosperidad incluso si el sistema es ineficiente, al menos durante un tiempo -a veces es difícil hasta imaginar la posibilidad de un colapso-. Sin embargo, si el declive no está preestablecido, tampoco lo está el triunfo permanente.

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