realidad y fantasía en la princesa donaji porfavor es para hoy
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Por cuestiones geográficas e históricas México es un mar de leyendas. Muchos de nosotros recordamos las clásicas como “La Llorona”, “El Sombrerón” o la del perro del diablo, mejor conocida como “El Cadejo”. Historias que nos hicieron vibrar, asustarnos y a la vez sorprendernos del lugar de donde venimos.
En Oaxaca, las leyendas son importantes porque además de que forman parte del sistema de creencias de nuestra cultura, algunas están tan permeadas en nosotros, al punto que se vuelve parte de nuestra realidad ordinaria; de los símbolos y de la forma en la que nos relacionamos.
En esta ocasión lector quiero compartirte la historia de la princesa Donají, una mujer de la leyenda zapoteca, que se presenta en la cultura oaxaqueña como aquella mujer con la gallardía para sacrificarse por su propio pueblo.
Cuentan que, el monarca zapoteco Cosijoeza y la reina Coloyocaltzin tuvieron una hija a la que llamaron Donají, una mujer de “alma grande”. Al nacer, el sacerdote de Mitla le descifró un atroz destino. Tras observar signos extraños en el cielo, el pontífice le auguro la desdicha de la fatalidad. El anuncio de esta situación, sin lugar a duda, marcó la vida de los monarcas, pero con el paso del tiempo, lo fueron olvidando.
En aquel momento, se dice que, la tensión entre zapotecas y mixtecos crecía y crecía hasta que la guerra se hizo inevitable. Un día cualquiera de confrontación, leales guerreros zapotecos trasladaron a un prisionero al reino de Cosijoeza. Pero, no se trataba de un prisionero cualquiera. Aún estando malherido, su atuendo y armamento indicaban que se trataba de un hombre de alta jerarquía, por lo que los zapotecas sabían que, en la guerra cruel, este hombre les podría ser de utilidad para gestar más adelante, algún intercambio en negociaciones. Se trataba del príncipe mixteco, Nucano, hombre de “fuego grande”.
Intrépida desde que nació, Donají se aproximó a éste inusual prisionero y al ver sus heridas, su corazón se apiadó de él. Lo alejó de cualquier espacio de batalla hasta que sus heridas sanaron y el dolor cesará. Pero aún cuando el sufrimiento de este pobre hombre había desaparecido, la guerra mixteca se encontraba más vigente que nunca. Rogando, el príncipe, persuadió a la princesa para que lo dejara en libertad.
Con el regreso de su príncipe al frente de la batalla, el pueblo mixteco se llenó de confianza y tras un breve periodo de lucha, los mixtecas obligaron al rey Cosijoeza a abandonar Zaachila, el asentamiento más importante para los zapotecas.
La guerra había terminado, pero Nucano mostraba desconfianza ante el rey zapoteca; éste había perdido demasiado en la guerra que, sus pensamientos de venganza se presentaban por demás como algo inevitable. Fue así que, en una hábil estrategia de negociación, el príncipe demandó a la princesa Donají como una garantía de paz. La mujer de “alma grande” fue trasladada a Monte Albán y tratada, desde luego, de acuerdo con su condición real.
Desde entonces, la princesa de “alma grande”, aún con la buena vida ofrecida por el príncipe mixteca, vivía molesta y fastidiada. Su conciencia le recordaba constantemente que le había fallado a su pueblo por la debilidad que habitaba en su corazón. Al no soportar más la carga del espíritu, se convenció que la única manera de solventar su yerro sería reviviendo la guerra cruel. Así, cuentan las abuelas que envió a una criada a Zaachila, con un claro y contundente mensaje: atacad al anochecer y enviad una señal para el momento de mi escape.
La batalla tomó por sorpresa al pueblo de Nucano, siendo asesinados civiles y guerreros; a todos por igual. Como representación de la señal de escape, los aliados lanzaron un dardo por la ventana de Donají, dando inicio a su temeraria huida. La fortuna no la acompañaría, pues, pronto sería descubierta por los guardias que la vigilaban, y quienes, enfurecidos la trasladaron a un lugar alejado de la batalla.
Los desalmados aprehensores no perdonarían el osado plan de la princesa zapoteca. Lastimados por la muerte de tantos mixtecos Donají fue decapitada y sus restos enterrados en el lugar en donde nunca alguien la pudiera hallar.
Neutralizada la revuelta, el príncipe Nucano, el de “fuego grande”, jamás dejó de lamentar la muerte de la princesa. Seguramente, un poco de amor cabía en él. Así, gobernó a los zapotecas y les cuidó celosamente, como ella lo hubiera hecho.
El tiempo pasó y un pastor que caminaba por la orilla del río Atoyac, encontró un hermoso lirio del valle; era tan terso y lozano que parecía un regalo hecho descender por la divinidad. Decidió tomarlo para él y, vaya que enorme fue su sorpresa. Al intentar desenterrarlo de la raíz, trajo a la superficie la cabeza de Donají, que permanecía intacta, sin pudrirse o degradarse. Parecía que la cabeza de la princesa únicamente había permanecido durmiendo.
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