Realice una historia corta en donde va a incluir un deber y un derecho
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Cuento de la fiesta de los deberes, resúmelo <3
"¡Carloooos, ponte de una vez a hacer los deberes!" Hala, ya estaba su madre dando gritos. Carlos pensaba, "cómo se nota que no los tiene que hacer ella, con lo aburridos que son", y se sentaba durante horas delante del libro, esperando que pasara el tiempo y llegara la hora de la cena. Un día cualquiera, estaba sumido en su habitual búsqueda de musarañas por el techo de su habitación, cuando unos pequeños elfos, de no más de un centímetro de altura, aparecieron por la ventana.
- Buenas tardes, chico grandullón ¿nos dejas tus deberes para jugar? -preguntó uno de ellos cortésmente.
Carlos se echó a reir.
- ¡cómo vais a jugar con unos deberes, pero si son lo más aburrido que hay!. Ja, ja, ja... Tomad, podéis jugar con ellos todo el rato que queráis.
El niño se quedó observando a sus invitados, y no salía de su asombro cuando vio la que montaron. En menos de un minuto habían hecho varios equipos y se dedicaban a jugar con el lápiz y la goma, el libro y el cuaderno. La verdad es que hacían cosas muy raras, como con los cálculos de matemáticas, donde para escribir los números dejaban fijo el lápiz y sólo movían el cuaderno, o como cuando hacían competiciones para la suma más rápida: cada grupo se disfrazaba de forma distinta, unos de Papá Noel, otros de calabaza de Halloween, otros de bolas de queso, y en cuanto terminaban paraban el reloj; el que ganaba tenía derecho a incluir su dibujito en el cuaderno, que acabó lleno de gorros de Papá Noel y calabazas. También eran muy graciosos estudiando la lección: utilizaban canciones famosas y les ponían la letra de lo que tenían que aprenderse, y luego ¡organizaban un gran concierto con todas las canciones!
Carlos disfrutó de lo lindo viendo a aquellos diminutos estudiantes, y hasta terminó cantando sus canciones. Pero el tiempo pasó tan rápido que enseguida su mamá le llamó para cenar.
- Vaya, ¡qué rollo!. Con lo divertido que es esto...- gruñó mientras se despedía.
- ¡Claro que es divertido!, ya te lo dije; ¿por qué no pruebas unos días a hacerlo tú? nosotros vendremos a verte de vez en cuando.
- ¡Hecho!
Así Carlos empezó a jugar con sus deberes cada tarde, cada vez con formas más locas y divertidas de hacer los deberes, siempre disfrazándose, cantando y mil cosas más; y de vez en cuando coincidía y jugaba con sus amigos los elfos, aunque realmente no sabía si habían salido de la ventana o de su propia imaginación...
Y ni su mamá, ni su papá, ni sus profesores, ni nadie en todo el colegio podían creerse el gran cambio. Desde aquel día, no sólo pasaba muchísimo más tiempo haciendo los deberes, sino que los traía perfectos y llenos de dibujos, estaba muy alegre y no paraba de cantar. Su mamá le decía lo orgullosa que estaba de que se esforzase tanto en hacer unos deberes que sabía que era tan aburridos, pero Carlos decía para sus adentros "cómo se nota que no los hace ella, con lo divertidos que son".
"¡Carloooos, ponte de una vez a hacer los deberes!" Hala, ya estaba su madre dando gritos. Carlos pensaba, "cómo se nota que no los tiene que hacer ella, con lo aburridos que son", y se sentaba durante horas delante del libro, esperando que pasara el tiempo y llegara la hora de la cena. Un día cualquiera, estaba sumido en su habitual búsqueda de musarañas por el techo de su habitación, cuando unos pequeños elfos, de no más de un centímetro de altura, aparecieron por la ventana.
- Buenas tardes, chico grandullón ¿nos dejas tus deberes para jugar? -preguntó uno de ellos cortésmente.
Carlos se echó a reir.
- ¡cómo vais a jugar con unos deberes, pero si son lo más aburrido que hay!. Ja, ja, ja... Tomad, podéis jugar con ellos todo el rato que queráis.
El niño se quedó observando a sus invitados, y no salía de su asombro cuando vio la que montaron. En menos de un minuto habían hecho varios equipos y se dedicaban a jugar con el lápiz y la goma, el libro y el cuaderno. La verdad es que hacían cosas muy raras, como con los cálculos de matemáticas, donde para escribir los números dejaban fijo el lápiz y sólo movían el cuaderno, o como cuando hacían competiciones para la suma más rápida: cada grupo se disfrazaba de forma distinta, unos de Papá Noel, otros de calabaza de Halloween, otros de bolas de queso, y en cuanto terminaban paraban el reloj; el que ganaba tenía derecho a incluir su dibujito en el cuaderno, que acabó lleno de gorros de Papá Noel y calabazas. También eran muy graciosos estudiando la lección: utilizaban canciones famosas y les ponían la letra de lo que tenían que aprenderse, y luego ¡organizaban un gran concierto con todas las canciones!
Carlos disfrutó de lo lindo viendo a aquellos diminutos estudiantes, y hasta terminó cantando sus canciones. Pero el tiempo pasó tan rápido que enseguida su mamá le llamó para cenar.
- Vaya, ¡qué rollo!. Con lo divertido que es esto...- gruñó mientras se despedía.
- ¡Claro que es divertido!, ya te lo dije; ¿por qué no pruebas unos días a hacerlo tú? nosotros vendremos a verte de vez en cuando.
- ¡Hecho!
Así Carlos empezó a jugar con sus deberes cada tarde, cada vez con formas más locas y divertidas de hacer los deberes, siempre disfrazándose, cantando y mil cosas más; y de vez en cuando coincidía y jugaba con sus amigos los elfos, aunque realmente no sabía si habían salido de la ventana o de su propia imaginación...
Y ni su mamá, ni su papá, ni sus profesores, ni nadie en todo el colegio podían creerse el gran cambio. Desde aquel día, no sólo pasaba muchísimo más tiempo haciendo los deberes, sino que los traía perfectos y llenos de dibujos, estaba muy alegre y no paraba de cantar. Su mamá le decía lo orgullosa que estaba de que se esforzase tanto en hacer unos deberes que sabía que era tan aburridos, pero Carlos decía para sus adentros "cómo se nota que no los hace ella, con lo divertidos que son".
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