Razones argumentadas de pq es bna la pelicula el origen
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La ambigüedad moral, las trampas de la mente, la traición —contra el más cercano, contra uno mismo, contra el más amado— el descubrimiento (a veces desgarrador) de la ilusión con la que falsamente alimentamos nuestros deseos, son algunos de los temas que el director Christopher Nolan ha usado en sus películas. En El origen, sin embargo, lo hace de manera particular.
Cobb (homónimo del protagonista de su primer filme y, también, un perseguidor perseguido) tiene la habilidad y la tecnología para introducirse en los sueños de otros y así robarles sus ideas más escondidas y protegidas tanto por su conciencia como por su subconsciente. Un arma que, como tardíamente descubre, es de dos filos.
La dinámica de la inserción en los sueños opera como una obra posmoderna abierta, en la que el espectador funge como coautor a través de la interpretación. En este caso, el arquitecto y ladrón construye el escenario que su víctima, sin saberlo, redecorará y habitará con una multitud de álter egos disfrazados de extras que no son sino sus miedos, frustraciones, anhelos, deseos, recuerdos y, más importante para Cobb, puesto que de eso se alimenta, de secretos que la mente protege en forma de tesoros escondidos en un lugar de difícil acceso, como en una caja fuerte. Así, por ejemplo, puedes estar en un bar y sentirte mirado, acosado incluso, por otros, cuando en realidad, en una especie de ironía kubrickiana, estás sólo contigo mismo. El otro eres tú.
Este ingenioso (pero no del todo original: Strange Days, 1995; eXistenZ, 1999; The Matrix, 1999; Avatar, 2009) mecanismo, con la firma clarísima de Nolan y quizás como una autorreferencia a lo que él y su esposa Emma Thomson han logrado como productores de sus películas, permite, además del robo, construir desde sus cimientos una ciudad que parece real con la persona amada, (¡y sin sudar!; puesto que sólo se trabaja con la mente se prescinde de albañiles, nadie tiene por qué ensuciarse las manos); erigir en un lago la casa donde cada uno creció al lado de su primer departamento y, a tan solo unos metros, el piso de sus sueños. O (y esto gracias al presupuesto) doblar un barrio viejo de Paris, con la cuadrícula de sus calles perfectamente trazada, sobre las cabezas de sus diseñadores, con la facilidad con la que se cierra un libro.
En un inicio, los laberintos mentales expuestos en los filmes de Nolan complican la trama y, conforme avanza y éstos se resuelven, complican nuestra existencia: ¿somos capaces de elegir deliberadamente los recuerdos para justificar nuestra historia? (Memento, 2000); ¿detrás de nuestras ilusiones existe una explicación lógica y aburrida? (The Prestige, 2003); ¿la lucha contra el mal es la exteriorización de nuestros esfuerzos por contener nuestro lado más oscuro? (The Dark Knight, 2008). En concordancia con la oscuridad con la que filma, sus trabajos revelan la abyección humana; por ende, siempre hay una traición.
En El origen resulta perverso que Cobb intente enmendar su acto más cruel y costoso (en términos afectivos) a través de otro episodio igualmente cruel y costoso (en términos monetarios). La película, no hay que olvidarlo, se cuenta desde el punto de vista de un ladrón. Tramposamente, los cuestionamientos morales, junto con el meticuloso entramado de los sueños, se diluye en una insípida historia de corporaciones y herederos que sirve como excusa para un despliegue de efectos especiales de blockbuster veraniego que compite, a fin de cuentas, contra Tom Cruise y su Encuentro explosivo. El buen ritmo de los primeros tres cuartos de película, la clara exposición del universo de Nolan, se colapsan en el último cuarto, como en una caída interminable de explosiones inverosímiles que culmina con un remojón. Tratando de dilucidar las capas de sueños y subconciencias puede tenerse la sensación de estar desentrañando la fórmula de una verdad. Pero sospecho que todo podría tratarse, no de un sueño, tampoco de una ilusión, sino de números en taquilla.
Cobb (homónimo del protagonista de su primer filme y, también, un perseguidor perseguido) tiene la habilidad y la tecnología para introducirse en los sueños de otros y así robarles sus ideas más escondidas y protegidas tanto por su conciencia como por su subconsciente. Un arma que, como tardíamente descubre, es de dos filos.
La dinámica de la inserción en los sueños opera como una obra posmoderna abierta, en la que el espectador funge como coautor a través de la interpretación. En este caso, el arquitecto y ladrón construye el escenario que su víctima, sin saberlo, redecorará y habitará con una multitud de álter egos disfrazados de extras que no son sino sus miedos, frustraciones, anhelos, deseos, recuerdos y, más importante para Cobb, puesto que de eso se alimenta, de secretos que la mente protege en forma de tesoros escondidos en un lugar de difícil acceso, como en una caja fuerte. Así, por ejemplo, puedes estar en un bar y sentirte mirado, acosado incluso, por otros, cuando en realidad, en una especie de ironía kubrickiana, estás sólo contigo mismo. El otro eres tú.
Este ingenioso (pero no del todo original: Strange Days, 1995; eXistenZ, 1999; The Matrix, 1999; Avatar, 2009) mecanismo, con la firma clarísima de Nolan y quizás como una autorreferencia a lo que él y su esposa Emma Thomson han logrado como productores de sus películas, permite, además del robo, construir desde sus cimientos una ciudad que parece real con la persona amada, (¡y sin sudar!; puesto que sólo se trabaja con la mente se prescinde de albañiles, nadie tiene por qué ensuciarse las manos); erigir en un lago la casa donde cada uno creció al lado de su primer departamento y, a tan solo unos metros, el piso de sus sueños. O (y esto gracias al presupuesto) doblar un barrio viejo de Paris, con la cuadrícula de sus calles perfectamente trazada, sobre las cabezas de sus diseñadores, con la facilidad con la que se cierra un libro.
En un inicio, los laberintos mentales expuestos en los filmes de Nolan complican la trama y, conforme avanza y éstos se resuelven, complican nuestra existencia: ¿somos capaces de elegir deliberadamente los recuerdos para justificar nuestra historia? (Memento, 2000); ¿detrás de nuestras ilusiones existe una explicación lógica y aburrida? (The Prestige, 2003); ¿la lucha contra el mal es la exteriorización de nuestros esfuerzos por contener nuestro lado más oscuro? (The Dark Knight, 2008). En concordancia con la oscuridad con la que filma, sus trabajos revelan la abyección humana; por ende, siempre hay una traición.
En El origen resulta perverso que Cobb intente enmendar su acto más cruel y costoso (en términos afectivos) a través de otro episodio igualmente cruel y costoso (en términos monetarios). La película, no hay que olvidarlo, se cuenta desde el punto de vista de un ladrón. Tramposamente, los cuestionamientos morales, junto con el meticuloso entramado de los sueños, se diluye en una insípida historia de corporaciones y herederos que sirve como excusa para un despliegue de efectos especiales de blockbuster veraniego que compite, a fin de cuentas, contra Tom Cruise y su Encuentro explosivo. El buen ritmo de los primeros tres cuartos de película, la clara exposición del universo de Nolan, se colapsan en el último cuarto, como en una caída interminable de explosiones inverosímiles que culmina con un remojón. Tratando de dilucidar las capas de sueños y subconciencias puede tenerse la sensación de estar desentrañando la fórmula de una verdad. Pero sospecho que todo podría tratarse, no de un sueño, tampoco de una ilusión, sino de números en taquilla.
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