quiero un texto que tenga 7veces punto seguido 2 veces punto aparte y 1 punto final
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Trescientas sesenta y cinco palabras separadas por comas, comillas, puntos de exclamación e interrogación. Algún punto sobre alguna i y muchos puntos suspensivos… A veces no sabemos muy bien cómo acabar, y dejar las cosas en el aire sienta bien. Respira.
Doce oportunidades para cambiar de estación, bajarse del tren y cambiar el billete. Por lo menos el de ida, el de vuelta ya es otra cosa. Nuevos caminos que se cruzan.
Doce campanadas que marcan una cuenta atrás con vocación de paso hacia delante. Burbujas de oro que congelan momentos a golpe de brindis. Chin chin, y que todo vuelva a empezar.
Parece que nunca lo tenemos tan claro como en ese momento. Nos hacen falta otros trescientos sesenta y cuatro días para volver a ser capaces de decirnos a nosotros mismos que en esta vida hay que ser feliz.
Necesitamos que algo acabe para que otra cosa empiece. Igual que cuando alguien muere automáticamente valoramos más la vida. Igual que cuando vemos una silla de ruedas sentimos ganas urgentes de correr. Igual que cuando una relación se acaba nos ponemos manos a la obra para volver a encontrarnos con nosotros mismos.
Necesitamos uvas y burbujas para proponernos hacer bien las cosas.
Pero resulta que el mes de enero se acaba. Se acaba y se lleva con él todas las buenas intenciones y los borrones junto a sus cuentas nuevas. Parece que al fin y al cabo, las cosas no han cambiado tanto.
Hablemos de la confianza. Sí, de eso que se suele crear entre dos seres humanos cuando ambos se demuestran que pueden contar el uno con el otro, incluso en los momentos de adversidad. Digamos que hay quien lo ha confundido con el derecho a meterle el dedo en el ojo al de enfrente sin que éste tenga a su vez derecho a quejarse.
Doce oportunidades para cambiar de estación, bajarse del tren y cambiar el billete. Por lo menos el de ida, el de vuelta ya es otra cosa. Nuevos caminos que se cruzan.
Doce campanadas que marcan una cuenta atrás con vocación de paso hacia delante. Burbujas de oro que congelan momentos a golpe de brindis. Chin chin, y que todo vuelva a empezar.
Parece que nunca lo tenemos tan claro como en ese momento. Nos hacen falta otros trescientos sesenta y cuatro días para volver a ser capaces de decirnos a nosotros mismos que en esta vida hay que ser feliz.
Necesitamos que algo acabe para que otra cosa empiece. Igual que cuando alguien muere automáticamente valoramos más la vida. Igual que cuando vemos una silla de ruedas sentimos ganas urgentes de correr. Igual que cuando una relación se acaba nos ponemos manos a la obra para volver a encontrarnos con nosotros mismos.
Necesitamos uvas y burbujas para proponernos hacer bien las cosas.
Pero resulta que el mes de enero se acaba. Se acaba y se lleva con él todas las buenas intenciones y los borrones junto a sus cuentas nuevas. Parece que al fin y al cabo, las cosas no han cambiado tanto.
Hablemos de la confianza. Sí, de eso que se suele crear entre dos seres humanos cuando ambos se demuestran que pueden contar el uno con el otro, incluso en los momentos de adversidad. Digamos que hay quien lo ha confundido con el derecho a meterle el dedo en el ojo al de enfrente sin que éste tenga a su vez derecho a quejarse.
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