quienes fueron los mayores responsables en el consumo de drogas de Luciana?
cuento campo de fresas
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La chica pájaro (Norma, 2015) se mece en las ramas de un árbol. Las telas son sus alas. Pero Mara, o Alma, es un pájaro asustado. Un hombre la quiere apresar. Un hombre le lanza piedras.
En esta novela de la escritora argentina Paula Bombara el tema de la violencia de género se abarca desde el ritmo poético y la liviandad del vuelo. Aquí les presentamos uno de los capítulos más intensos de este libro.
Luego de amanecer en calma en la casa de Leonor. Luego de llegar a la plaza y ser sorprendida por un abrazo. Luego de tanto, Mara gira sola. Tiene apenas una hora para bailar y es lo que más quiere en el mundo.
Mientras trepa al árbol se le agolpan imágenes nuevas y de otros tiempos,
así, en desorden.
El calor de la respiración
cuando Darío la abrazó.
El rostro de su madre,
golpeado, violáceo.
Un abrazo con sus hermanos
cuando los tres eran pequeños.
La luz azul del coche de policía
reflejada en las hojas del árbol.
Aquel atardecer de verano
con sus amigas, aquellas risas.
El llamado a volar
en el fondo de la mochila.
Un puño que baja
y la oscurece.
Se concentra en la tela mientras piensa. Es la mejor manera de alejar los fantasmas.
Tiene que concentrarse o se cae. Ya le ha pasado. No quiere caer.
Entonces tiene que concentrarse, ser su centro de atención. Se ovilla, invierte su postura: cuerpo extendido, cabeza abajo. Se pliega, con sus brazos se incorpora, va la tela enroscándose en sus muslos.
Está sentada en el aire, sostenida solo por su deseo de estar allí arriba, es ella misma quien se sostiene, ella misma y esa tela.
son esos brazos, ese cuerpo, los que tienen la fuerza para sostenerla. Sonríe al pensarlo. Se pasa las cintas por la cadera, se las enrosca con naturalidad, de memoria prepara la pirueta, es parte de sí, como bañarse, como vestirse.
Se lanza hacia adelante. Gira veloz sobre sí misma.
Un pensamiento la sigue desde hace días: ¿por qué no le dijo a Leonor su verdadero nombre?, ¿por qué no dijo que llama a su casa y nadie responde?, ¿por qué siente vergüenza cuando piensa en su vida?, ¿por qué no dijo que quiere ver a su madre?, ¿por qué estar siempre agazapada, a la defensiva?, ¿por qué no pensar que algo bueno puede sucederle?
Porque sí. Porque es así. Porque si me hago ilusiones y no. Duele más que cualquier golpe.
Se mezcla ese pensar en los giros de la tela, en los giros de los cabellos de Mara, en la agitación del aire.
Vida. Este viento es pura vida. Ya todo quedó atrás. Esto es ahora. Esto es otra vida. Ahora.
Vuelve a detenerse y respira. Ha girado tres veces sobre sí misma. Ya no está tan alto. Siente el sol de frente que le devuelve el valor del ahora como un eco sorpresivo. Las hojas del árbol ya no la protegen de la luz.
Piensa que ser llamada de otro modo le hace bien.
Alma.
Alma, se repite, y hace girar su cuerpo para marearse, para que la tela la apriete. Luego, relaja el cuerpo y es la tela la que la gira a ella, en sentido contrario, hasta estar las dos lisas, tensas, estiradas.
Toca un instante la tierra con los pies descalzos y siente el pasto frío junto a su respiración agitada. Enrosca la tela en su pierna con un movimiento de rodilla y vuelve a trepar hasta su rama.
Hoy, después de tantos días en el departamento de Leonor, después de tantos giros, quiere ver el mundo desde lo alto. Quedar ilusoriamente fuera del imán terrestre, sostenida por ese árbol. Sin resistir. Y ahí permanece, haciendo equilibrio con la espalda apoyada en la rama, las piernas cubiertas de turquesa, los ojos fijos en el paisaje, la mente repitiendo una palabra
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