Quien Narra La Historia De La LLAVE DE LA CASA DE Hans Christian Andersen?
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Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Hans Christian Andersen
Explicación:
El marido no había nacido bajo ninguno de estos signos, sino bajo el de la «carretilla», pues siempre había que estar empujándolo. El hombre era ya entrado en años, «bien proporcionado», según decía él mismo, hombre de erudición, buen corazón y con «inteligencia de llave», término que aclararemos más adelante. Cuando iba a la ciudad, costaba Dios y ayuda hacerle volver a casa, a menos que su señora estuviese presente para empujarlo. La señora Consejera lo vigilaba desde la ventana.
-¡Ahí llega! -decía la criada-. Era para poner a prueba la paciencia de la Consejera. Era muy aficionado a entrar en las librerías y ojear libros y revistas. Pagaba un pequeño honorario a su librero a cambio de poderse llevar a casa los libros de nueva publicación.
Las sabía por la llave de la casa. Desde sus tiempos de recién casados, los Consejeros vivían en casa propia, y desde entonces tenían la misma llave. Los domingos era costumbre dar un paseo hasta la puerta del cementerio. O bien se llegaba hasta Friedrichsberg, a escuchar la banda militar que tocaba frente a palacio, y donde se congregaba mucho público para ver a la familia real remando en los estrechos canales, con el Rey al timón y la Reina saludando desde la barca a todos los ciudadanos sin distinción de clases.
-Coge la llave de la calle -dijo la Consejera-, no sea que a la vuelta no podamos entrar en casa. Después de una buena merienda se dirigieron al teatro, pero llegaron tarde. Consistía en obligar a la llave a responder a cuanto se le preguntara, aun lo más recóndito. La llave del Consejero se prestaba de modo particular a la experiencia, pues tenía el paletón pesado.
Cada giro era una letra, empezando desde la A y llegando hasta la que se quisiera, según el orden alfabético. -¡Vamos, vamos! -exclamó, al fin, la Consejera-. A las doce cierran la puerta de Poniente. Varias personas que se dirigían a la ciudad se les adelantaron.
Finalmente, cuando estaban ya muy cerca de la caseta del vigilante, dieron las doce y se cerró la puerta, dejando a mucha gente fuera, entre ella a los Consejeros con la criada, la tetera y la canasta vacía. Por ella podían entrar los peatones en la ciudad, atravesando la caseta del guarda. El camino no era corto, pero la noche era hermosa, con un cielo sereno y estrellado, cruzado de vez en cuando por estrellas fugaces. Cualquiera habría dicho que había bebido demasiado, mas lo que se le había subido a la cabeza no era el ponche, sino la llave.
Finalmente, llegaron a la puerta Norte, y por la caseta del guarda entraron en la ciudad. -¡Ahora ya estoy tranquila! -dijo la Consejera-. Estamos en la puerta de casa. -Pero, ¿dónde está la llave? -exclamó el Consejero.
-¡Dios nos ampare! -dijo la Consejera-. La habrás perdido en tus juegos de manos con el barón. El cordón de la campanilla se rompió esta mañana, como sabes, y el vigilante no tiene llave de la casa. La criada se puso a chillar.
Despertaremos al tendero y entraremos por su tienda. Desde aquella noche, la llave de la calle adquirió una particular importancia, no sólo cuando se salía, sino también cuando la familia se quedaba en casa, pues el Consejero, en una exhibición de sus habilidades, formulaba preguntas a la llave y recibía sus respuestas. Pensaba él antes la respuesta más verosímil y la hacía dar a la llave. Al fin, él mismo acabó por creer en las contestaciones, muy al contrario del boticario, un joven próximo pariente de la Consejera.
Dicho boticario era una buena cabeza, lo que podríamos llamar una cabeza analítica. Ya de niño había escrito críticas sobre libros y obras de teatro, aunque guardando el anonimato, como hacen tantos. No creía en absoluto en los espíritus, y mucho menos en los de las llaves. Estaban solos e intentaron infundir vida a una vieja cómoda, imitando a sus padres.
Y, en efecto, brotó la vida, se despertó el espíritu, pero no toleraba órdenes dadas por niños. Los cadáveres recibieron sepultura en tierra cristiana, pero la cómoda fue conducida ante el tribunal, acusada de infanticidio y condenada a ser quemada viva en la plaza pública. -¡Así lo he leído! -dijo el boticario-. La llave se convirtió en su pasión, en la revelación de su ingenio.
Una noche,