Quien me puede decir un cuento social y su autor por favor
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Coronita plis
Explicación:
Pellín y Toño
Pellín Rodrigo
Respuesta:
La política cimarrona
Juan Nepomuceno era campesino y vivía con su mujer en la sección de Los Domínguez en Puerto Plata.
Su estancia era una prueba de la laboriosidad de los padres de Juan, y una demostración de la haraganería del actual poseedor. Árboles frutales viejos había muchos. Los mangos, los caimitos, los nísperos, los aguacates abundaban; pero del platanal solo se veía escuálidos ejemplares, y no se encontraban ni para remedio batatas, maíz, auyamas y víveres de cualquier clase.-
Hombres, compadre- le decía su vecino Marte-. ¿Por qué no hace usted una tumba a la orilla del arroyo y la siembra de frijoles? Ahí se darían excelentes.
-Compadre… Usted no me conoce. Yo soy justo y no le hago daño a quien no me provoca. ¿Qué perjuicio me han hecho esos palos para que yo le caiga a hachazos? ¿Qué la tierra y la yerba para que yo empuñe un machete o una azada y emplee mis fuerzas contra ellos?
-Pero, compadre, no veo entonces de dónde puede usted sacar el pan nuestro cotidiano.
-No se apure por eso, que días habrá flacos y malos; pero yo tengo mi hacienda. Para eso está la política. Cuando empuño el brogó y suben los míos, lo menos que pesco es una ración de un peso oro diario, y entonces ve usted a su comadre Toñica estrenando un túnica cada quince días.
-¿Y mientras tanto?
-Ah, unas van de cal y otras de arena. Los días malos abren el apetito para los buenos. Si uno se la pasara siempre rollizo y mantecoso, ¿crees usted, compadre, que habría valientes en la tierra? Eso se querrían los tiranos, para durar hasta el fin del mundo.
Juan Nepomuceno se mezclaba en todas las cuestiones suscitadas por el choque entre los intereses agrícolas y los pecuarios.
Si un cerdo se metía en el cercado de un amigo del héroe y le comía las batatas, y el dueño de ellas cogía un arma y acababa con la vida del invasor, Juan Nepomuceno se ponía de parte del agricultor, y era de oírlo razonando y gesticulando.
-La propiedad- gritaba- necesita garantía. ¡Qué amarren los puercos, que son los que tienen patas!
En cambio, si el caso era contrario, es decir, si su amigo era el amo del puerco, entonces se desataba contra los vegetales.
-Miren- decía- que matar un pobre puerco porque, satisfaciendo una necesidad, se como unas tristes hojas de yerba. No hay respeto para el derecho de vida. ¡Es preciso sostener el derecho de inviolabilidad de la vida del cerdo!
Pasaron meses, unos pocos, durante los cuales Juan sufrió muchas miserias y formó una cuenta más larga que un rosario en las pulperías del Camino Real.
La misma Toñica, quien era la resignación en pasta, estaba ya furiosa.
-¿Qué hará esa gente? – se preguntaba a dúo el matrimonio.
Por fin, una tarde llegó Juan a la casa con la cara de Pascua.
-Alégrate y prepárame una buena cena de arenques- dio a Toñica-. Esta noche es la cosa y ponemos un cantón en Los Mameyes.
Cenó, abrazó a su consorte y se fue para el cantón.
En la madrugada se oyó un nutrido tiroteo, y a eso de las ocho de la mañana se aparecieron cuatro hombres en casa de Toñica, conduciendo el cadáver de Juan.
A los gritos de la viuda llegó el vecino Marte y, contemplando el cadáver de su compadre, exclamó:
-Eso da la política cimarrona. ¡Bien se lo decía yo al pobre compadre!
Autor : Juan Ramón López