Estadística y Cálculo, pregunta formulada por melanipenida113, hace 8 meses

Quien es el protagonista en el cuento los omicritas y el hombre pez ?

Respuestas a la pregunta

Contestado por shirleyannabel35
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Respuesta:

Explicación:

AYUDAAA c) Aplicar las características propias de ese tipo de relatos al análisis de este cuento (es decir que, si el cuento es de ciencia ficción, tendré que aplicar y explicar las 4 características del relato de ciencia ficción; y si es fantástico tendré que aplicar y explicar las 5 características del relato fantástico). d) Explicar por qué no es un cuento fantástico o de ciencia ficción (la respuesta a esta consigna va a depender de las anteriores, es decir que si en la respuesta b y c explicaste que es un cuento fantástico, en esta respuesta deberás explicar por qué no es un cuento de ciencia ficción, y viceversa). Los omicritas y el hombre-pez La pecera medía dos metros de alto por uno y medio de ancho. Era de un material rojizo e irrompible, semejante a un cristal de color. En el agua de la pecera se movía (nadaba) el hombre-pez. Medía 50 centímetros de largo, y braceaba con lentitud, como si estuviera meditando. A veces se paraba y miraba extrañamente a los niños marcianos que lo contemplaban. - Está triste – dijo un niño omicrita ese día – Su raza ya está extinguida. La tierra fue destruida hace mucho tiempo, y ahora sólo es una pequeña bola de plomo cuya órbita se ha desplazado hacia Omicron B. - ¡Entonces era un terresiano! - Ni más ni menos. Cuando lo trajeron medía cerca de dos metros de alto y tenía mucha fuerza. Lo pusieron en la pecera para conservarlo, y parece que el frío contrajo su corpulencia. Es muy posible que dentro de cien años más mida un centímetro. Nadie sabe cómo impedirlo. - Si eso es verdad – intervino otro niño – el hombre pez se va a convertir en un gusano. Después morirá. - No. No morirá si se convertirá en gusano – repuso el primer niño – el frío lo reducirá hasta transmutarlo en bacteria Los niños omicritas observaban al hombre-pez y el hombre-pez miraba a los niños extrañamente. A veces abría sus fauces como para decir algo pero su voz también se había reducido. Ahora sólo podía exhalar algo así como un resoplido ronco, penoso. De pronto el hombre pez comenzó a irritarse. En vez de nadar trataba de erguirse como los antiguos hombres que un día habitaron la Tierra. La conducta el hombre pez obedecía a la presencia de Mecranis, omicrita cuyos ascendientes habían participado de la guerra de los mundos. Mecranis, entonces, pronunció estas palabras: - Ese animal que ven en la pecera, que ya no es ni un pez ni un animal sino un mutante próximo a extinguirse, que dio la señal de muerte en la guerra de los mundos. Decíase a sí mismo que se había creado el universo para que él lo destruyera. Cierto día quiso escalar el espacio para dominarlo. Construyó una torre de lanzamiento y amenazó a los planetas de su galaxia con la destrucción. Lanzó miles y miles de robots portadores de eyectores atómicos. Pero los robots se volvieron contra los mismos humanos confundiendo sus mecanismos. El resultado fue la destrucción de la Tierra, el más hermoso de los planetas, convertido ahora en una mole de plomo en órbita de desplazamiento hacia Omicron B, nuestro planeta. Ya es un satélite muerto. El único recuerdo vivo que queda es el hombre-pez de la pecera. Sin embargo, está próximo a extinguirse. Un día morirá y la Tierra será una hipótesis en algún sistema planetario que pobló el cosmos - ¿Y habla el hombre pez? – preguntó uno de los niños. Mecranis extrajo del bolsillo un acuófono: dos pequeñas esferas de cristal unidas por un cable rojizo. Introdujo una en la pecera. La otra fue ajustada al oído del niño. Éste oyó los roncos soplidos del hombre-pez. Las palabras eran siempre las mismas, monótonas, cenagosas. - ¿Qué dice el hombre-pez? – interrogó otro niño. El niño del acuófono pasó la esfera a su compañero. Y éste al siguiente. Y así a los demás. Las palabras del hombre-pez no variaban: - ¡Yo soy el rey de la creación! ¡Yo soy el rey de la creación! Los niños se miraron espantados y resolvieron abandonar el lugar. El frío comenzaba a congelarles el aliento. Juan Jacobo Bajarlía

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