Castellano, pregunta formulada por marcoscorbalan2021, hace 6 meses

que tipo de texto es el juego nocturno de mario Mendez

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Contestado por maictxroblox
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Respuesta: Habíamos crecido mucho desde el primer verano compartido, hacía como seis años: a los doce, Mariana y Lara yaparecían señoritas, como decían las viejas. En cambio, los varones (Valentín, Mauro y yo, el único que había cumplido lostrece) seguíamos pareciendo chicos. O casi.Y ahí estábamos los cinco, a punto de empezar nuestro pequeño rito, cuando se cumplió lo que los varones más temíamos:de entre los árboles vimos salir las siluetas de Fabián y de Lucas, dos chicos más grandes que habían aparecido este año enPlaya Grande, en las carpas de las que nosotros nos creíamos dueños absolutos. Venían por las chicas, qué duda podía caber.Lucas y Fabián, quince o dieciséis años, nadie lo sabía, eran nuevos en ese rincón de Mar del Plata que teníamos como nuestroy producían en la banda dos efectos absolutamente opuestos: a las chicas les encantaba que las vinieran a rondar, y losrecibían con risitas nerviosas y sonrisas tímidas. A los varones nos provocaban un odio feroz. A Valentín, por ejemplo, quehabía sido novio de Lara los últimos dos veranos, la presencia de los dos advenedizos le afectaba hasta la piel: se poníaliteralmente bordó, y le salían manchones por toda la cara. A Mauro y a mí, que desde el verano anterior competíamos casi sinpeleas por la atención de Mariana, los nuevos nos desagradaban tanto que nos quedábamos mudos, con la vista en el suelo,apenas levantando la cabeza para mirarnos entre nosotros, destilando bronca cuando las chicas les festejaban las ocurrencias.Para colmo, si bien Lucas parecía ser más o menos un buen pibe, el otro, Fabián, era decididamente desagradable. Se lapasaba haciendo bromas pesadas, de mal gusto, chistes tan tontos que a veces ni el amigo le festejaba. Pero no parecía darsecuenta de que su actitud no le gustaba a nadie, e insistía. Y su blanco predilecto era

Mauro, al que llamaba “Joroba”,

burlándose de la postura de nuestro amigo, que siempre caminaba medio encorvado.Y, por supuesto, no compartían ninguno de nuestros códigos. No entendían nuestras bromas internas y, por eso, lasdescalificaban como si fueran

tontas o “de chicos”. Así dijeron cuando Mariana les contó lo que estábamos haciendo en el

supuesto fogón del parque, y Fabián, fiel a su costumbre agregó una broma estúpida:-Che, Joroba, en vez de contar cuentitos, por qué no te disfrazás de monstruo, que seguro te sale bárbaro.Mauro se levantó, lo miró con furia y le dijo, según me contó después, lo primero que le vino a la cabeza:-

Si no te gustan los cuentos, juguemos a algo.-¿A las muñecas?-le respondió el desagradable.-No, a lo que vos quieras, pero el que pierde paga una prenda: va al cementerio de noche.Todos nos quedamos mudos. De día, el cementerio no alcanzaba ni para paseo turístico, era solamente un paredón gris y alfinal de la calle Alem, detrás del cual se adivinaban los panteones, las tumbas, los nichos. La gente iba a los bares de la zona, alos negocios de ropa o a las heladerías, y cruzaba frente a la mole gris sin notar siquiera su presencia. Pero de noche era biendistinto. El paredón enorme se convertía en una valla; los portales antiguos y altos estaban cerrados sin llave porque no hacíafalta impedir el paso: nadie querría meterse en el cementerio cuando caía la noche.Pero Fabián, claro, no se achicó. Dijo que él jugaba a lo que quisiéramos, y entre todos empezamos a discutir a qué íbamos

a jugar. Finalmente decidieron las chicas: jugaríamos al “chancho”, y como ellas también participarían del reto, pusieron com

ocondición que los perdedores fueran dos: de ninguna manera aceptarían caminar solas entre las lápidas, en plena oscuridad.

Los dos primeros que completaran la palabra “chancho” irían juntos al cementerio, y, para probar que habían entrado,

traerían una pelota que patearíamos hacia adentro un minuto antes. Había que buscar la pelota entre las tumbas y traerla,estaba prohibido salir sin ella.

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