-- ¿Qué tipo de derecho es el de aprender y cuál el de enseñar?
porfi es urgente
Respuestas a la pregunta
Respuesta:Al hablar de derechos humanos y educación es lugar común que nos acordemos del derecho de toda persona a recibir educación. No hay dudas al respecto. Son muchos los lugares donde especialmente la infancia está condenada a trabajos en régimen de esclavitud y explotación a todos los niveles. No es de recibo. El derecho a aprender es incuestionable y prioritario en cualquier agenda política decente.
En tantas ocasiones el curriculum oculto de los sistemas educativos impulsa procesos que conducen a la absolutización de la esfera laboral, apuntalando funcionalmente aprendizajes ligados al éxito profesional y a la competitividad, en un suelo donde poco a poco se borran las huellas de las propias las raíces sociales y culturales.
El filósofo Josep Mª Esquirol acuña el término “afueras” como ese espacio ocupado por quienes viven en las periferias del mundo y cuyos derechos básicos son vulnerados. “En todos los rincones de las afueras hay personas que, con su manera de ser, curan las heridas del mundo”, escribe Esquirol. Además de superación, cabe hablar de sanación desde formas de ser que humanizan la vida y le aportan una calidad que no cabe en ninguna hoja Excel de evaluación. Hay personas que saben, y mucho, de resiliencia en medio del sufrimiento, de perdón y reconciliación en medio de conflictos bélicos, de trabajo cooperativo en medio de un sistema económico que descarta a los más vulnerables.
Cabría hablar del derecho a la educación en términos de producción de saber y de conocimiento, de vincular redes de apoyo mutuo y de construir modos de vida humanizadores por parte de las gentes que habitan en las afueras del sistema; allí donde la vida cuesta poco, pero late con mucha intensidad. Digámoslo sin rodeos: los pobres tienen derecho a enseñar y a enseñarnos.
Desde las afueras del mundo emerge un principio de humanización y de cuidado capaz de producir frutos anclados en prácticas que despliegan las capacidades que saben a vida buena y que desarrollan inteligencia colectiva; aquella que -recordamos con José Antonio Marina- hace posible que personas ordinarias sean capaces de hacer cosas extraordinarias en función de los vínculos y redes que trenzan entre ellas. Esa inteligencia colectiva favorece cruces que enriquecen la vida poniendo en práctica el derecho a aprender y a enseñar de modo simultáneo.
De un modo muy concreto, el derecho a la educación se plasma en el derecho a tomar la palabra por parte de todas aquellas personas que en virtud de su situación personal o social son invisibilizadas, desatendidas, no escuchadas y silenciadas. Tomar la propia palabra, entones, se convierte en un acto que reivindica la humanidad y la dignidad de cada ser humano, en medio de una sociedad repleta de prejuicios, estereotipos y juicios a priori sobre lo que da de sí cada persona.
Decir educación es pronunciar con hechos que nos educamos entre todos los agentes que participan en el acto educativo. En la actualidad, las aulas pobladas por decenas de nacionalidades diversas originan no pocas distorsiones, anomalías y quebraderos de cabeza, pero constituyen el comienzo de una nueva forma de convivencia, entendida no solo como el arte de vivir entre gentes diversas sino como la capacidad de darse vida buena los unos a los otros, desde la búsqueda del mejor futuro que emerge para todos.
Explicación:
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