que tipo de control debo tener frente a los disensos?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
E l mundo atraviesa una época de crisis pocas veces vista en la historia. Los salvajes bombardeos sobre la
población civil de Yugoslavia, a pocos centenares de kilómetros del corazón mismo de Europa, son un
recordatorio tan doloroso como inevitable a la hora de prologar este libro. Europa está, una vez más, en guerra
consigo misma, con sus propias entrañas, como alguna vez dijera Garcia Lorca. Y si bien pudiera objetarse que
este libro no tiene por misión examinar las causas de tan terrible desenlace, no es menos cierto que la violencia
inusitada de la guerra en los Balcanes no es para nada ajena a los procesos de restructuración capitalista que se
sintetizan en la así llamada “globalización” y acerca de cuyos impactos sobre América latina versa el trabajo que
tenemos el honor de prologar.
Sin llegar a los horrores que hoy abruman a Yugoslavia, en esta parte del mundo también vivimos “tiempos
violentos”. De ahí el título de nuestro libro. Violentos por la gravedad de la crisis social que afecta al conjunto de
América latina, y que se expresa en cruentos procesos de desintegración social y la fractura de las redes
colectivas de solidaridad que, en un pasado no muy lejano, colaboraron eficazmente a mejorar las condiciones
de existencia de grandes sectores de nuestras sociedades. Violentos por la disolución de las formas más
elementales de convivencia social que alimentan el círculo vicioso de la impunidad, el crimen, la corrupción, el
narcotráfico, la exclusión social y la marginación. Violentos por la sorda y molecular violencia contenida en el
“darwinismo social” del mercado, con su cortejo de previsibles minorías ganadoras e igualmente previsibles y
multitudinarios perdedores.
Tiempos violentos, en consecuencia, cuando una nueva y cruenta fase de acumulación originaria tiene lugar
en nuestra región y mediante la cual se produce una inédita concentración de poder, riqueza e influencia social
en manos de un grupo cada vez más reducido de la población, mientras que vastas mayorías nacionales son
relegadas a la marginación y a la desesperanza, a la exclusión y la pobreza. Las cifras que grafican este
verdadero holocausto de la globalización neoliberal son de sobra conocidas. En las páginas que siguen el lector
habrá de encontrar nuevas evidencias. Basta por el momento con recordar que si a comienzos de los años
cincuenta el ingreso per cápita de los países de América Latina equivalía aproximadamente al 50 % del que
tenían los habitantes de los países industrializados, al iniciarse la década de los noventas esta proporción había
descendido a la mitad. El abismo que separa a los países pobres de los ricos se reproduce en el seno mismo de
cada una de estas sociedades, en donde la polarización parece avanzar de una manera irresistible, tanto en los
capitalismos metropolitanos como en los que pertenecen a la periferia del sistema. Según datos de la UNESCO
y la UNICEF cada año mueren alrededor de 16 millones de niños a causa del hambre o de enfermedades
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curables, buena parte de ellos en esta parte del planeta. La mera magnitud de la cifra es sobrecogedora, pero se
halla invisibilizada ante los ojos de una “opinión pública” cuyas percepciones y sentimientos son modelados por
las estructuras más refractarias a las tendencias democratizantes que, en este siglo, conmovieron y
transformaron a todas las instituciones: los medios de comunicación de masas, gigantescos emporios privados
que dominan sin contrapesos, especialmente en América Latina, la esfera pública. Estos medios reproducen
incesantemente una visión conformista y optimista de la realidad, y ocultan los estragos que las políticas
neoliberales están produciendo en nuestros países. En cuatro años los niños victimizados por la violencia
neoliberal, violencia “institucionalizada” que se oculta tras los pliegues del mercado, igualan a los 60 millones de
muertos ocasionados por la Segunda Guerra Mundial. Como bien lo observara Ernest Mandel, “cada cuatro años
una guerra mundial contra los niños.”
Este libro pretende ser una contribución a la impugnación del “pensamiento único”, ése que nos aconseja
conformarnos con lo que existe, que adormece nuestra voluntad de cambio y que ciega nuestros ojos ante la
búsqueda de alternativas. La continuidad misma de la vida civilizada y la preservación del estado democrático
exigen imperiosamente abandonar las políticas neoliberales responsables de este verdadero holocausto social.
Explicación: