¿Qué tipo de adaptaciones ha permitido a las especies poblar diversos ecosistemas?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Éstos son dos conceptos imprescindibles para comprender la relación establecida entre cualquier ser vivo y su entorno. En general, la eficiencia es la relación entre el esfuerzo realizado y el beneficio obtenido; en este contexto particular, expresa la cantidad de energía requerida para el mantenimiento de la vida. Por otra parte, la capacidad de carga expresa la cantidad de vida que una determinada zona puede sostener en función de dos variables: la cantidad de energía disponible[1] y la eficiencia con que las distintas especies de seres vivos la emplean. Dada una cantidad determinada de energía en unas condiciones concretas, resulta que a una mayor eficiencia corresponderá una mayor capacidad de carga.
La totalidad de los seres vivos son sistemas de una complejidad muy elevada y una eficiencia bastante limitada a un máximo teórico del 10% (Kormondy, 1976). Sin embargo, difieren en el origen de la energía empleada. Sólo aquellos seres que usan la fotosíntesis pueden aprovechar directamente la energía solar;[2] el resto de los seres vivos, por el contrario, se alimentan a su vez de otros seres, de los que obtienen su propia energía. De esta forma, se puede hacer una primera clasificación de los seres vivos en función de su fuente primaria de energía: las plantas fotosintéticas obtienen su energía directamente del Sol, con una eficiencia real inferior al 1%. Los herbívoros se alimentan de las plantas; su eficiciencia real se aproxima bastante al 10%; aún así, puesto que únicamente acceden a la energía ya asimilada en la fotosíntesis, la eficiencia global se sitúa por debajo del 0,1%. Los depredadores se alimentan de hervíboros, con una eficiciencia similar, por lo que la eficicia global vuelve a dividirse por diez. Por último, los superdepredadores se alimentan incluso de otros depredadores, por lo que la eficiciencia global se reduce aún más.[3] El esquema anterior es conocido como pirámide o cadena alimenticia; cada eslabón de esta cadena supone un descenso significativo de la eficiencia global, de forma que el número de depredadores y superdepredadores soportados por un hábitat es muy inferior al de herbívoros y éste muy inferior al de plantas.[4] Este conjunto de relaciones entre seres vivos y soporte material recibe el nombre de ecosistema. En el seno de este sistema se produce una circulación de todos los elementos necesarios para la vida en el que cada uno de los constituyentes (aporte energético, sustrato mineral y seres vivos) juega su propio papel.
Es éste el contexto donde debemos situar a los primeros seres humanos que poblaron el planeta. Aparentemente, los primeros humanos eran básicamente herbívoros, complementando esta dieta con proteínas obtenidas de animales muertos. Sin embargo, su capacidad tecnológica, que les permitía no sólo emplear herramientas como hacen otros animales, sino también fabricarlas, pronto les permitió acceder a nuevas fuentes de alimento, llegando a convertirse en auténticos superdepredadores. Fue también esta capacidad tecnológica la que les permitió extender sus dominios por las más diversas regiones de la Tierra, accediendo a lugares que por su clima o su escasez de alimentos les habían estado vedados hasta entonces.
En esta breve exposición, sin embargo, no hay ninguna discontinuidad; los humanos son parte integrante de los ecosistemas naturales, integrándose en ellos sin producir mayor alteración que otros superdepredadores.[5] Su vida se desarrolla a través de una constante interdependencia con el resto de los seres vivos de su entorno y con la totalidad del territorio. El equilibrio del conjunto se garantiza a través de la mutua dependencia: ninguno de sus elementos llega a sobresalir sobre el resto, ya que la ruptura del equilibrio sólo puede conllevar la transformación del mismo, con un nuevo equilibrio en el que las partes tomen un protagonismo distinto.[6]
Explicación: