¿que tiene que suceder para que una teoría sea refutada?
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Respuesta:
En 1973 se inició una amistad con el doctor William Sanders —a quien sus amigos simplemente llamábamos "Bill" o "Guillermo"— que poco después conduciría a una obsesión que duró más de 25 años, y a la que espero que con este trabajo pueda poner punto final. Para entender ambas hay que retroceder en el tiempo.
Bill, como todos sabemos, era un formidable polemista, sus argumentos eran claros y contundentes y exigía lo mismo de sus interlocutores. Claro, aplicando buenas dosis de ironía y otros recursos retóricos con tal de avanzar su punto de vista, herencia que él adjudicaba a sus ancestros irlandeses. El tono de las discusiones tendía a subir, dado que Armillas sacaba entonces a relucir todo su espíritu español, republicano para más señas, y Flannery no se quedaba atrás, aunque siempre con un estilo mucho más mesurado y menos estridente. La mezcla era explosiva y fue muy claro, desde un principio, que había diferencias fundamentales entre nuestros profesores, en particular sobre lo que constituía o no una buena explicación para procesos como los orígenes de la agricultura, el cacicazgo o el Estado, o bien, sobre la confiabilidad del registro arqueológico e incluso sobre tareas aparentemente más mundanas, como la manera en que debían construirse las tipologías cerámicas.
No se suponía que la discusión se alargara, dado que la tarde empezaba a caer y había que regresar a Oaxaca, pero fue subiendo de tono, de forma tal que aunque algunos compañeros ya habían abordado nuestro flamante minibus "Ramírez", nuestros maestros seguían debatiendo acaloradamente el asunto. A medida que la ironía aumentaba, lo hacía la pasión y las cosas empezaron a ponerse potencialmente feas. Fue entonces que, preocupado por que aquello acabara mal y produjera un distanciamiento entre tres personas que desde entonces se habían hecho ya entrañables para mí, se me ocurrió una idea que, según yo, tendía puentes entre sus posiciones y permitiría cerrar la polémica en un tono positivo. Así que, animado de valor y frustrado porque a pesar de pedir la palabra nadie me la daba, dije "Yo creo que..." y antes de que pudiera terminar la oración Armillas, con ojos fulminantes y blandiendo su bastón como la espada de San Miguel, me contestó, "¡A creer, a la Iglesia; en la ciencia se argumenta!".
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En donde la pasión nunca subsidió fue en torno al tipo de explicaciones que debería buscar la arqueología; aún en Mérida, a quien le tocó una de esas "lecciones de vida" que estaban a la orden del día, fue a Otto Schondube, quien había iniciado apenas su participación en la plática con un recuento de la historia cultural de algún sitio, cuando le cayeron encima de inmediato Bill y Pedro diciendo que había que ir más allá del particularismo de la historia cultural; Otto, sorprendido porque su argumento claramente intentaba ir más allá de ser un recuento de datos, intentó contestar algo. Tuvo poca fortuna por la respuesta que se llevó (que no es factible reproducir aquí ni la manera en que Otto gallardamente contestó). Pero el incidente puso claramente en evidencia la posición de Bill y de Armillas: el centro, el punto de partida, deben ser siempre las preguntas de gran alcance las que generan, a su vez, explicaciones poderosas articuladas en teorías de escala cada vez mayor. La teoría tenía precedencia. La empiria era relevante sólo en función de alguna teoría; y este punto de vista, según yo, también lo compartía Flannery.
Explicación: