que se consigue cuando procrastinamos?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:La llegada de septiembre supone empezar un curso nuevo o, para muchos, la vuelta al trabajo. Y como ocurre también en Año Nuevo, llega también la lista de buenos propósitos. Hacer más ejercicio, aprender idiomas o dejar de fumar son muy comunes, pero otro que no suele faltar es el de llevar las cosas al día o, siendo más realistas, procrastinar menos que la temporada anterior.
Todos hemos pospuesto en algún momento aquellas tareas que no nos apetecía nada hacer, pese a que sepamos que no podemos olvidarnos eternamente, y que después nos estresaremos más para poder realizarlas. Aunque esto pueda parecer simplemente vagancia u holgazanería, recientes estudios en psicología sugieren que la procrastinación, ese posponer tareas, generalmente se debe fundamentalmente a problemas de gestión emocional.
Puede parecer vagancia, pero recientes estudios indican que la procrastinación es cuestión de gestión emocional
Puede parecer vagancia, pero recientes estudios indican que la procrastinación es cuestión de gestión emocional (mediaphotos / Getty Images/iStockphoto)
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“Procrastinar es un acto completamente irracional”, explica el psicólogo Cristian Mantilla. “Estamos divididos entre el aspecto emocional, el del deseo inmediato, y el racional, que tiene objetivos a largo plazo”. Nuestro lado racional es el que sabe que si enviamos ahora ese email, vamos a hacer la compra o estudiamos el primer tema del examen, en el futuro estaremos más tranquilos por haber hecho las cosas con tiempo. Nuestro lado emocional, en cambio, es al que en este momento le apetece irse de cañas o sentarse en el sofá y descansar, y dejar el trabajo para más tarde.
Y cuando gana el lado irracional suele ser porque visualizamos la tarea como desagradable, y priorizamos el bienestar inmediato. Para Mantilla, existen tres factores clave que explican este comportamiento: el valor, la impulsividad y la expectativa. Es decir, si para nosotros la tarea tiene poco valor, o la recompensa esperada es mínima, es más fácil que abandonemos. De la misma manera, alguien impulsivo es más probable que se rinda ante lo que le apetece hacer realmente. Pero sobre todo, influye lo que esperamos de nuestro trabajo.
Si somos impulsivos o damos poco valor a una tarea es más fácil sucumbir al deseo inmediato y aplazarla
“Nosotros generamos expectativas sobre lo que tenemos que hacer”, aclara Mantilla. “Y esas expectativas pueden ser negativas, porque realmente no nos gusta la actividad, o porque tenemos una imagen equivocada de nosotros mismos”. En este sentido, se puede pecar de exceso de confianza o de falta de ella. “Si sobreestimamos nuestra capacidad de trabajar, quizás luego nos agobie la falta de tiempo; y si tenemos una autoestima baja, es posible que no nos veamos capaces de hacer algo y tiremos la toalla antes de empezar.”
Poder enfrentarnos al rechazo que nos generan los proyectos sin empezar requiere un esfuerzo por nuestra parte. Para empezar, debemos identificar por qué nosotros procrastinamos. Jose Ignacio Azkue, experto en productividad personal, señala que la aversión a un trabajo muchas veces se debe a que no sabemos cómo gestionarlo.
La autoimagen cuenta
“Si nos sobreestimamos, quizá luego nos agobie la falta de tiempo; si tenemos autoestima baja, quizá tiramos la toalla antes de empezar
CRISTIAN MANTILLA Psicólogo
“A veces tenemos miedo al resultado que va a dar nuestro trabajo, porque creemos que no va a salir bien o que no estaremos a la altura. Pero otras veces, es el planteamiento lo que dificulta que nos dediquemos a algo”, comenta.
Es decir, si una tarea nos parece demasiado complicada, grande, o indefinida, es mucho más probable que la aplacemos. Según Azkue, si no tenemos claro qué hacer o en qué orden hacerlo, nos agobiamos, porque es difícil afrontar las cosas abstractas.
Si una tarea es complicada o no sabemos por dónde comenzar es más fácil que la aplacemos
Si una tarea es complicada o no sabemos por dónde comenzar es más fácil que la aplacemos (kjekol / Getty Images/iStockphoto)
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Por ello, el primer paso es dividir un proyecto grande en pequeñas tareas asequibles, y después priorizar. “Debemos pensar en cuáles de estas tareas son más importantes, y dedicarles nuestra atención. Muchas veces focalizamos nuestra energía en trivialidades o cosas más fáciles, y cuando vemos que no hacemos lo principal crece el estrés”.