Historia, pregunta formulada por agustinadelmas10, hace 10 meses

que rescatan Sarmiento y Alberdi de la paz rosista?

Respuestas a la pregunta

Contestado por cabermeo
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Respuesta:

gracias

Explicación:

La singularidad y trascendencia de Domingo Faustino Sarmiento como carácter han dejado sus huellas en la producción literaria del publicista sanjuanino. Sus escritos son siempre acciones políticas, que, directa o indirectamente, contienen ingredientes autobiográficos. Con acierto lo definió Bernardo Canal Feijóo: «lo que mejor logró fue "decirse"»1. En su escritura, todo apunta, en última instancia, a la emergencia del «yo». La declaración expresa y reiterada del valor de lo personal desde sus primeras páginas: «Yo no conozco, en los asuntos que son personales, otra persona que el yo»2, le valió que sus contemporáneos lo apodaran, con mayor o menor malicia, «don Yo», expresión que él mismo utilizará para autodefinirse, en 1879, desde una banca del Senado de la Nación.

Su prosa franca y eficaz soportó la carga de su extrema sinceridad sin temer a nada ni a nadie. Si falta a la verdad, su escritura se consagra a crearla, como ocurre en Recuerdos de provincia, donde se inventa un linaje falso, con la asistencia del poder persuasivo de su palabra3. Como personalidad contradictoria y conflictiva, Sarmiento traslada a su producción escrita su condición esencialmente polémica. Impregnada de fines pragmáticos inmediatos, su escritura revela una voluntad tenaz de ver sus ideas hechas realidad. Su dogmatismo lo llevó a disponerse a «luchar» para imponerlas, sin detenerse a considerar que pudiesen existir otras ideas que las de él.

Por su temperamento no sólo polemizó como publicista, sino que su obra y su acción suscitaron polémicas: canonizado cívicamente por los liberales del ochenta y condenado por los revisionistas o los clericales, aún hoy en día Sarmiento suscita opiniones encontradas y se erige como emblema de nuestra cultura desgarrada.

La actitud polémica en la producción textual de Sarmiento es síntoma de su alma ardiente, apasionada, de hombre impulsivo y combatiente, y arranca al mismo tiempo de su concepción de la escritura como «medio y arma de combate», como lo expresa en el Prólogo a la Campaña en el Ejército Grande: «... Soldado, con la pluma o la espada, combato para poder escribir, que escribir es pensar; escribo como medio y arma de combate, que combatir es realizar el pensamiento»4.

Los críticos no siempre han sabido comprender la dimensión polémica del discurso sarmientino; es frecuente encontrar juicios subestimativos de esta faceta de la obra de Sarmiento que enfatizan sus aspectos negativos, adjudicándolos a una actitud acre, violenta y egoísta, propia de la mezquindad destructiva del prócer. Desde una postura opuesta, María Emma Carsuzán señala una funcionalidad positiva en las primeras polémicas sarmientinas: «... para atraversar la corteza obstinada de la indiferencia pública; para extender la lectura del periódico y del libro; para que se formase la conciencia nueva de un país nuevo; para que se escribiese libremente por obra de las ideas y de los sentimientos propios y auténticamente nacionales, sin ajustarse a moldes arcaicos; para que las mujeres salieran de su marasmo hogareño; para que se formara el hábito de la concurrencia al teatro, y se apoyaran las manifestaciones artísticas y, también, los ensayos de autores noveles»5.

II

Desde los primeros artículos chilenos, en su mayoría, antirrosistas, emerge la figura de Sarmiento como polemista brillante y apasionado. Desde la perspectiva de una literatura predominantemente social y política, no desentendida de la circunstancia que le loca padecer: el exilio, la escritura de Sarmiento alza vuelo y cobra vigor, al vislumbrar un adversario real y constituirlo en destinatario negativo de la enunciación. La función del enfrentamiento con un adversario / enemigo, contribuye a robustecer la capacidad expresiva del discurso que busca «sacudir», «conmover» y «convencer» a sus lectores chilenos. El discurso polémico de Sarmiento se configura, desde sus escritos chilenos, como una «lucha entre enunciadores», en la que adquiere un papel singular la cuestión del «adversario». Al respecto, advierte Eliseo Verón que esta cuestión «... significa que todo acto de enunciación política supone necesariamente que existen otros actos de enunciación, reales o posibles, opuestos al propio. En cierto modo, todo acto de enunciación política a la vez es una réplica y supone (o anticipa) una réplica. Metafóricamente, podemos decir que todo discurso político está habilitado por un otro negativo...»6.

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