¿Qué relación tiene “De la risa al llanto” con una obra dramática?
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Alberto y Patricia (Daniel Grao y Malena Alterio) son los padres que sufren esa orfandad a la inversa, tan terrible que ni siquiere tiene una palabra que la defina en nuestro idioma. Ella, lucha contra su suerte y gracias a no darse por vencida logra enfocar la muerte como parte de la vida. Él, trata de encontrar entre las ruinas del dolor motivos para seguir viviendo y para continuar siendo una familia pese al sufirmiento que le recorre. Además del matrimonio protagonista, también pasean sus tribulaciones sobre las tablas la hermana de Patricia, Lucía (Belén Cuesta), la madre de ambas, Lola (Carmen Balagué), y David (Itzan Escamilla), el chico que atropelló mortalmente a Dani. Juntos intentan encontrar la manera de convivir con el recuerdo y mitigar la pena, ya que el dolor, como asegura el personaje de Lola, que también perdió a un hijo, nunca desaparece.
En la pieza original, Lindsay-Abaire encuentra el mejor caldo de cultivo posible para su ideal del nuevo drama americano, donde conviven pasajes puramente dramáticos con otros adscritos con plenitud a la comedia; en el fondo, el invento sirve en bandeja un realismo reconocible por el gran público en cuanto la existencia cotidiana, pero más aún en sus trances decisivos, se resuelve precisamente así, con el paso continuo de la risa al llanto. Es por eso que Serrano define Los universos paralelos como una obra optimista. «La historia de la función es muy dura, pero Lindsay-Abaire la cuenta de una manera que hasta resulta divertida y terapéutica», explica. «La función muestra un camino para no quedarse enganchado al dolor y para poder seguir viviendo incluso después de haber vivido la experiencia más traumática posible». La comedia, la risa, se convierte así en un puntal al que aferrarse contra viento, marea y todo tipo de pérdidas afectivas. Un manual de instrucciones al que, lejos de la ficción, nunca se debería recurrir.
En cuanto a la escenografía, el director y los actores juegan con dos espacios escénicos bien definidos: la habitación del niño, testimonio de la pérdida, y el salón/cocina, donde transcurre casi toda la acción de la obra. «Es una escenografía que escapa del realismo, pero que, al mismo tiempo, funciona como una casa reconocible y real», afirma Serrano. La puesta en escena utiliza el juego de luces y sombras para subrayar la emoción de los actores, entrelazándose las entradas y salidas de personajes en una sucesión encadenada de escenas y diálogos que añaden dinamismo y verosimilitud. «Todo el trabajo de puesta en escena y de iluminación se ha hecho para potenciar el trabajo actoral que es, sin duda, lo más importante en esta obra».
En este contraste entre los diálogos complejos de personajes muy poliédricos y el dolor desnudo y simple, el mensaje es claro: «siempre hay una salida, siempre hay una ventana que se puede abrir para que entre la luz, siempre hay algo a lo que aferrarse, la vida prevalece si queremos que así sea y luchamos por ello», recuerda el director. Y flotando en el aire la pregunta clave del autor: ¿Cómo reponerse del dolor y de una pérdida irreparable sin dejarse llevar por la desesperación? Para David Serrano está claro, «David Lindsay ofrece una alternativa, quizá la única posible para conseguir que nuestra propia vida pese más que la vida que se ha perdido: no se trata de olvidar, sino de aprender a convivir de una manera sana con el recuerdo».