que relacion encuentra entre la fe y los valores del ser humano
Respuestas a la pregunta
1. Al valor de la vida humana se puede llegar por la razón. Dice la encíclica Evangelium vitae: "Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2, 14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término" (n. 2). Así lo expresa Benedicto XVI: "No somos un producto casual de la evolución, sino que cada uno de nosotros es fruto de un pensamiento de Dios: somos amados por Él". En la comienzo de la cita de Evangelium vitae conviene detenerse, para fijarse quizá en ese "aun entre dificultades e incertidumbres", pues con frecuencia las culturas, sin ir más lejos la nuestra, no están abiertas a esa herencia moral que nos han dejado los mejores representantes de la humanidad.
2. Si el valor de la vida se puede comprender por la razón, ¿para qué necesitamos a Dios? El Papa responde evocando una experiencia humana: "La muerte de la persona amada es, para quien la ama, el suceso más absurdo que se pueda imaginar: ella es incondicionalmente digna de vivir, es bueno y bello que exista (el ser, el bien, la belleza, como diría un metafísico, son transcendentales intercambiables). Igualmente –continúa–, la muerte de esta misma persona aparece a los ojos de quien no la ama como un suceso natural, lógico (no absurdo)". Ante esta situación, se pregunta Benedicto XVI: "¿Quién tiene razón? ¿El que la ama (‘la muerte de esta persona es absurda') o el que no la ama (‘la muerte de esta persona es lógica')?"
El Papa entiende que "la primera posición [que la muerte del ser amado es una cosa absurda e irracional] se puede defender solamente si toda persona es amada por un Poder infinito; y este es el motivo por el que necesitamos a Dios".
En efecto, cabe deducir por nuestra parte: si Dios no existiera, no se plantearía que la muerte no sea natural, pues sobreviene siempre; algo parecido cabría deducir si Dios no fuera un poder infinito. Solamente "protesta" contra la muerte quien no la considera como "natural", y sabe o intuye que de alguna manera puede ser vencida. Y esa intuición, que manifiesta el que ama, no puede ser una mentira irracional.
Prosigue Benedicto XVI apelando a la experiencia: "De hecho, quien ama no quiere que la persona amada muera; y, si pudiera, lo impediría siempre. Si pudiera... El amor finito es impotente; el Amor infinito es omnipotente".
Por tanto, podríamos decir, el anhelo de amar eternamente, o tiene un sentido que Dios de alguna manera llena, o no lo tiene; y entonces es un engaño de la naturaleza; pero un engaño "universal", un sinsentido que se daría en todos los que aman; pero los mejores representantes de las culturas se han negado a aceptar ese sinsentido, sugiriendo que el anhelo de un amor eterno de alguna manera nos vincula a Dios.
3. Pues bien, señala el Papa, la fe confirma el valor de la vida humana con certeza: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3. 16). Sí, interpreta Benedicto XVI, Dios ama a toda persona, y, este amor la hace digna de vivir. En la misma línea lo entiende Juan Pablo II: "La sangre de Cristo, a la vez que revela la grandeza del amor del Padre, manifiesta qué precioso es el hombre a los ojos de Dios y qué inestimable es el valor de su vida" (EV, n. 25).
Aquí surge un problema: "En la época moderna el hombre ha querido sustraerse a la mirada creadora y redentora del Padre (cf. Jn 4, 14), apoyándose sobre sí mismo y no sobre el Poder divino. Casi como sucede en los edificios de cemento armado sin ventanas, donde es el hombre el que controla la ventilación y la luz, igualmente, incluso en un mundo autoconstruido, utilizamos los ‘recursos' de Dios para transformarlos en nuestros productos". Se plantea el Papa: "¿Qué decir entonces? Es necesario volver a abrir las ventanas, ver de nuevo la amplitud del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo".
¿Cómo lograrlo? ¿Cómo hacer justicia a la realidad, concretamente, en cuanto al valor de la vida humana? "De hecho –subrayemos la afirmación de Benedicto XVI– el valor de la vida se vuelve evidente solamente si Dios existe".
4. Por eso, retomando un consejo de Pascal a sus amigos no creyentes, que Joseph Ratzinger viene dirigiendo desde 2005 también a los amigos que no creen, propone: "Por eso, sería bello que los no creyentes quisieran vivir ‘como si Dios existiese'".