Qué relación encuentra entre la expansión Ganadera y los baldíos
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Como paso previo al estudio de la situación ganadera en la actualidad es preciso considerar cómo se ha desempeñado la actividad a lo largo de las últimas décadas. En este sentido, el escenario actual constituye un reflejo de los cambios estructurales que se observan en el agro argentino desde mediados de los setenta, y que no se han visto modificados en lo sustancial en el último tiempo.
En lo referente a la ganadería, el análisis de la evolución a largo plazo de algunos de sus indicadores más relevantes señala que se trata de una actividad de bajo dinamismo, contrariamente a lo que puede observarse en el caso de la agricultura. Al margen de las fluctuaciones características de este tipo de producciones, tanto la evolución de las existencias como la producción de carne vacuna muestran desde mediados de la década de los setenta una tendencia decreciente. En efecto, a partir del año 1977 tuvo lugar la etapa de mayor liquidación de existencias de la historia ganadera argentina, que entre ese año y 1988 pasaron de 61 a 47 millones de cabezas, lo que representó una contracción del 23% en el stock. Luego, durante la convertibilidad, las existencias de ganado vacuno tendieron a mantenerse relativamente estancadas en torno a los 51 millones de cabezas, nivel que sólo se incrementó en los años de la crisis final del régimen convertible, al apelar los productores a la retención del ganado como reserva de valor en el marco del profundo deterioro de la economía local.
Paralelamente puede observarse una significativa contracción en el nivel de consumo de carne vacuna per cápita a lo largo de este período, que ha descendido de 87 kg por habitante en 1977 a 63 kg en 2001. Ello resulta de gran relevancia dado el fuerte peso que históricamente ha tenido este producto en la canasta de consumo de la población en nuestro país.
El retroceso de la actividad a partir de la segunda mitad de los años setenta se vincula con la adopción de un nuevo patrón de crecimiento que afectó negativamente la producción de bienes y, con ello, la actividad agropecuaria. El elevado nivel de las tasas de interés domésticas determinó un redireccionamiento de fondos desde la actividad productiva hacia el sector financiero, lo que para el sector agropecuario se tradujo, hasta comienzos de la década de los noventa, en una contracción de la superficie tanto agrícola como ganadera. En el caso de la actividad agrícola, sin embargo, ello no redundó en una caída de la producción, debido a que en esos años se observa un significativo incremento en los niveles de productividad como consecuencia de la introducción de innovaciones tecnológicas y del doble cultivo anual. En este sentido, la reducción de la superficie agrícola no se explica por una baja rentabilidad de esas producciones, sino por la posibilidad de obtener mayores ganancias destinando esos recursos a la actividad financiera. Así, en estos años se configura un esquema de rentabilidad relativa fuertemente favorable para la producción agrícola en relación a la ganadería, que no se verá revertido a lo largo de las décadas posteriores.
Es en los años setenta cuando el cultivo de soja comienza su expansión, incidiendo sobre el desempeño de otras actividades tanto agrícolas como ganaderas. El proceso de sojización del agro argentino determinó que en un lapso de veinte años esta actividad se ubicara como el cultivo con mayor superficie implantada, pasando de menos de 40 mil hectáreas a principios de los setenta a más de 5 millones a comienzos de los noventa, llegando a superar al trigo desde entonces. La consolidación de los cambios tecnológicos impulsados a lo largo de las décadas previas, así como la adopción del nuevo paquete tecnológico vinculado a las semillas transgénicas, condujo a que desde mediados de los noventa el ritmo de expansión de esta actividad se acelerara fuertemente, alcanzando en la campaña 2001/2002 11,6 millones de hectáreas implantadas, lo que representaba entonces más del 40% del total de la superficie sembrada.
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