QUE REFLEXIÓN TE DEJA EL ROMANTICISMO
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«Una historia del legado del romanticismo acabaría por coincidir, en gran medida, con la historia global de la estética de los siglos XIX y XX », dice Paolo D'Angelo al final de la introducción de su libro La estética del romanticismo, segunda entrega de la serie Léxico de estética, que está publicando la colección «La balsa de la Medusa». En efecto, el episodio romántico no es un capítulo más en la historia de la estética, sino, antes bien, el gran acreedor del pensamiento artístico moderno, con el que nunca se acaban de saldar las cuentas. El interés por ese momento germinal de la filosofía del arte de la edad contemporánea, lejos de originar discursos críticos en su contra, ha dado pie a una curiosidad creciente que se ha hecho notar en los últimos diez o quince años de forma palmaria. Signo de ello en nuestro país es la diligencia con la que se han abordado estudios y traducciones de fuentes y de literatura secundaria del Romanticismo. Un trabajo reciente en el campo de la traducción de textos del idealismo es la versión de la Filosofía del arte de Schelling que ha preparado Virginia López-Domínguez, una nueva traducción de especial calidad que enriquece la ya amplia biblioteca de obras de Schelling en español. Al igual que Schiller, Schlegel, Schleiermacher, Hölderlin, Jean Paul y algún otro, como Creuzer y Carus, Schelling está entre los autores de la época idealista que, contra lo que podría preverse y pese a las dificultades que presenta traducirlos, tienen buena recepción en este fin de siglo.
El Léxico de estética, en el que ha aparecido el libro de D'Angelo, está formado por una serie de algo más de veinte títulos que dirige el filósofo Remo Bodei en Italia. Está concebida en tres secciones: una de conceptos fundamentales, otra de estética aplicada a las diferentes artes y una tercera, en la que se inserta el libro La estética del romanticismo, que atiende a los sucesivos momentos del desarrollo histórico de la disciplina. Es llamativo ya el hecho de que los ochos títulos proyectados en la primera sección, titulada Palabras clave, respondan a conceptos cuya problemática está desarrollada muy característicamente en la estética romántica: lo bello, lo sublime, lo fantástico, lo cómico, lo trágico, el gusto, el genio, la imaginación. No pretendo decir que sean conceptos sólo románticos, sino que se trata de una selección de nociones filosóficas ciertamente guiada por el discurso estético del Romanticismo y, en menor medida, de la Ilustración. La Ilustración, qué duda cabe, sigue siendo objeto fundamental de referencia en el campo de la ética, la teoría política, la epistemología y otras áreas del pensamiento, pero la mirada actual sobre los inicios de la Edad Contemporánea se fija en el Romanticismo cuando las cuestiones son de filosofía del arte. No deja de ser una dicotomía interesante, bastante en sintonía con la escisión a la que está sometido el pensamiento artístico con respecto a otros ámbitos del saber. Decididamente nos topamos con la circunstancia de que, aunque con otros muchos modelos, la reflexión sobre el hecho artístico ha tomado por guía términos de discusión prototípicos de la época de Goethe. Podríamos pensar que se trata de una constelación propia de la cultura filosófica italiana de hoy, donde destacan muchos estudiosos del período romántico, como el propio Bodei, De Praz, Givone y otros, pero el hecho es que desde muchos otros foros internacionales se toma el idealismo como objeto privilegiado de atención para la filosofía del arte. También en España ocurre, y por múltiples vías; pensemos, por ejemplo, en los trabajos de Martínez Marzoa, Duque, Villacañas, Marí, Argullol y Mas. Y explicar esta especie de concierto de intereses intelectuales no es cosa fácil, teniendo en cuenta que, para los hábitos actuales de lectura, páginas como las de Runge y Chateaubriand suenan, cuanto menos, a excentricidad. Saldar la cuestión con palabras tales como «moda», «crisis», indagación de los orígenes» u otras con el mismo carácter expeditivo, nos privaría del placer de responder con convicción. Lo que nuestra época pueda o no compartir con ese otro episodio histórico de la cultura que estudia depende fundamentalmente de lo que de él conoce y estima. Y una buena base para ese diagnóstico se lo ofrece al lector lo que aportan algunas novedades bibliográficas como las que aquí se reseñan.
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