¿Qué reflexión nos deja lectura ‘‘La Abuela Viene De Noche’’?
Cuando mi madre murió no supe contarle a mis hijos que había muerto. Y como murió
en otro país, no lejano, pero sí en otro lugar, no dije nada y me callé la boca.
Era complicado contarles que había muerto la abuela, porque eran muy apegados a
ella. Mi madre siempre tejía, tejía y contaba, miraba TV y tejía y contaba. Mis hijos
crecieron al sonido de su voz que contaba, cuentos, historias de vida, historias de otros
que eran su pasado: abuelos, parientes en Italia.
Contando historias de la patria de sus abuelos justamente aprendieron mis hijos a
consultar el mapa, el planisferio y comenzaron a coleccionar noticias y notas de ese
país, de ahí que hoy hablen el italiano sin haberlo estudiado demasiado.
En esos años que yo corría a mi trabajo de mañana bien temprano, mi madre que vivía
en mi casa desde que enviudó, se quedaba a cargo de los niños. Si tenían tarea me
consultaba y apoyaba a los niños, si tenían alguna clase los llamaba, les daba el
desayuno, les elegía la ropa según el clima.
A la tarde cuando regresaban de la escuela yo estaba en casa pero mis hijos, luego de
tomar la merienda, corrían a sentarse cerca de la abuela.
Miraban dibujos animados y se reían con la abuela.
Muchas veces se apagaba la tele porque los chicos decidían que mejor escuchaban la
historia de la abuela. Otros días venían con ideas raras sobres galletitas exquisitas y
recetas que habían traído de la escuela. Mi madre jamás tuvo pereza en meterse en la
cocina a la media tarde, a probar si salían las famosas galletitas. Cuántas veces tiramos
mejunjes extraños, otros tantos comimos galletitas riquísimas y otras, más o menos.
Los chicos traían también actividades de plástica, no necesito contarles que las hacían
con la abuela.
Siempre he sido muy torpe con mis manos y mi madre, todo lo contrario, habilidosa
total. La mesa del comedor se llenaba de semillas, hilos, cartones, pinturas, recortes,
engrudos, colores.
De ahí salían todas las maravillas que mis hijos hacían y que volvían con ese
SOBRESALIENTE que le ofrecían a la abuela de regalo.
Los fines de semana la abuela siempre se inventaba un paseo.
Casi siempre acompañada con bicicletas o pelota, enemiga de la cometa desde el día
que el más pequeño cayó al agua persiguiendo una. La verdad que creo que mi madre
quería que yo descansara y también, pasear con sus nietos.
Si por el contrario el tiempo se nos negaba y había lluvia o tormentas, se inventaban
todo tipo de cuentos y aparecían historias a la luz de las velas, disfraces para asustar y
por supuesto, a la media tarde, las torta fritas de la abuela amasada por los nietos.
Entonces, cuando murió, no supe decírselos. A ninguno de los tres. Mi madre había
estado enferma dos años, pero se componía y al tiempo volvía a estar enferma. Los
niños, mis hijos, se habían acostumbrado un poco e incluso, el último tiempo
ayudaban a llevarles sus medicamentos, sus tés de media tarde o su cena si estaba en
la cama. Se acostaban cerca de ella y no había forma de sacarlos de ahí porque
estaban “cuidando a la abuela”.
Mi madre se fue a su país, a su ciudad y a la semana, estaba internada grave.
Me fui a su lado y la vi morir pero no avisé nada en casa. Cuando regresé no supe
hacerlo, debí hacerlo pero estaba tan triste, que no lo hice.
Durante unos días mantuve aquello de que la abuela estaba enferma en la ciudad
vecina. Creo que al mes los saqué al patio a todos y les expliqué llorando que la abuela
estaba en una estrella, que ya no estaba con nosotros. Y lloramos todos juntos.
A partir de ese día los dos menores, mi niña y mi niño, mis hijos, me anunciaban en el
desayuno:
– “Mami, anoche la abuela vino a contarnos cuentos” –decía mi hijo.
– “Sí, yo también la escuché” -contestaba la más pequeña.
Al principio no dije nada, los escuchaba sin contestar.
Pero fue pasando el tiempo, a mí la muerte de mi mamá me dolía cada día más. Y mis
hijos todas las mañana anunciando que la abuela venía de noche. No recuerdo cuánto
tiempo sucedió esto, hasta que un día, con mucha rabia les contesté:
– “La abuela no viene, no puede venir…”
– “Sí, la abuela viene de noche.”
– “Sí, y nos cuenta sus cuentos.”
– “No, no viene, la abuela está muerta” -les dije esto casi gritando.
– “Sí viene” -afirmaron los dos a coro.
– “¿Y cómo viene y yo nunca la veo?” -les pregunté enojada.
– “Pero mami, viene cuando vos no la ves… porque la abuela sabe que si la ves no
parás de llorar, entonces viene, nos cuenta un cuento y se va.”
Me costó mucho trabajo darme cuenta que mis hijos veían a mi madre y escuchaban
sus cuentos.
Con los años les he contado esta historia y me repiten lo mismo:
– “Mamá, te juramos que nosotros vimos por mucho tiempo a la abuela y oímos sus
cuentos.”
– “Está bien” -contesto ya sin discutir.
FIN...
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La lectura, nos deja por enseñanza, que no importan cuan doloroso sea la perdida de una persona, siempre es bueno asimilar que ya no está entre nosotros, eso no quiere decir que la dejaremos de querer, solo soltarla, al igual que no es bueno ocultar algo tan importante siempre es bueno hablar con la verdad
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