que quiere decir ahí comenzó todo el desplome de su vida
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El 5 de agosto de 2010, un derrumbe en la mina San José, un yacimiento ubicado en la comuna chilena de Caldera, dejó atrapados a 33 mineros. Diecisiete días, después, el 22 de agosto, fueron hallados con vida, aunque no pudieron ser rescatados hasta el 12 de octubre, tras una faraónica operación para liberarlos de las entrañas de la tierra. Esta es la reconstrucción de la vida de estos hombres, que el enviado especial Francisco Peregil tejió con los testimonios de sus familias:
magen del minero Mario Gómez saludando a la cámara, el 26 de agosto de 2010.
magen del minero Mario Gómez saludando a la cámara, el 26 de agosto de 2010. EFE
Todos sabían que se jugaban la vida en la mina San José. En 2004 murió allí mismo Pedro González. Y en 2007, Manuel Villagrán. Los sindicalistas forzaron su cierre durante 2008, pero los dos propietarios de la mina se las ingeniaron para volverla a abrir. El Gobierno autorizó la reapertura, y el reclamo de los dueños para explotarla fueron los buenos salarios. La compañía San Esteban pagaba hasta un 20% más que cualquier otra de su tamaño y sector.
Ahora, el Gobierno del conservador Sebastián Piñera se ha volcado en el rescate de 33 hombres. El asesoramiento de la NASA, las perforadoras más potentes, la tecnología más puntera del siglo XXI, la psicología más avanzada en situaciones de aislamiento extremo, se han puesto al servicio de una situación provocada por unas condiciones laborales que evocan el recuerdo de las minas de hace 100 años en Europa.
Desde los 700 metros de profundidad en que se encuentran, muchos de los atrapados han prometido a sus parejas que se van a casar en cuanto salgan. Otros se resisten, a pesar de que llevan lustros conviviendo con ellas y tienen hijos en común. Otros, que no veían a sus madres desde hace años, les piden por carta que no se vayan de ese cerro, que sigan allí esperándoles. Muchos vivían en pensiones de la ciudad de Copiapó, a una hora en autobús de la mina. Trabajaban en turnos de 12 horas durante siete días y descansaban otros siete. Si los llamaban, solían aceptar las horas extras en los días de descanso porque les pagaban el doble que en una jornada normal. Si no, tomaban el autobús hacia sus regiones. Algunos viajaban hasta 15 horas en dirección al Sur.
En el yacimiento de San José se podía cobrar el equivalente a unos mil euros, un sueldo que no está al alcance en Chile de todos los abogados, ni periodistas, ni profesores de universidad. Pero tal vez el dinero que les daban por un lado se lo estaban quitando por otro al no instalar, por ejemplo, medidas de seguridad tan sencillas y obligatorias como una escalera dentro de una vía de escape. Cuando la montaña se les vino abajo, los mineros intentaron subir por una chimenea. Pero no había escalera alguna dentro de ella.
Si hubiesen muerto, tal vez todo seguiría igual. La noticia apenas habría llamado la atención, como no la llamaron las otras muertes de mineros chilenos en años recientes. Serían una cifra más que sumar a las anteriores. Al cabo de 17 días, de un mes o de dos, las familias tendrían que haberse vuelto de la mina a sus casas. Ahora, a través de sus cartas, de sus apariciones en vídeo y de los comentarios de sus seres más próximos, han cobrado estatura humana. La sociedad puede apreciar los anhelos, las frustraciones, los problemas, las cualidades que había en cada uno de ellos. La parte medio llena de la botella consiste en pensar que el drama por el que atraviesan tal vez sirva para que nunca más en Chile se vuelva a abrir una mina en semejantes condiciones.
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