Historia, pregunta formulada por elrak, hace 1 año

que problemas territoriales hay en África profa

Respuestas a la pregunta

Contestado por erinmattybp6sd83
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El modelo de coexistencia entre entes políticos africanos –reinos, imperios o territorios tribales– y las posesiones occidentales se sucedió durante cientos de años. No sería hasta el último cuarto del siglo XIX cuando la carrera colonialista europea hiciera que el mapa de África cambiase radicalmente. Las revoluciones industriales, así como la búsqueda del ego patrio, propiciaron la extensión territorial de las potencias del Viejo Continente hacia el interior africano. Y es que para el año 1880, y obviando la situación en el Magreb, la presencia europea en África era escasa. Francia había conseguido alguna posesión a lo largo del río Senegal –que acabó resultando en el territorio homónimo–, un pequeño territorio costero bautizado como Costa de Marfil y un diminuto enclave situado en lo que hoy sería Djibouti. Reino Unido, entonces ya indiscutible potencia global, no andaba muy por delante. En la costa occidental africana apenas poseía pequeños territorios litorales como Gambia, Sierra Leona o Costa de Oro, y sus dos joyas africanas se situaban en cada punta del continente, véase el continuo entre Egipto y Sudán, vertebrado a través del Nilo, y la actual Sudáfrica, compartida entonces con los bóers. Otras potencias históricas en el continente africano de segundo nivel, bien conservaban posesiones insulares y costeras obtenidas siglos atrás, como era el caso de España y Portugal, o todavía su presencia no se había hecho efectiva. Era el caso de  Alemania, Italia y Bélgica.

Así, dos décadas antes de finalizar el siglo, los europeos se lanzaron frenéticamente a la conquista del interior africano. Los criterios dictados por las necesidades de las metrópolis primaban la adquisición de territorios de fácil acceso, costeros o fluviales, en cuyos alrededores hubiese cierto potencial económico, como explotación mineral, forestal o agraria, además de un mercado para las manufacturas europeas. Sin embargo, en muchos casos ese proceso de expansión acabó derivando en un acaparamiento de territorios; tener más superficie que el vecino se volvió casi una obsesión, aunque fuesen densas selvas o interminables desiertos. Esto se debía a que la posesión de grandes superficies elevaba el prestigio imperial de la metrópoli.

 En pos de solucionar la expansión colonialista que se estaba viviendo en África, Bismarck, quien desde Alemania manejaba los hilos de Europa, decidió a convocar una conferencia con la finalidad de tratar la expansión colonial e intentar encauzarla con el compromiso de todas las potencias, buscando al mismo tiempo incrementar las posesiones del Imperio Alemán. Así se inició a finales de 1884 la Conferencia de Berlín, cuyos objetivos primordiales eran establecer las reglas por las que una potencia colonial podría adjudicarse un territorio y acordar los límites territoriales o de influencia de cada metrópoli europea en el continente africano. Los mayores interesados y beneficiados de esta conferencia, además de la propia Alemania, serían Reino Unido, Francia, Portugal, Bélgica, España e Italia. Asistieron también otros países europeos con menores intereses y ninguna posesión, pero ninguno de los dos países africanos independientes del momento, Liberia y Abisinia, fueron invitados.

En buena parte los límites froterizos fijados entonces se han perpetuado hasta hoy. Se partió de la base de que había que respetar, en la medida de lo posible, los territorios adquiridos por las distintas potencias, especialmente Reino Unido y Francia, a la vez que esto se compaginaba con cierto control hacia dichos imperios de ultramar, con la finalidad de que no fuesen ni demasiado extensos ni territorialmente continuos. La solución, casi salomónica, fue rediseñar el mapa africano de tal manera que los imperios africanos se fuesen intercalando territorialmente. Ninguno tendría continuidad territorial, ya que estaría taponado en uno o varios puntos por territorios de otra metrópoli.

Los límites entre colonias fueron trazados igualmente bajo criterios totalmente políticos. Dado que la finalidad era crear una red de territorios taponados entre sí, muchos accidentes geográficos como ríos o lagos fueron aceptados como fronteras, al igual que otra considerable proporción de las mismas fueron un ejercicio de arbitrariedad sin ni siquiera considerar la propia geografía física. De ahí, por ejemplo, las fronteras rectilíneas o el hecho de trocear entre varias potencias un territorio más o menos homogéneo, como el Marruecos hispano-francés o la Somalia partida entre franceses, británicos e italianos. Y eso sin contar con los diminutos enclaves con los que gozaban algunas potencias, aislados del grueso colonial.  




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