¿Que poder tiene Jesus sobre la muerte?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
la resurrección
Explicación:
vida eterna
este es el resultado
Respuesta:
EL PODER DE CRISTO SOBRE LA MUERTE SE MANIFESTÓ EN SU MUERTE. (19:31-37):
Uno de los aspectos más inquietantes de la muerte es el elemento sorpresa. La muerte suele venir repentina e inesperadamente, dejando palabras por decir, planes por terminar, sueños por realizar y esperanzas por cumplir...
Sin embargo, no fue así con Cristo Jesús. La muerte no pudo sorprenderlo porque Él la controlaba. En 10:17-18 declaró: “Yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre”. La sección previa del Evangelio de Juan se cierra cuando Cristo entrega voluntariamente su vida, como había dicho que lo haría. Habiendo logrado la obra de la redención, Jesucristo exclamó: “Consumado es” y después, “habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (19:30). La muerte había intentado sin éxito tomar su vida en múltiples ocasiones (p. ej., 5:16-18; 7:1; 8:37, 40, 59; 10:31; 11:53; Mt. 2:16; Lc. 4:28-30), pero no moriría hasta el momento preciso predeterminado en el plan divino. Su muerte no fue la de una víctima; fue la muerte de la victoria...
Cristo Jesús murió mucho más rápido de lo que era normal para las víctimas de la crucifixión. Lo crucificaron en la hora tercera o las 9:00 a.m. (Mr. 15:25) y murió en la hora novena o las 3:00 p.m. (v. 34). De este modo, Jesucristo estuvo en la cruz solamente durante seis horas. A la mayoría de las personas crucificadas las dejaban ahí por dos o tres días; por ejemplo, los dos ladrones crucificados junto con Cristo Jesús aún estaban vivos después de que Él murió (19:32). Por eso, cuando José de Arimatea pidió a Pilato el cuerpo del Señor Jesús, el gobernador “se sorprendió de que ya hubiese muerto; y haciendo [ir] al centurión, le preguntó si ya estaba muerto” (Mr. 15:44). Solo después de ser “informado por el centurión, dio el cuerpo a José” (v. 45). El Señor murió pronto porque entregó su vida cuando quiso hacerlo...
Los judíos, en un acto de hipocresía repugnante, por cuanto era la preparación de la Pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz en el día de reposo (pues aquel día de reposo era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados de allí. Estaba entrando la tarde del día de la preparación (para el sábado; es decir, era viernes). Les preocupaba que los cuerpos de Jesucristo y los dos ladrones no quedasen en la cruz en el día de reposo, cuyo inicio era al caer el Sol. Los romanos usualmente dejaban los cuerpos de los crucificados hasta la putrefacción o hasta que los pájaros o animales los comían. Aquel día de reposo era de gran solemnidad (porque se trataba del día de reposo de la semana de Pascua), lo cual extremaba la preocupación de los líderes judíos, derivada evidentemente de Deuteronomio 21:22-23. Dejar los cuerpos expuestos en la cruces, según ellos, habría profanado la tierra. Nada ilustra más claramente la hipocresía extrema de sus mentes a la cual los había llevado el legalismo pernicioso...
Quebrar las piernas de los crucificados (procedimiento conocido como “crurifragium”) se hacía cuando había razón para adelantar la muerte de un crucificado. Requería golpear las piernas de la víctima con un mazo de hierro. Ese procedimiento truculento aceleraba la muerte, en parte por el golpe y la pérdida adicional de sangre, pero principalmente por producir asfixia. Las víctimas ya no podían seguir usando sus piernas para ayudarse a levantarse para respirar, de modo que cuando la fuerza de sus brazos se agotaba, se asfixiaban...
Pero para estar seguro de que ya estaba muerto, uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Los soldados eran expertos en determinar la muerte, era parte de su trabajo. No tenían nada que ganar mintiendo sobre la muerte de Cristo Jesús. Su testimonio y el del centurión (Mr. 15:44-45) son prueba irrefutable de que Jesucristo, en efecto, ya estaba muerto. No estaba en coma y luego revivió con el frío de la tumba, como afirman algunos escépticos que niegan la resurrección...
Explicación: