Castellano, pregunta formulada por cielomailin2007, hace 3 meses

que perspectiva tiene jim contando lo q el le sucedió antes y una vez q llegó a su casa el regalo de los reyes?​

Respuestas a la pregunta

Contestado por zhair32
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Un dólar con ochenta y siete centavos: eso era todo. Un dólar con ochenta y siete centavos, reunidos uno a uno, a fuerza de regatear centavo tras centavo con el almacenista, el verdulero y el carnicero, hasta sentir las mejillas arder de la vergüenza por aquel regateo. Delia contó tres veces el dinero. Un dólar con ochenta y siete centavos. ¡Y al otro día era Navidad! Se tiró en su angosta cama gimiendo y recordando aquella máxima que dice que la vida está hecha de contrariedades, sinsabores y sonrisas.

Dejemos a Delia entregada a estos pensamientos y echemos una mirada a su hogar. Era un piso amueblado por el que se pagaban ocho dólares semanales. En la puerta del vestíbulo había un buzón en el cual no se hubiera podido echar ninguna carta, y un timbre eléctrico del que ningún dedo humano hubiera conseguido arrancar un sonido. Debajo de éste aparecía una cartulina que ostentaba el nombre de Sr. James Dillingham Young.

Había sido expuesta a los vientos durante un período anterior de prosperidad cuando su dueño ganaba treinta dólares por semana. Ahora que sus ingresos se habían reducido a veinte dólares, las letras del apellido Dillingham estaban borrosas, como si pensaran seriamente en convertirse en una modesta y vulgar D. Pero en cambio a cualquier hora que el señor James Dillingham Young llegara a su hogar, su esposa, Delia, lo llamaba Jim y lo abrazaba fuertemente, lo cual era muy tierno.

Delia dejó de llorar y retocó sus mejillas con una borla de cisne. Luego se paró al lado de la ventana y empezó de nuevo a pensar en su problema. Al día siguiente sería Navidad y ella disponía solamente de un dólar con ochenta y siete centavos para comprar algún regalo a Jim. Había ahorrado durante meses y ese era el resultado. Veinte dólares semanales no alcanzan para mucho.

Los gastos eran superiores a lo calculado. Siempre sucede lo mismo. Solamente un dólar con ochenta y siete centavos para comprar el regalo de Jim. Su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino, raro, auténtico, algo digno de pertenecer a Jim.

Entre las ventanas del cuarto había un espejo alto incrustado en la pared. Quizás ustedes hayan visto uno de esos espejos en un piso de ocho dólares. Una persona muy delgada y muy ágil podría, observando su reflejo en una rápida sucesión de franjas longitudinales, tener una idea algo fantástica de su aspecto. Delia, siendo esbelta, había dominado este arte. Se apartó de la ventana y se detuvo delante del espejo. Sus ojos brillaban pero sus mejillas se habían tornado pálidas. Con un movimiento rápido soltó sus cabellos y los dejó caer cuan largos eran.

El matrimonio Dillingham-Young poseía dos tesoros de los cuales se sentía muy orgulloso: uno era el reloj de oro de Jim, que había pertenecido primero a su abuelo y después a su padre. El otro era el cabello de Delia. Si la reina de Saba hubiera habitado en el apartamento de enfrente separado por el patio, Delia se habría sentado en la ventana a secar su espléndida cabellera para demostrar que desdeñaba las joyas y la belleza de la reina. Si el portero hubiera sido el mismo rey Salomón con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim nunca habría dejado de sacar su reloj cuando pasara delante de él, sólo para ver cómo de la envidia se mesaba la barba.

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