Que pensaban los españoles sobre el caribe?
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Respuesta:
Cualquiera que desee acercarse al estudio de la historia latinoamericana deberá mirar con cuidado lo que ocurrió a fines del siglo XV, cuando Cristóbal Colón se hizo a la mar con la esperanza de desembarcar en tierras asiáticas. Ha corrido mucha tinta en torno a cuestiones tales como el origen de Colón, sus conocimientos previos, el financiamiento del viaje o el tipo de tripulación y, en general, sobre las vicisitudes y las peripecias de los viajes colombinos, cuya documentación es a veces apócrifa. Sin embargo, lo que aquí nos interesa es la visión colombina sobre el Caribe y, más importante que eso, sobre sus habitantes a quienes, como veremos, nunca conoció del todo.
Desde el Caribe se han escrito numerosas cartas entre las que podemos mencionar dos que llevan el mismo nombre: Carta de Jamaica. La más famosa de las dos es la carta que Simón Bolívar dirigió a un caballero de Kingston de nombre Henry Cullen, en septiembre de 1815. Sin contar, en ese momento, con libro o documento alguno en el cual basar su argumentación, y presentando disculpas por ello, Bolívar ofreció a su corresponsal una panorámica de la problemática americana. La otra carta, anterior a la de Bolívar, data de 1503 y fue dirigida desde Jamaica por Cristóbal Colón a los Reyes Católicos para contarles las calamidades que sufrió en su cuarto viaje (11 de mayo de 1502 al 7 de noviembre 1504). Se conoce también como La Letterararissima1 y fue escrita desde aquella isla que Colón llamó, desde 1494, Santiago. Como se sabe, Santiago el Mayor junto con su hermano Juan el Evangelista, fueron llamados por su maestro Los hijos del trueno. Y tronadísimo fue el huracán que azotó las naves del Almirante durante 88 días y que hizo que él y sus acompañantes permanecieran en la isla durante 370 días hasta que fueron rescatados por Diego Méndez.2
Así como el Libertador mencionaba en su carta que los escritos del barón de Humboldt llamaban a la reconstrucción de la memoria histórica mediante el estudio riguroso de la particular circunstancia americana. Y también es necesario recuperar el modo en que Colón imaginó los territorios con los que tropezó en 1492, pues estas imágenes resultarán nucleares tanto en la elaboración de mitos de carácter fundacional como de las utopías libertadoras. Entre ambos personajes no deja de haber una enorme diferencia. En efecto, Colón no es como Humboldt:
En 1498, frente al golfo de Paria, un hombre, hijo de la imaginación de la Edad Media, mira con los ojos enceguecidos por una enfermedad contraída a bordo, y por un modo, cimentado por siglos, de entender el mundo; y, comerciante, ve, una vez más, la posibilidad del oro; hombre de una época que concluye, ve lo desconocido a través del terco cristal de sus certezas y su fe; y, elegido de Dios, como se cree a sí mismo, ve en la desembocadura del Orinoco uno de los ríos del cercano Paraíso Terrenal. En 1799, frente al golfo de Paria, un hombre ilustrado, con la lámpara de la razón como guía, mira por encima de tres siglos, aquella primera mirada enceguecida y el espectáculo de lo desconocido que se abre ante ella, y comprende que debe recibir la herencia de aquel hombre afiebrado de visiones, y nombrarla nuevamente.3
El Almirante era, sin lugar a dudas, lo que se dice de todos los excéntricos: todo un personaje. Sabemos que catorce ciudades italianas y doce naciones han peleado por la gloria de haberlo visto nacer, aunque él mismo aseguró el 22 de febrero de 1498, cuando otorgó escritura de la Institución de Mayorazgo a su hijo mayor Diego, que Génova era su ciudad natal.4 Aparentemente, ahí se dedicó al oficio de lanero para luego ser agente de la casa comercial de los Centurioni,5 así como navegante por los itinerarios portugueses de África, estudioso de la astronomía del florentino Toscanelli y profundo admirador de Marco Polo y del cardenal Pedro de Ailly. Su propio nombre, según afirmaba fray Bartolomé de las Casas, revelaba una trascendental misión: Cristóforo Colombo, el que llevaría la palabra Cristo a las lejanas tierras de Asia. Pero como sabemos, Colón no llegó nunca al continente asiático. Lo que nunca sabremos es si él lo supo, ya que no tenemos pistas al respecto. Sólo nos resta analizar lo que el Almirante encontró y cómo lo describió, cuando se encaminó al Levante por el Poniente, como diría