que pensaban los Americanos de los Europeos
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En España, la mayoría de las veces, puedo adivinar la orientación política de una persona por cómo reacciona cuando le digo que soy estadounidense. Los que se deshacen en alabanzas y cuentan cuánto admiran a Estados Unidos suelen ser más bien conservadores, mientras que los que muestran su escepticismo tienden a ser de izquierdas. No es una verdad absoluta, desde luego, porque la gente que ha vivido un tiempo en Estados Unidos suele tener una opinión bastante positiva de mi país, algo que me resulta muy alentador. Y desde que Trump llegó al poder, he descubierto que los españoles son comprensivos y separan sus sentimientos respecto al pueblo y el país de los que les despierta el actual presidente.
Algo similar ocurre cuando se pregunta a los estadounidenses sobre la Unión Europea, salvo que allí son los izquierdistas y liberales (liberales en el sentido norteamericano de la palabra, es decir, progresistas) los que se derriten con la UE. La gente de derechas puede manifestar cierto desprecio e incluso burlarse de ella. Aunque el hecho de que el presidente Trump llamara “enemigo” a la UE es, por supuesto, una afirmación sin precedentes y llena de ignorancia, esos sentimientos negativos hacia Europa se han estado gestando durante años entre los conservadores y ya han aflorado en alguna ocasión, en especial durante las tensiones transatlánticas a propósito de la guerra de Irak.
Aunque esos mismos conservadores cambiaran el nombre de las patatas fritas de French fries por freedom fries debido a lo que les enfureció la oposición de Francia a la guerra, su desprecio no se limitó a este país sino que lo extendieron a toda Europa. Por más que España apoyara la guerra, me temo que la mayoría de los estadounidenses solo se acuerda del papel del Reino Unido, porque Gran Bretaña, Alemania y Francia son los únicos países que parecen recibir mucha atención de los medios en Estados Unidos. Aparte de eso, muchos norteamericanos asocian Europa a unas vacaciones de ensueño, y la gente que de verdad pasa esas vacaciones europeas suele pertenecer a las élites progresistas de las dos costas.
Esta dimensión cultural es un pilar muy importante de estas actitudes. Igual que los europeos pueden sentir cierto complejo de inferioridad económica respecto a Estados Unidos, los estadounidenses tienen un complejo de inferioridad cultural respecto a Europa. Cuando John Kerry fue el candidato presidencial demócrata en 2004, su campaña tuvo mucho cuidado de no destacar que hablaba francés y, sobre todo, de que no aparecieran vídeos de Kerry hablando, porque eso habría podido dar una imagen de él todavía más elitista de la que ya tenía.
En definitiva, muchos de los que viajan a Europa son personas con dinero, personas con educación universitaria y personas que, en general, votan a los demócratas. Esta gente ama y admira el sólido sistema de bienestar social europeo, la sanidad universal, los trenes de alta velocidad y el fantástico transporte público. Barack Obama ha dicho que envidia estos aspectos de Europa y, cuando estoy en mi país y le digo a alguien que vivo en España, la reacción habitual es: “¡Qué suerte tienes!” Lo he oído innumerables veces; ahora bien, eso pasa cuando estoy en mi estado, California, o en el estado de Washington, dos lugares a los que, junto con Oregón, muchos apodan “la costa izquierda”.
Existen pocas encuestas sobre las actitudes de los estadounidenses respecto a Europa, pero un sondeo de Gallup hecho en 2004 llegaba a la nada sorprendente conclusión de que los estadounidenses, en su mayoría, saben muy poco de la Unión Europea. En concreto, el 37% decía que sabía muy poco y el 40%, nada en absoluto. Solo el 3% decía saber mucho, y el 19%, bastante. Unos datos muy limitados de Pew Global en 2011 y 2012 muestran que el 55% y el 50% de los estadounidenses, respectivamente, tenían una opinión favorable de la UE.
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Las percepciones europeas respecto a los mundos americanos fueron, por tanto, de variada índole modificándose en el tiempo y en el espacio. ... Esto complejiza ese universo de percepciones de superioridad que tenía el hombre europeo frente a mundos que consideraban más exóticos y menos civilizados.
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