Que pasaria si no hubieran elecciones generales
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Es la primera vez que un número más o menos abultado de personas sale a la calle con el objetivo de cuestionar la democracia tal como la conocemos: no reclamaron su supresión, pero es indudable que rechazan esta democracia.
A principios de junio los acampados en la Puerta del Sol de Madrid abandonaron por unas horas su vivaqueo sedentario y marcharon hasta el Palacio del Congreso. No consiguieron entrar, pero la consigna que gritaron contra los diputados revelaba su posición con suficiente claridad: “¡No nos representáis!”. Supongamos, pues, que la gente les hace caso y deja de votar.
La cuestión fundamental es: ¿cuánta gente? Y la respuesta es que sólo un número de personas muy por encima del 50% podría modificar las democracias. Lo sabemos o lo podemos intuir porque la dura realidad es que los ciudadanos despotrican contra sus políticos pero acuden mayoritariamente a las urnas. No pocas naciones registran participaciones electorales del 70% o más. Países nórdicos como Suecia o Islandia pueden superar el 80%, e igual sucede en lugares con historias democráticas recientes, como los antiguos países del bloque comunista, o algunos latinoamericanos.
Es verdad que a medida que la democracia se consolida, la participación electoral tiende a caer, y eso explica por qué ese índice ha disminuido en las últimas décadas, con la generalización de las elecciones libres. Sin embargo, lo cierto es que a pesar de todo, la democracia está legitimada en el planeta por tasas de participación universalmente superiores al 50%. Sólo dos países están por debajo: Estados Unidos, ligeramente, y Suiza, algo más.
Imaginar, por tanto, que la gente deja de votar masivamente es un escenario que bien puede ser calificado de utópico. Ahora bien, incluso aceptando el diagnóstico: ¿qué pasaría si se concretara?
Hay que suponer, además, que esa concreción sería más o menos súbita. En efecto, si la participación baja gradualmente, ya se ocuparían los políticos, por la cuenta que les trae, de detectar la insatisfacción popular e intentar maniobrar para frenar un proceso que desembocaría en su propia deslegitimación.
En cambio, si un porcentaje abrumador del censo desoye un día el llamamiento electoral y se queda en casa –sin salir a la calle– esto resquebrajaría de tal modo la legitimación política que acabaría con el Gobierno.
Sería como una invasión que en un abrir y cerrar de ojos arrasaría con toda la política, la burocracia y la legislación. La política se basa en el logro de la obediencia y el asentimiento del pueblo. Si éste la rechaza de modo tan visible, no habría forma de gobernar.
¿Qué pasaría, pues? Hay dos escenarios extremos. Por un lado, el de la libertad. Y por otro, el de la servidumbre. Si la gente se niega a votar porque ha optado por rechazar la coacción política y legislativa, independientemente de cualquier justificación que ésta pueda esgrimir, estaríamos en la arcadia feliz de los liberales.
Si las personas se niegan a utilizar el Estado para violar la propiedad privada y quebrantar los contratos voluntarios, un porcentaje enorme de las actuales Administraciones Públicas desaparecería, y junto con él un porcentaje equivalente de los impuestos, el gasto público, la deuda pública, los controles, las regulaciones, las multas y las cuantiosas intrusiones de la política sobre nuestras vidas y haciendas. Y no sigo, porque rompería a llorar.
Si la gente dejara de votar porque rechaza incluso las dosis de autonomía personal presentes en los sistemas políticos actuales, todos ellos híbridos de libertad y coacción, estaríamos en un sistema similar al actual pero con menos libertad. Y por motivos diferentes tampoco sigo, porque rompería a llorar.
Explicación:
Hola hay está mí respuesta espero que té ayude
Respuesta:
El voto en blanco favorece a los grandes partidos, mientras que el voto nulo o la abstención no benefician ni perjudican
Explicación:ojala te sirva