que palabras definen el mito de el origen del pueblo piel roja uwu
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EL ORIGEN DEL PUEBLO PIEL ROJA
Es muy curioso cómo explican Los Pieles Roja la aparición del hombre en el mundo. Hubo un
tiempo – dicen– en el cual la tierra acababa de ser creada y era muy hermosa con sus montes,
valles, ríos y mares. Una espléndida mañana soleada y bella, Manitú, el gran dios de los
antiguos pobladores de América del Norte, se despertó de buen humor. Tenía deseos de
recorrer el mundo y así lo hizo. Cuando llegó a los altos picos se dio cuenta de que faltaba algo;
un ser que habitara la tierra.
Entonces, Manitú decidió fabricar al ser humano. Tomó un poco de barro y modeló con él un
hermoso muñeco, con cabeza, tronco, brazos y piernas… ¡Era una maravilla! Después
encendió un gran horno y lo metió en él para que se cociese. El día estaba muy caluroso y
Manitú sentía algo de sueño, por ello pensó en acostarse un ratito a la sombra –mientras el
horno funcionaba– para reposar del gran cansancio que le había producido la fabricación del
muñeco; esto es, del hombre. Y así lo hizo. Pero se quedó dormido tan profundamente que no
despertó a tiempo.
Apenas abrió los ojos, se dio cuenta de que olía a quemado y corrió hacia el horno: ¡qué horror!
Cuando sacó el muñeco estaba tan cocido que parecía hecho de carbón. Manitú dijo entonces:
“será el primer hombre de la raza negra”. Y lo mandó a vivir al centro de África. La verdad es
que no quiso perder un ser tan hermoso, que tanto trabajo le había costado.
Al día siguiente decidió hacer otro muñeco y se dispuso a cocerlo con más cuidado. Sin
embargo, por temor a que volviera a quemarse, metió poca leña en el horno y sacó el muñeco
antes de tiempo. ¡Otro desastre! Estaba mal cocido y era, más que pálido, completamente
blanco, “Será el primero de raza blanca y lo mandaré a Europa”, dijo y así fue.
El dios no se daba por vencido. Modeló un nuevo muñeco. “Para que no se queme ni parezca
crudo”, pensó, “voy a untarlo bien de aceite. Así quedara en su punto”. Sin embargo, también
este intento fracasó. Manitú era todavía un hornero inexperto, al fin y al cabo solamente había
cocido tres seres. Puso demasiado aceite en la masa y el muñeco resultó tan amarillo como un
limón. Sin perder el ánimo, decidió: “Será de él que descenderá la raza amarilla y vivirá en Asia”.
Al cuarto día, Manitú se levantó muy decidido. Amasó bien el barro, le puso el aceite necesario,
metió en el horno la leña conveniente, atizó bien el fuego y sacó el muñeco a tiempo. El dios
quedó emocionado. En su mano tenía un lindo hombrecito de color rojizo… ¡Una maravilla!
“Será el comienzo de mi raza, la raza roja”, decidió Manitú, “porque son los seres más bellos
del mundo”. Y lo adornó con un gran penacho de blancas plumas. Los pieles roja, por
consiguiente, forman la raza roja. Al menos eso dicen ellos mismos, que desde tiempos muy
antiguos, vienen repitiendo esta historia.
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