que otras mujeres participaron en la guerra del Pacífico y como lo hicieron
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Entre 1879 y 1884 estalló la Guerra del Pacífico, conflicto en que Chile disputó a Bolivia y Perú territorios ricos en salitre, situados al norte del país. En defensa de los intereses nacionales, un amplio espectro social se comprometió activamente en la contienda, incluyendo a varias mujeres. La contribución femenina en la Guerra del Pacífico se manifestó tanto en los campos de batalla como en la retaguardia citadina, y este aporte, sin ser decisivo, fue constante, variado, y reconocido social, política y militarmente. En un anterior enfrentamiento de Chile con Perú y Bolivia -la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana (1837-1839)-, los literatos chilenos destacaron la participación femenina, particularmente a través de la apología en torno a la Sargento Candelaria Pérez. Sin embargo, como constatan los testimonios, en la Guerra del Pacífico, la presencia de mujeres fue mucho más extensiva y diversa.
El prototipo femenino más emblemático en las campañas es la cantinera, también denominada camarada. Esta figura oficiaba de lavandera, cocinera y costurera de la tropa; auxiliaba a los soldados heridos y les suministraba agua en pleno combate. Justamente, para apagar la sed de la soldadesca, la cantinera siempre portaba una cantina o cantimplora, objeto distintivo de su misión, y de su legítima incorporación, como mujer, a un regimiento. Estaban dispuestas a dar la vida, arriesgándose al desplazarse en medio de los acontecimientos, entre las balas y las enfermedades contagiosas que contraían los combatientes. Aunque no era su papel oficial, en muchas ocasiones las cantineras se vieron obligadas a tomar fusiles y bayonetas para defender las posiciones del ejército chileno. De hecho algunas sufrieron las muertes más despiadadas, entre ellas, Leonor Solar, Rosa Ramírez y Susana Montenegro. Otras alcanzaron la gloria recibiendo condecoraciones y grados militares. Irene Morales y Filomena Valenzuela, entre otras camaradas, son evocadas hasta hoy en día como heroínas, formando parte del conjunto de leyendas que constituyen el pasado nacional.
Contradictoriamente, al término del conflicto las cantineras no recibieron la pensión que el Estado confirió a los soldados a modo de retribución. Solo en 1910, se rindió un homenaje masivo, en torno a la figura de una de ellas, Juana López, y se compensó a las más sobresalientes con una gratificación económica.
Cabe decir que no solo cantineras se embarcaron hacia Antofagasta junto a los soldados. Centenares de mujeres siguieron los pasos de sus maridos y convivientes, inclusive llevando consigo a sus hijos. No obstante, en el transcurso de la guerra, las autoridades intentaron suprimir esta compañía en los campamentos, porque afectaba la organización de los batallones. Por otra parte, se consideró necesario restringir la presencia femenina para detener la epidemia de sífilis que circulaba entre la soldadesca. Otras miles de chilenas, sin abandonar sus hogares y desde las ciudades, donaron recursos, confeccionaron ropa y prepararon hilas para las curaciones de los soldados. Para estimular la cooperación femenina, la prensa las convocó sin descanso. Religiosas y damas de alta sociedad prestaron atención sanitaria en los hospitales de sangre. Asimismo, las señoras de la elite de distintas provincias trabajaron con denuedo para reunir fondos, y sirvieron en instituciones de beneficencia destinadas a ayudar a las desamparadas familias de los soldados.
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