¿que ofrecian los reyes a cambio de la lealtead de sus subditos?
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Respuesta:
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Felipe 111, Felipe IV y Carlos I1 en la ciudad de Lirnyprobando la aceptación de dicho
lnodelo celebraticio.También La Nueva España adopt el ritual de jura castellano. Pero a\ en 10s virreinatos americanos, aunque la puesta en escena y el rito ceremonial sea el
lnismo que en la Metrópoli, su relevancia simbólica presenta un sutil niatiz: en España -
en la corte por supuesto, pero también en las ciudades periféricas- 10s súbditos habían
tenido ocasión de conocer físicamente al principe heredero antes de la ceremonia de jura
en otras celebraciones públicas en las que habia participado la familia real, y probable-
mente 10 verian a posteriori en distintas ocasiones con motivo de viajes oficiales, visitas,
solemnidades públicas y otros eventos sociales. Pero América, durante 10s tres siglos de
vida de la colonia, nunca fue visitada por un principe heredero o por un monarca rei-
nante. Los reyes ausentes se matei-ializaron en 10s virreinatos americanos exclusivamen-
te a través del arte: a través de 10s retratos oficiales enviados desde la nietrópoli, pero,
sobre todo, a través de las pinturas y esculturas retratisticas y las empresas y jeroglíficos
fisionóniicos que invadieron las calles y plazas de las ciudades coloniales con ocasión de
todo tipo de festejos barrocos: de la misma forma que 10s iconos religiosos suscitan la
adoración destinada al dios intangible, reemplazando literalmente a éste en el culto
popular, la representación del monarca en América se convierte para sus súbditos en pre-
sencia efectiva del rey di~tante.~
Pues bien: precisamente la ceremonia de proclamación es el rito que niuestra por pri-
mera vez a 10s súbditos americanos el rostro del nuevo monarca. Cuando entre el tronar
de la fusileria, el disparo de 10s cañones y el tañido de las campanas, la cortina de tela es
descorrida y el gran retrato del rey se muestra bajo un dosel de terciopelo ante la multi-
tud, ya se ha creado previamente el clima oportuno para que se produzca la catarsis
colectiva. Miles de gargantas al unisono pronuncian el grito ritual manifestando de este
nlodo la aceptación del nuevo monarca. El homenaje de la ciudad se convierte en un pro-
nunciarniento de lealtad.
Peso el retrato del monarca no aparece solo. Si bien el porte, la actitud, el gesto del
retratado ya implica, por 10s propios convencionalismos de la pintura cortesana, una
representación del concepto de majestad, otros elenientos mis explícitos completan el
liiensaje politico: alegorias, jeroglíficos, epigramas, escudos, etc., mostrando imágenes
~iietafóricas del poder -soles, espejos, leones, águilas, navios, etc.- que fijan en la mente
del públic0 asistente las correspondientes consignas. Estas imágenes simbólicas mate-
rializan al nionarca distante, como pone de relieve la letra de uno de 10s emblelilas que
adornaban el escenari0 efimero dispuesto para la jura de Fernando VI en la ciudad de
"ahel RAMOS, Arte festivo en Liriic~ virreina1 (siglos XVI-XVII), Junta de Andalucía, Sevilla, 1992,
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