Historia, pregunta formulada por fernandahuaiqumilla, hace 6 meses

Que nos beneficia más, a vivir en un estado natural o un orden artificia, porque?​

Respuestas a la pregunta

Contestado por ANDY222412
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Si aislásemos ahora uno a uno a los miembros de la unidad social, y los

considerásemos únicamente en su unidad monádica para mejor determinar su

patrimonio natural, el resultado sería que ni con la aplicación del más potente

microscopio se observaría la más diminuta molécula de maldad –o de bon-

dad–. Nos hallaríamos en territorios de la psicología y allí no tiene cabida la

moralidad: lobo y cordero se perdieron del hombre cuando el hombre perdió

la sociedad. En su lugar veríamos como único actor de la psicología al conato

(endeavour), es decir, veríamos al deseo y la aversión, su doble modo de existir,

con su inmediato cortejo de efectos: el placer y el dolor que cada uno produce,

el amor4

y el odio con que respectivamente responden al objeto que los susci-

ta, y las calificaciones de bueno y malo, o de virtud y vicio, con que, a su vez,

cada sujeto saluda ambas reacciones (cap. VI, págs. 50-52). Todo eso, y poco

más5

–por ejemplo: algunas combinaciones de esos elementos simples con

determinadas ideas, como las que ocasionalmente dan lugar al surgimiento de

la esperanza o del miedo–, constituye el máximo de lo que puede dar natu-

ralmente de sí el ser, siempre social, transitoriamente aislado de la sociedad. El

resto, la entera vida humana, en realidad, pertenece a su condición de ser so-

4

A tenor de lo que Hobbes entiende por amor no es de extrañar que los románti-

cos no lo enumeren entre sus musas. Desde luego, poco tienen que ver -tan sólo las

letras del nombre- el amor o el odio hobbesianos con esos duelos de titanes que en-

contramos en un contemporáneo suyo, Racine, cuyos héroes son capaces, por amor,

no sólo de odiar, sino también de descuidar valores y deberes, de menoscabar los

lazos familiares o de hundir en la sima del olvido las exigencias de las demás pasiones.

Quizá Andrómaca y Orestes, Fedra e Hipólito, etc., sean encarnaciones extremas de

tales sentimientos, pero se hallan siempre más cerca de la naturaleza que la chata

versión de los mismos dada por Hobbes. Plauto, por ofrecer un ejemplo de la obra

antes citada, desvía mediante el amor el curso cómico por el surco de la tragedia. Y

un Apiano explica como reacción a un despecho amoroso la nueva actitud de Masini-

sa respecto a Escipión, que tan bien fuera a los romanos en sus guerras púnicas (Sobre

Iberia, AE, Madrid, 1993, p. 37).

5

Ciertamente, aquí falta también la malla tejida con las sensaciones, la imagina-

ción, la memoria, la razón, etc., tal y como ha reconocido Macpherson (La teoría del

individualismo posesivo, Fontanella, Barcelona, 1970, págs. 27-28), como constitutivas

del sujeto (presocial). Otra cosa, cabe añadir, es que esa constitución pueda ser la

natural de un sujeto que no sea el coetáneo, por mucho que el propio Hobbes llegue

a reconocer que «un hombre que estuviese solo en el mundo» no dejaría por ello de

poseer «los sentidos y las pasiones» (L., cap. XIII, p. 109).

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