¿Qué necesidad tendría una sociedad para invertarse una historia del minotauro ?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
El laberíntico mundo de la Historia general de la educación y la pedagogía. Una introducción
Sin duda alguna, el pensar histórico está negado para aquellos que carecen de experiencia como historiadores (Collingwood, 1998: 18). El talón de Aquiles del pedagogo (y de todo especialista en educación que no sea historiador de profesión) es la formación historiográfica. Espacios como el Centro de Estudios Históricos (El Colegio de México) y el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (UNAM) son excelentes para formar historiadores de la educación, pero ¿en qué espacios se pueden formar historiadores de la pedagogía?
Como esto amerita ser tratado en otra ocasión, nos atrevemos a mostrar un plan para subsanar esta situación: a) reformar los cursos de Historia General de la Educación y la Pedagogía (en cualquiera de sus denominaciones), actualizando la tradición historiográfico-pedagógica (positivista, historicista y marxista) en función de los debates recientes de la Historia Social y Cultural de la Educación; b) cuando estos espacios sean insuficientes para llevar la labor en el aula a otro nivel, se debe emprender autodidactamente la apertura a la Historia y la Filosofía de la Historia, recordando que todo paradigma historiográfico es valioso en sí mismo; y c) se deben emprender proyectos interdisciplinarios entre pedagogos y estudiosos de la educación, junto con historiadores, filósofos, sociólogos, etc., con el objetivo de contribuir a la inacabada tarea de reconstruir el pasado a través de sus vestigios y huellas.
Derivado del apartado “b” de tal plan, dirigimos el presente texto, no a los eruditos, sino a los novicios que acepten la invitación a una experiencia que incluye el riesgo de perderse entre caminos y encrucijadas, burlar la muerte y regresar a salvo.[1] Si el ser humano es historia, y la historia expresa lo que aquél es, luego, el homo educandus “es tiempo, pero tiempo histórico, tiempo vivido” (Fullat, 2011: 69). Empero, el desconocimiento de cómo aquél se ha educado y se ha estudiado es una tendencia contemporánea que embiste incesantemente, al mismo tiempo que confunde y atrapa.
El ser humano puede acceder al pasado sólo por analogía, de manera que es imposible tener un saber histórico universalmente válido e inmutable. Aunado a ello, yacemos en un mundo plagado de equívocos y confusiones históricos impuestos con un fin: impedir la comprensión del homo educandus. Así como Teseo liberó Atenas del rey Minos, hoy nos vemos instados a defender nuestra concepción de mundo y vida frente a los opresores de la memoria[2] en un contexto donde carecemos de condiciones para la producción intelectual.
En nombre del poder, se propaga la incomprensión a través de juicios infundados que legitiman dogmáticamente a falsos ídolos, seres que se jactan de conocer el mundo histórico del homo educandus. Omisión y charlatanería, las dos caras de la incomprensión no son sino los cuernos de un monstruo al servicio de los opresores. Con cuerpo humano y cabeza de toro, el Minotauro, que hoy responde al nombre de desmemoria,[3] es el anfitrión del laberinto, escenario creado para sacrificar toda interpretación histórica opuesta a los intereses totalitarios de los poderosos.
¿Cómo resistir al naufragio de la memoria del poder? ¿Es posible atravesar la dura piel del Minotauro? Sólo disponemos de un arma, nuestra formación, cuya solidez dependerá de la forma en que se funda en una equilibrada preparación teórico-metodológica, entre la unidad de un saber sobre la dimensión histórica y la diversidad de saberes que enriquecen las virtudes del historiador de la educación y la pedagogía. El hilo de Ariadna fue para Teseo lo que para los novicios será la consciencia histórica, es decir, la relación con su pasado educativo y pedagógico, ya que es su único medio para salir del laberinto y mantenerse vivo.
Teseo estaba convencido de que permanecer en Atenas sin hacer nada no impediría que Minos siguiera dominando, por ende, aceptó su única alternativa, accedió al laberinto y encaró al guardián. El presagio de que nadie salía del laberinto fue verdad, pues, si bien alcanzó la misión, el Teseo que entró no fue el Teseo que salió. Lo mismo podría suceder con aquellos que atraviesan el laberinto de la Historia de la educación y la pedagogía.
Ya que el puerto de partida es la Grecia de nuestra tradición hispanoparlante (Martí, 2009: 64), en este texto concebimos a la Historia general de la educación y la pedagogía como un laberinto barroco, con una salida escondida entre enmarañados callejones y sendas muertas. Esperanzados en hallar el hilo de Ariadna, y conscientes de que toda interpretación del mundo se modifica en el tiempo, la prioridad será comprender los indicios de la vida educativa y pedagógica que fue, bajo la consigna de que en vano será todo trayecto de formación pedagógica que no se atreva a percibir la melodía de la vida pretérita.
Explicación:
coronita