¿Qué movimientos organizativos surgen en la década de los 80 y por qué luchan? pongo corona
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A partir de los años setenta, pero sobre desde los ochenta, los países latinoamericanos constituyeron el escenario de la emergencia y desarrollo de un nuevo actor colectivo caracterizado socialmente por una mayor heterogeneidad, inéditos y diferenciados intereses y demandas, nuevas identidades, y novedosas formas de organización y movilización. Estos movimientos sociales (MS) generaron una gran fascinación intelectual y un creciente interés analítico entre la emergente generación de estudiosos. En unos pocos años, este campo de estudio mostró los signos de una vitalidad intelectual sin precedente, la cual se tradujo en la aparición de una vasta bibliografía.
En el transcurso de la década de 1970, el escenario político y social comenzó a experimentar transformaciones sustanciales, una de ellas se vincula con la "ola masiva" de movilizaciones y protestas de protagonistas que hasta ese momento no habían tenido una presencia importante en el escenario social y político. En una primera etapa, estas luchas emergieron en los barrios pobres de la ciudad y estuvieron centradas en la esfera del consumo y la reproducción; nos referimos a los movimientos sociales urbanos1 (Castells, 1986; Perló et al., 1984) también denominados movimientos barriales (Evers, 1981), protestas barriales (González Bombal, 1988) o más simplemente, movimientos urbanos (Bolos, 1999).
En un segundo momento, que inicia según los países entre fines de los setenta y principios de los ochenta, los MS se nutren de los más diferentes actores que articulan sus demandas propias con el cuestionamiento de los regímenes militares y la exigencia de un nuevo orden democrático ‒en un contexto de crisis económica y adverso a amplios segmentos de la población‒. Estas características se reflejan en los movimientos con mayor visibilidad social como los de mujeres, de derechos humanos, de jóvenes, pobladores urbanos, eclesiásticos de base, movimientos regionales, étnicos, campesinos con contenidos étnico-culturales, ecologistas, de homosexuales, etcétera (Calderón, 1995; Camacho y Menjívar, 1989; Eckstein, 2001; Escobar y Álvarez, 1992; Farinetti, 2002; Slater, 1994). Después de la instauración de los regímenes democráticos, unos autores llamaron la atención acerca de los procesos de desmovilización y declive de los MS (Canel, 1992; Sandoval, 1998) mientras otros destacaron el proceso inverso, es decir, la continuidad e incluso la presencia de otros nuevos movimientos. En el norte de la región emergieron dos nuevos movimientos en la sociedad mexicana: el de deudores bancarios ‒o El Barzón‒ que ganó rápida presencia, y el zapatista, que apareció en los altos de Chiapas; en el "medio" del continente se produjo con sorprendente vitalidad una amplia "movilización popular callejera'' que afectó, en los años noventa, a las principales ciudades venezolanas, pero sobre todo a Caracas, la ciudad capital (López Maya, 2002); y en el extremo sur se pasó de las reacciones "localizadas" a la "generalización de la protesta'' en la Argentina (Auyero, 2002). No se trata de movilizaciones por la democracia como había ocurrido en los ochenta; ahora son protestas contra el modelo económico y sus "promesas incumplidas" (Di Marco, 2003). Entre Venezuela y Argentina, los MS brasileños experimentaron igualmente cambios sustanciales (Gohn, 2002) y en su nueva dinámica, el Movimiento de los Sin Tierra (MST) creado en 1984 adquiere la mayor visibilidad social e importancia política (Harnecker, 2003).
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