Qué marcas realistas dejó el cuento el alumno nuevo de Pablo de santis
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
aaaaaa
Explicación:
nose ddddffdddddd
ue te
príncipe que hubiera decidido salir del palacio por unos días para llevar la vida de un chico
común pero que sabe que nada de esto es real y que el palacio lo espera con sus habitaciones
de oro.
Él siguió mirando mi cuaderno por encima de mi hombro y yo lo cerraba para que no se
copiara pero pronto fue evidente que no tenía ninguna necesidad de copiarse porque jamás se
equivocaba y siempre se sacaba diez. Los exámenes que nos llevaban una hora él los hacía en
cinco minutos y después se quedaba mirando el patio vacío como si la caída de una hoja de
un árbol o el vuelo de un pajarito fueran un espectáculo digno de la mayor atención.
No tenía hermanos, no tenía madre, vivía con su padre, que había puesto a tres cuadras de la
escuela un negocio con un cartel que decía “Casa de modelismo Adam”. Vendía trenes
eléctricos, máquinas de vapor, barcos en botellas y algunos aviones de madera balsa para
armar. Cuando yo pasaba frente a la vidriera camino a la escuela el padre siempre estaba
reparando alguna locomotora con unos destornilladores largos y finitos con los que ajustaba
unos tornillos diminutos.
En agosto el alumno nuevo faltó tres días seguidos y a la salida la maestra me llamó aparte y
me dijo: “Emma ya que te queda de paso no le preguntarías al señor Adam por qué falta su
hijo”. Diez minutos después entré al local, no había nadie detrás del mostrador: “Señor
Adam” llamé con timidez pero nadie respondió. Una cortina roja separaba el negocio del
taller, corrí la tela justo lo suficiente para asomar la cabeza. Por la claraboya entraba una luz
gris, me quedé muda y rígida tratando de entender lo que estaba viendo. El alumno nuevo
estaba tendido en una mesa, no tenía guardapolvo, ni camisa y de su pecho abierto
asomaban infinidad de mecanismos: cables, transistores, baterías, engranajes dorados. Vi en
el lado izquierdo una especie de cápsula de acero, vagamente parecida a un corazón. Con los
mismos destornilladores finitos que usaba para reparar los trenes, el padre trabajaba en los
mecanismos de su hijo. El alumno nuevo tenía los ojos abiertos. Me fui sin hacer ruido,
temblaba.
El alumno nuevo volvió al colegio al día siguiente. A nadie dije nada de mi descubrimiento
pero no volví a hablar con él. Cuando estaba cerca me parecía oír un horrible tic-tac que salía
del interior de su pecho, que se hacía más fuerte y rápido cuando yo estaba cerca.
Indiferente a mi rechazo, siguió espiando mi cuaderno como si en mis mapas mal hechos y en
mis errores de ortografía hubiera algo que pudiera rivalizar con su perfección.
Terminó sexto y séptimo pasó muy rápido. A mediados de enero en un día de calor sofocante
pasé por el local. La vidriera estaba vacía de trenes y en vez de “Casa de Modelismo Adam”,
un cartel decía: “Se alquila”.
Pasaron los años, terminé la secundaria, me recibí de maestra, conseguí trabajo en un colegio
que estaba en Caballito, cerca de Parque Chacabuco. Llevaba cuatro años como maestra se
sexto grado cuando una mañana de abril el director golpeó la puerta y dijo que tenía que
presentarme a un alumno nuevo. Entonces entró él, idéntico a como lo había conocido, con su
pelo dorado y sus ojos azules, solo que los zapatos estaban sin lustrar y el guardapolvo, si es
que era el mismo, ya no lucía como antes, lucía real con algún remiendo y alguna mancha.
Cuando sonó el timbre y todos se fueron al recreo, lo retuve. No hizo falta que le dijera quién
era yo, me había reconocido de inmediato, a pesar de los años. Le pregunté por su padre.
-Se instaló acá cerca. Cada dos o tres años tenemos que cambiar de barrio para que la gente
no se dé cuenta de que todos cambian y yo no.
-¿Y no te aburre la escuela, estudiar siempre lo mismo? Me miró con sorpresa.
-Al contrario, tengo tantas cosas para aprender.
-¿Qué podés aprender? Hace 10 años, cuando éramos compañeros, ya sabías todo.
-Hace 10 años no sabía nada, pero cada año adelanto un poco. Mi padre está muy orgulloso
de mí.
Ahora no usaba valija, sino mochila y sacó un cuaderno:
-Es del año pasado, mirá, perdón, mire cómo adelanté.
Fue pasando las páginas. Cuando me acerqué el tic-tac se hizo más rápido, pero además
sonaba distinto. El alumno señalaba con orgullo una cuenta de dividir mal hecha, un error de
ortografía, una mancha de tinta, las correcciones en rojo de la maestra.
Comprendí entonces por qué había espiado sobre mi hombro, comprendí cual era la lección que todos a lo largo de los años y de los pupitres repetidos le habíamos enseñado sin saberlo.
Le había llevado años, pero el alumno nuevo ya sabía equivocarse y por un instante el tic-tac de su pecho sonó como el latido de un corazón.