Castellano, pregunta formulada por ramoscarrillopato, hace 16 horas

Que lugares se presentan en encuentro pavoroso

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Contestado por henrycalderon989
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Respuesta:

De esto hace ya bastantes años.

Encontrábame en una aldea muy antigua de la zona litoral del Golfo.

Tenía que regresar a la ciudad de mi residencia y emprender una jornada de muchas

leguas. Abril tocaba a su fin y el calor era insoportable, por lo que decidí hacer la

caminata de noche, pues de otra manera me exponía a un espasmo o a una insolación.

Ocupé la tarde en los preparativos consiguientes, y llegadas las nueve de la noche, monté

sobre una poderosa mula baya, y acompañado de un mozo de estribo, atravesé las calles

de la villa, encontrándonos a poco andar en pleno campo.

La noche era espléndida. Acababa de salir la luna llena, pura y tranquila, envuelta en

un azul diáfano, como si estuviera empapada en las olas del Atlántico, de donde surgía.

Los bajos de la montaña envolvíanse en el caliginoso vapor del "calmazo" , que así

llaman a la calina en aquellas tierras. El cielo estaba resplandeciente, como si fuera una

bóveda de cristal y plata. Desde la salida del pueblo, el camino se marcaba vigorosamente

al borde pedregoso y áspero de un acantilado, a cuyo pie, por el lado izquierdo, rodaba el

río entre guijas y peñascales, con un rumor a veces como el de un rezo, a veces como el

de una carcajada. A la derecha se extendía la muralla movible y verdinegra de un

inmenso bosque. De manara que la senda, muy angosta, corría, corría y se prolongaba

entre el acantilado del río y la cortina del follaje.

Buen trecho del camino habíamos recorrido, cuando mi acompañante me advirtió

haber olvidado un tubo de hojalata que contenía para mí papeles de la mayor importancia.

Le obligué a regresar, lo cual hizo volviendo grupas, y , disparado a carrera tendida, bien

pronto se perdió su figura entre la claridad de la noche, y el ruido de los cascos entre el

murmullo del río y el rumor de los árboles.

Seguí hacia adelante, paso a paso, con objeto de que el mozo me alcanzara en breve

tiempo.

La brisa que soplaba desde el mar, llegó a refrescar la caliente atmósfera, barriendo

los sutiles vapores del "calmazo" y dejando contemplar el paisaje hasta la las más

profundas lejanías, todo envuelto en la inmensa ola de aquella noche tropical y divina.

Todo era luz y blancura en aquella noche del trópico. Los peñascos aparecían

semejantes a bloques de plata, y las frondas, los matorrales y la maleza mismo,

temblaban como nervios de cristal, vibrantes y sonoros. El río era un chorro de claridad y

sus espumas relampagueaban como un lampo, heridas por la mirada luminosa que el

firmamento incrustaba en ella desde su alcázar de diamantes.

Mi cabalgadura seguía al paso, ya hundiendo los cascos en el polvo de la senda, ya

aferrándose sobre las duras peñas del cantil. La mula era mansa y obediente al más ligero

estímulo de la rienda o de la espuela. Caminaba, caminaba sin reparo y sin tropiezo, con

el cuello flácido y la cabeza inclinada. Prolongábase el sendero más y más, blanqueando

el terreno y torciéndose, plagándose a las ondulaciones del bosque, de los cantiles y a las

quebraduras del terreno. Yo me había abstraído tan hondamente en el pasmo

contemplativo de la meditación, que estaba ya en ese punto en que a fuerza de pensar, en

Explicación:

espero que te sirba

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