Que lugares se presentan en encuentro pavoroso
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
De esto hace ya bastantes años.
Encontrábame en una aldea muy antigua de la zona litoral del Golfo.
Tenía que regresar a la ciudad de mi residencia y emprender una jornada de muchas
leguas. Abril tocaba a su fin y el calor era insoportable, por lo que decidí hacer la
caminata de noche, pues de otra manera me exponía a un espasmo o a una insolación.
Ocupé la tarde en los preparativos consiguientes, y llegadas las nueve de la noche, monté
sobre una poderosa mula baya, y acompañado de un mozo de estribo, atravesé las calles
de la villa, encontrándonos a poco andar en pleno campo.
La noche era espléndida. Acababa de salir la luna llena, pura y tranquila, envuelta en
un azul diáfano, como si estuviera empapada en las olas del Atlántico, de donde surgía.
Los bajos de la montaña envolvíanse en el caliginoso vapor del "calmazo" , que así
llaman a la calina en aquellas tierras. El cielo estaba resplandeciente, como si fuera una
bóveda de cristal y plata. Desde la salida del pueblo, el camino se marcaba vigorosamente
al borde pedregoso y áspero de un acantilado, a cuyo pie, por el lado izquierdo, rodaba el
río entre guijas y peñascales, con un rumor a veces como el de un rezo, a veces como el
de una carcajada. A la derecha se extendía la muralla movible y verdinegra de un
inmenso bosque. De manara que la senda, muy angosta, corría, corría y se prolongaba
entre el acantilado del río y la cortina del follaje.
Buen trecho del camino habíamos recorrido, cuando mi acompañante me advirtió
haber olvidado un tubo de hojalata que contenía para mí papeles de la mayor importancia.
Le obligué a regresar, lo cual hizo volviendo grupas, y , disparado a carrera tendida, bien
pronto se perdió su figura entre la claridad de la noche, y el ruido de los cascos entre el
murmullo del río y el rumor de los árboles.
Seguí hacia adelante, paso a paso, con objeto de que el mozo me alcanzara en breve
tiempo.
La brisa que soplaba desde el mar, llegó a refrescar la caliente atmósfera, barriendo
los sutiles vapores del "calmazo" y dejando contemplar el paisaje hasta la las más
profundas lejanías, todo envuelto en la inmensa ola de aquella noche tropical y divina.
Todo era luz y blancura en aquella noche del trópico. Los peñascos aparecían
semejantes a bloques de plata, y las frondas, los matorrales y la maleza mismo,
temblaban como nervios de cristal, vibrantes y sonoros. El río era un chorro de claridad y
sus espumas relampagueaban como un lampo, heridas por la mirada luminosa que el
firmamento incrustaba en ella desde su alcázar de diamantes.
Mi cabalgadura seguía al paso, ya hundiendo los cascos en el polvo de la senda, ya
aferrándose sobre las duras peñas del cantil. La mula era mansa y obediente al más ligero
estímulo de la rienda o de la espuela. Caminaba, caminaba sin reparo y sin tropiezo, con
el cuello flácido y la cabeza inclinada. Prolongábase el sendero más y más, blanqueando
el terreno y torciéndose, plagándose a las ondulaciones del bosque, de los cantiles y a las
quebraduras del terreno. Yo me había abstraído tan hondamente en el pasmo
contemplativo de la meditación, que estaba ya en ese punto en que a fuerza de pensar, en
Explicación:
espero que te sirba