Castellano, pregunta formulada por juanagramuglia6945, hace 1 mes

Qué hay detrás de los relatos heroicos que se resiste a desaparecer

Respuestas a la pregunta

Contestado por oscardavidmarulandag
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Respuesta:

Hasta hoy se ha considerado el Quijote como una sátira excepcional, encaminada únicamente a desterrar de la república de las letras los vanos libros de caballerías. En verdad, no se comprende cómo de un móvil tan insignificante pueda haber nacido la obra tal vez más admirable de cuantas registra la historia de la literatura. Y así lo quiere la crítica, que, puesta en un camino tan extraviado, no se detiene hasta suponer hijas de la casualidad las mayores bellezas del Quijote. De aquí a decir que Cervantes era la ignorancia en persona, falta poco.

No era este hombre genial un erudito, pero era un sabio, un predilecto de la verdadera sabiduría; y no era erudito porque se asimilaba los conocimientos sustanciales desechando lo accidental, porque se servía del   —VI→   medio exclusivamente, para llegar al fin: de manera que volaba sobre la erudición y agrandaba lo conocido elevándolo en los círculos de su vastísima inteligencia, y así ponía después en relación de contacto a nuestra vista maravillada las verdades de la tierra y las verdades del cielo. Por esto es sublime el Quijote, por esto tienen tanta vida sus personajes: no son pálidos remedos de la realidad, sino almas que han venido de la esfera ontológica a tomar cuerpo entre nosotros. Todo el mundo ha visto sobre esa fantasmagoría de pastores, aldeanas, clérigos, Sanchos y caballeros andantes, sobre lo vano y ridículo de la apariencia un alto pensamiento, una incógnita resplandeciente, un eterno manantial de nuevos y atractivos goces; y ese libro donde tanto se espacia lo vulgar, donde lo grotesco halla tan desmesurado campo a sus chocarrerías; ese Panza y ese caballero de la Triste Figura, vestidos literariamente de bufones; ese libro, en fin, tan humilde en lo externo, es el encanto de las almas, que acuden a él como a la fuente donde han de saciar la sed de lo desconocido.

Siendo, pues, tan grandiosa el alma del Quijote, ¡había de ser mezquino el objeto principal! Otras epopeyas tienen por objeto cantar la lucha del hombre con el hombre, o del hombre con la naturaleza, o de   —VII→   los principios con los principios, y el Quijote, según la impertinente vanidad, tiene por objeto y fin combatir un determinado género de literatura, que es como si un generalísimo pusiera en juego sus millones de soldados para tomar una triste aldehuela; género de literatura más insustancial que pernicioso, producto efímero de una evolución, que hubiera pasado sin combatirle, como pasan los juegos de la infancia y las fantasías de la juventud al llegar la edad madura. Porque no se querrá que Cervantes combatiera y escarneciera el sentimiento caballeresco en cuanto tendía a levantar los caídos, socorrer los menesterosos, ayudar a los débiles y castigar a los soberbios.

Cervantes condenando el sentimiento caballeresco sería una contradicción viviente, porque se combatiría a sí mismo. ¿Qué es el sentimiento caballeresco sino el genio heroico de la humanidad? ¿A quién debemos todas las glorias y grandezas sino a los caballeros andantes? Caballeros andantes son los que desprecian su hacienda y hasta su vida por la vida y la hacienda de los otros, los que rompen el estrecho límite de su casa y salen al campo a luchar por su Dulcinea: la Dulcinea de Sócrates era la filosofía, América era la Dulcinea de Colón, la de Galileo era la ciencia, y la de Washington, la libertad. Todos los pueblos grandes han sido aventureros,   —VIII→   y al sentimiento caballeresco debe España su heroísmo y su nombre: porque ese sentimiento implica generosidad, entusiasmo, valor, empuje y alteza de miras. El vulgo de las gentes, que circunscribe su acción a su persona y casa y no es fecundo más que para el bien propio, sirve de lastre a la sociedad y tal vez la evita el naufragio; pero el sentimiento heroico impulsa a la nave, y gracias a él la humanidad avanza sin cesar y se corona de gloria. ¡Desdichado el pueblo que no tenga ese aliento, esa grandeza, esa plenitud de vida! Dormido en la quietud pestilente, caerá en la bestialidad por falta de ideales. Pero desdichado también el que sin brújula y sin norte se precipite en un idealismo falto de realidad y de sustancia. Así llegó el nuestro a las aberraciones de la mística, a esperar de un falso cielo el maná que podía proporcionarle únicamente su trabajo, a considerar el mando como un enemigo mortal del hombre, a entregarse completamente rendido al sacerdocio; así llegó, en fin, a la triste noche de la Edad media, cuyo rastro de sombra, envolvió a la época de Cervantes.

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