que factores atentan el patrimonio natural y culural
Respuestas a la pregunta
EL HUAQUEO
El huaqueo o huaquería es la excavación clandestina en sitios arqueológicos con el propósito de extraer bienes culturales. Se trata de una actividad ilegal y altamente destructiva que la ley castiga. Los huaqueros nos roban trozos que son episodios de nuestro pasado. Los huaqueros destruyen toda esta valiosa información, pues solo les importa el valor monetario de las piezas que encuentran y venden; lo que les parece inútil lo botan y destruyen.
EL ROBO SACRÍLEGO
Se trata de robos y/o hurtos realizados en iglesias, conventos, monasterios y lugares de culto en general. Este tipo de robo es un problema particularmente grave al interior del país, donde las iglesias son despojadas de todo lo que constituye su legado espiritual y religioso.
Los pueblos, mantienen un vínculo muy estrecho con sus imágenes. Durante decenas y, a menudo, centenares de años éstas han presidido momentos muy importantes de sus vidas: están presentes en bautizos, comuniones, confirmaciones, matrimonios, misas de difuntos.
LOS FENÓMENOS NATURALES
Las lluvias torrenciales e inundaciones provocan el colapso inmediato de partes importantes de los edificios de adobe y quincha, y pueden ocasionar el derrumbamiento total cuando los daños no son reparados a tiempo.
Los terremotos son particularmente destructivos, tal como lo vimos el año 1970 en Ancash y el 2001 en Arequipa, Moquegua y Tacna. La simple exposición a la intemperie causa erosión y deterioro en los sitios, monumentos y bienes culturales no protegidos adecuadamente.
EL VANDALISMO
Las acciones de vandalismo contra bienes culturales presentan muchas formas y pueden ser intencionales o no, pero los daños que causan pueden llevar a la destrucción del bien. Actos de vandalismo, como pintas, inscripciones o el pegado de carteles, son formas de expresión nefastas que afean edificios, calles y hasta cerros. Las invasiones también son un acto de vandalismo organizado a gran escala. La ocupación de sitios arqueológicos está prohibida por ley, constituyendo el delito de usurpación.
LA MODERNIDAD
La conservación del patrimonio cultural no se contrapone al progreso o al desarrollo tecnológico; por el contrario, los adelantos e innovaciones científicas nos permiten cuidar y administrar nuestros bienes culturales de una manera más eficiente: existen programas informáticos para gestión de bienes culturales, mejores métodos y técnicas para la conservación y restauración, y análisis e instrumental más efectivo para la investigación.
Convención de La Haya
La Convención de La Haya de 1954, el documento primero en la serie de las
disposiciones internacionales (UNESCO) sobre protección de los “bienes culturales”
(luego redenominados Patrimonio Cultural), estuvo indudablemente motivada por la
percepción generalizada de riesgo ante la principal amenaza que pendía sobre ellos: la
guerra y sus consecuencias. Las de destrucción masiva o deterioro irremediable
intensificadas si cabe por la eficacia de la moderna tecnología de combate..., pero
también las de pérdida, pillaje y saqueo. Tras casi 60 años de vigencia no es posible
evaluar fidedignamente si la Convención ha servido para algo o si medidas concretas
previstas en ella han sido útiles. Ya no guerras mundiales, pero sí numerosas guerras
regionales y nacionales han generado centenares de miles de muertos y además han
producido casi continuamente intencionados o colaterales daños al Patrimonio Cultural
de los pueblos contendientes. Transcurrido ese tiempo y tras los procesos muchas veces
conflictivos de descolonización en el mundo y tras las revoluciones internas, los
dramáticos cambios de regímenes en las nuevas naciones, las confrontaciones indirectas
entre imperios..., casi parece ingenuo haber suscrito toda una Convención pensando en
que iba a guardarse el respeto que se demanda en su articulado. Y si así hubiera sido,
parecería escandaloso haberlo guardado sin haber intentado tanto o más el de las vidas
humanas.
La debilidad de la Convención es notoria. Ha necesitado adiciones posteriores
(Protocolos, el primero en 1954 y el segundo en 1999) y aún no ha sido suscrita y
ratificada por todos los Estados. Además, resultó obligado redactar otro documento
sobre el daño intencionado en 2003 tras la destrucción de los Budas de Baminyan, un
episodio más de las guerras talibanes. En los informes bianuales de ICOMOS sobre
Heritage at Risk –editados a partir de 2000–se mencionan reiteradamente los conflictos
bélicos en los que se pone en peligro el Patrimonio Cultural. En el 2006-2007 se
mencionan Irak, Afganistán, Kosovo, Líbano y otros; más recientemente habría que
referirse a Egipto, Libia, Túnez, etc. Los llamamientos de la UNESCO a los Estados
resultan una y otra vez baldíos. Por otra parte, la fuerza de la Convención es
autorreconocidamente limitada y en el articulado se señala que su cumplimiento está
sometido a la adopción de estrategias militares de uso de los recursos y al despliegue de
las tropas en los territorios, a la disposición de los espacios bélicos, incluso al adecuado
señalamiento de la ubicación de los bienes culturales, etc. Y, finalmente, no se conoce
apenas ningún caso de sanción a los Estados por su incumplimiento. En suma, se trata
tan solo de un bienintencionado instrumento de protección de los bienes culturales, que
antes que nada pone el foco de atención en lo que presumiblemente en la historia de las
sociedades humanas haya sido la principal y más contundente amenaza al Patrimonio
Cultural de los pueblos, las guerras. Parece claro que la Segunda Guerra Mundial dejó
grabado en la conciencia colectiva de algún modo un compromiso para con las
generaciones posteriores de respeto hacia el Patrimonio tras las desoladoras
destrucciones producidas en ella y la percepción reafirmada de la aterradora potencia de
la tecnología de la guerra nuclear. (Se dice que en la elección de las ciudades
bombardeadas en Japón se tuvieron en cuenta estos factores. Hiroshima y Nagasaki no
eran Kyoto o Nara).